Cuesta creer que solo hayan pasado dos años. En
“Actos inexplicables” se alzaba el telón exhibiendo caligrafía en plan Ennio Morricone. Ahora abre
“Noches árticas”, una pieza que parece escrita por un viajero psicodélico que hubiera descubierto los secretos de la galaxia (al menos, un par de ellos). Sencilla e hipnótica, suena a pieza de Red House Painters cantada por Ziggy Stardust (con J de Los Planetas haciendo los coros). Ya en el primer contacto con este doble álbum, apabullados por la densidad de contenido, se revela un
Nacho Vegas distinto que ha ampliado recursos y multiplicado la confianza. ¿La mejor sorpresa? Esas canciones de pulso lento, apenas vestidas, donde se exponen con sangre fría abrasivos conflictos emocionales. Me refiero a temas como
“El mundo en calma”,
“Por culpa de la humedad”,
“Monomanía” y
“Mark Spitz”. Música cruda, desarmante, llena de vida.
Otra gran baza: Nacho (como Andrés Calamaro en el también doble
“Honestidad brutal”) le restaura la dignidad a ese género en decadencia que es el himno rock. Suena imponente en
“Solo viento”,
“Etcétera” y
“El salitre”, arrebatos de épica no reñidos con la vulnerabilidad ni con los matices poéticos. Escucha a escucha, el disco crece, revelando que las casi dos horas de viaje no resultan tan extenuantes como cabría prever. Las aligera –sin perder sustancia– el trombón feliz de
“Todos ellos”, la catarsis de
“Stanislavsky”, el vals de terciopelo rojo de
“Gang-bang” (tremenda letra), la atmósfera ultraterrena de
“La canción de la duermevela” y ese guiño a los Planetas que es
“Tu nuevo humidificador”. De
“En La Sed Mortal” basta decir que merece los elogios recibidos en esta revista.
Nacho Vegas cumple de largo con este trabajo. Parece incluso haber entrado en ese club de bichos raros (formado por Fernando Alfaro, Albert Pla y Andrés Calamaro) que acierten o fracasen siempre lo hacen de forma interesante. ∎