En su primer álbum cien por cien autoproducido, el dúo californiano da un giro radical respecto al anterior “Goons Be Gone” (2020) –un disco convencional de canciones interpretables en directo– y nos plantea un regreso al garaje, al laboratorio sonoro de su juventud y/o imaginación, a una exploración sin apenas mecanismos de control. El resultado es una obra confusa que a primera escucha bien podría ser juzgada con ojos cínicos y descartada como mero batiburrillo de loops y samples sin ton ni son, una sesión de corta y pega en el ProTools tras unas horitas de trasteo con diversos instrumentos y máquinas. Sin embargo, teniendo en cuenta la relativa veteranía del grupo, pronto resulta evidente que, dada la libertad concedida por la ausencia de observadores e ingenieros externos, y quizá debido a cierto aborrecimiento acumulado por fórmulas ortodoxas, aquí toma la decisión estética y conceptual de negarle al oyente un repertorio de fácil asimilación, decantándose por un conjunto fragmentado (en su disparidad de sonidos e ideas arrojadas), feo (desprendido de cualquier interés en la pulcritud o el buen acabado) y falto de dirección (hasta el punto de parecer un “álbum de descartes”).
Ciertamente, el levantamiento de cejas está garantizado ya con la apertura del disco –“You’re Cooked”, una fantasía de downtempo ambiental noventer–, sonido que hallará circularidad en el cierre del tracklist, “Andy Helping Andy”, reflejo que podría callar acusaciones de excesiva aleatoriedad. Sin embargo, con la llegada de “Compact Flashes” pronto resulta evidente que el dúo no se ha entregado enteramente a merced de los aparatos y la experimentación desquiciada, pues empiezan a asomar resquicios de “canciones” estructuradas: en este caso, es la voz apática de Dean Spunt la que “normaliza” una pista esquelética de ritmo pulsante con samples de batería y ruidejos afilados urdidos por Randy Randall a la guitarra. A partir de este momento, el disco oscilará entre abstracciones instrumentales (peyorativamente, “relleno”) y declaradas composiciones pop (algunas a medio cocer, otras plenamente distinguibles; y con diferentes grados de interferencia por parte de la nerviosa producción). Y, en ambas categorías, abunda la variedad y un interés por lograr una configuración de capas alejada del piloto automático. Ideas hay muchas; lo discutible es hasta qué punto arraigan.
Considerando la naturaleza borrosa de los sonidos y la obcecación por el ruido (más amable que abrasivo), la remesa de temas convencionales acaba prácticamente resultando un homenaje a héroes lo-fi de antaño. Canciones pegadizas como “Rush To The Pond” o “Plastic (You Want It)”, con su brillantez melódica, sintetizadores cálidos y pueriles, baterías de hojalata y guitarras que parecen grabadas con tostadoras, no chirriarían demasiado en algún casete de demos preparado por Chris Knox en el Dunedin de los 80; otras, como “Slow Motion Shadow”, son como delicias excretadas por un sombrío Robert Pollard en un día de indigestión. Incluso se permiten una expedición a las raíces de esta índole de noise pop con la muy velvetiana “Violence” (rematada con un inspiradísimo Spunt canalizando vocalmente el espíritu de Lou Reed) y con “Tripped Out Before Scott”, ensoñador regreso a las videoconsolas de 16 bits que se alza como reverso luminoso y benigno de Suicide, con un trepidante ritmo y una ultrafiltrada guitarra fácilmente tarareable. Por otro lado, entre las pistas más informes hallamos, aparte de la mencionada electrónica envolvente que abre y cierra el disco, flirteos con sintetizadores orquestales (“Blueberry Barefoot”) o sesiones impresionistas de guitarra reverberadísima (“Interdependence”). De estas últimas destaca “Heavenly”, ensayo de ambient inocuo que recibe la irrupción de un riff cuasi-Slint cortesía de Randall al mástil que acaba transformándose en devaneos youngianos en la distancia.
Que la mansalva de referencias y posibles genealogías musicales del párrafo anterior sirva para valorar positivamente la explosión creativa inmanente a un álbum desigual pero heterogéneo (cuyo eclecticismo curiosamente recuerda al primero de Atlas Sound, si este hubiera sido grabado en un contenedor de basura). La presumible ausencia de un concepto unificador condena el disco a un desfile de altibajos que probablemente radicalice la opinión de los fans del grupo u otros transeúntes más desinteresados (despertando deleite o enajenación). Quizá la posición más razonable sea la de un optimismo con reservas: si bien deberíamos tratar con prudencia “People Helping People” como posible señal de la incipiente desintegración de la personalidad de No Age, es también justo considerarlo un elogiable y probablemente pasajero ejercicio en despojarse de arneses y dar rienda suelta a la intuición más salvaje que, por lo general, logra resultar más íntimo que frío a la vez que preserva sus sensibilidades melódicas. ∎
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