Descontento en las bodas de oro de “After The Gold Rush” (1970) de Neil Young. Justo cuando trasciende la venta multimillonaria de la mitad de los derechos de su cancionero, fans, coleccionistas y potenciales compradores abren debate paralelo sobre el sentido material de esta reedición más allá del cumpleaños –el original ya estaba debidamente remasterizado (2009)– y se frotan los ojos con el precio del formato vinilo que saldrá en marzo. En resumen, te clavarán lo que costaría un boxset por el LP con un 7” “de regalo”, que es toda la substancia extra. Plato de aprovechamiento.
El single contiene “Wanderin’”, no incluida en el original, que ya salió repescada en “The Archives Vol. 1 (1963-1972)” (2009) y que Young reaprovechó en clave doo-wop trece años más tarde como ariete de “Everybody's Rockin’” (1983), más otra versión inédita de la misma, ambas añadidas una tras otra al final en el CD, que cuesta, este sí, unas siete veces menos.
Si me apuras, por tono e inmediatez, el “Wanderin’” de 1970 bien podría haber sido un single más de “After The Gold Rush”. Habría acentuado su vertiente acústica sin chirriar demasiado y cabría perfectamente secuenciada en cualquier lugar de un disco variado pero nada disperso, grabado en varias sesiones con distintas formaciones, solo a medias con Crazy Horse, y cuya unidad de bloque parece provenir de la potencia de cada una de sus canciones.
Para quien se le acerque por primera vez: superada la barrera casi física de un falsete de apariencia quebradiza (está todo bien, pero a mí me hace sufrir cada vez), se abre un cofre irrepetible que tiene todos los registros del Young de la época explicados con una claridad asombrosa: caen las melodías con una facilidad pueril. Cronológicamente, venimos justo de “Déjà vu” (1970), con Crosby, Stills y Nash, editado solo unos meses antes, y vamos hacia “Harvest” (1972), otro cenit; así que hablamos del pináculo de su etapa clásica. El momento del empujón fuerte.
“After The Gold Rush” habilita generaciones posteriores de cualquier country-rock americano que cupiera imaginar –solo con “Southern Man” eso ya lo tienes–, pero es sobre todo su álbum melancólico (“On The Beach”, de 1974, es el depresivo), un lugar en el que las cosas más bellas se cumplen espontáneamente de acuerdo con las justas necesidades, y en el que caben hitos del Young esteta, pero sobresale un songwritting puro y elemental, como en “Only Love Can Break Your Heart”, cuya melodía podría llevar la firma de un Burt Bacharach sorbiendo caldo en camisa gruesa de franela.
¿Seguro, entonces, que es esta y no otra la media hora más jugosa del canadiense?
Es su mejor puerta de entrada. Aunque la crítica no lo valoró demasiado en su momento, es hoy un fijo en cualquier canon corto, y si no es el favorito de su extensa discografía, poco le falta. Los que no lo tienen ahí arriba lo guardan muy cerca del corazón o bien habilitan otro pedestal exclusivamente para él. ∎
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