Como la nube de probabilidad en el modelo cuántico de Schrödinger, según el cual es imposible determinar la trayectoria exacta de un electrón ni su posición en un momento concreto, la música de Daniel Lopatin siempre ha dejado intuir una infinidad de versiones distintas de todo lo que suena en los discos de Oneohtrix Point Never. Esa polifonía de arpegios, voces y retales sonoros contiene una pulsión creativa tan fuerte que hace que sus temas parezcan solo una aproximación a todo lo que su talento es capaz de dar.
Si Lopatin no supiera encauzar esa imaginación desbordante mediante ciertos límites en sus discos, estableciendo cesiones y compromisos respecto a la espiral de ideas que se abre como una infinidad de posibilidades en su cabeza cada vez que imagina música, no sería capaz de hacer lo que hace. Pero en “Again” ha decidido volver sobre sus pasos para enfrentarse a parte de la música que ha hecho en los últimos quince años, redescubriéndola.
Es un álbum que él mismo ha definido como “una autobiografía especulativa”: un disco basado en realidades paralelas, en universos alternativos, para su propia música que se pregunta qué hubiera pasado si las decisiones que tomó al componer y producir entonces hubieran sido otras. O si hubiera podido afrontarlas desde el aprendizaje, la destreza y los recursos que tiene ahora, pero invadido por el entusiasmo del principio.
Lejos de limitarse a reciclar música antigua, Lopatin apenas referencia patrones sonoros concretos fácilmente identificables en su discografía en “Again”, sino que busca conectar con esas ideas desde el plano emocional. Pretende recuperar el asombro y la catarata de inspiración que le sobrevino cuando empezó a trastear con el Roland Juno-60 de su padre o incluso antes, cuando descubrió el poder hipnótico de la música en discos ajenos, de Silver Jews a William Basinski; de Aphex Twin a Fennesz.
Por eso tiene sentido que Lee Ranaldo descargue su guitarra eléctrica en esa fábula de rock progresivo que es “Memories Of Music” y que Jim O’Rourke disponga pianos frágiles ahogados en efectos sobre el corte titular: la presencia de los dos exmiembros de Sonic Youth es una reverencia, casi un acto de justicia poética. Para alguien tan obsesionado con la nostalgia como Lopatin, es un gesto cargado de significado, un túnel del tiempo que conecta “Again” con el momento preciso que busca reconstruir, con el espacio mental desde el que ha sido concebido: el tremor y la efervescencia con que el rock más obtuso abrazó las posibilidades de la música experimental entre finales de los años noventa y principios de los dos mil. Y cómo Lopatin vivió todo aquello como un espectador aún adolescente.
Lopatin siempre ha utilizado Oneohtrix Point Never para revivir la música que le ha marcado a lo largo de su vida. En “Garden Of Delete” (2015) trasladó a su propio universo sonoro el rock cargado de testosterona con el que fue bombardeado en la pubertad. Y en “Magic Oneohtrix Point Never” (2020) exaltó la sensibilidad pop, la estética retrofuturista y las trazas AOR que forman parte del ADN de su sonido para redibujar los recuerdos de su infancia en los suburbios de Boston a través de la experiencia de la radio FM, pues hubo un tiempo en que esas emisoras invadieron cada rincón de la vida cotidiana al sonar desde el despertador, en la cocina, el coche o el centro comercial.
Junto con esos dos discos, “Again” completa una trilogía que describe un arco temporal en la vida de Lopatin. Si “Magic Oneohtrix Point Never” tomó como material fuente la música de radiofórmula que lo rodeaba siendo niño y “Garden Of Delete” sondeó el impacto que tuvieron en él bandas como Korn o Deftones en plena eclosión hormonal (creando toda una mitología alrededor del álbum, adaptando la estética nu metal a algo que él mismo llamó hypergrunge), “Again” lo devuelve a la edad del descubrimiento, cuando comenzó a hacerse adulto y empezó a cimentar lo que sería Oneohtrix Point Never a través de su fascinación por la música experimental del cambio de siglo.
Como Sonic Youth, Xiu Xiu también simbolizan ese momento de epifanía como oyente para Lopatin, que se vale de la angustia teatral y del dramatismo de la banda de Jamie Stewart para desatar el clímax de “Krumville”. Recurrir a la grandilocuencia emo de Xiu Xiu tiene algo de golpe de efecto, igual que hacer que Robert Ames (el director de la London Contemporary Orchestra) agite su batuta para comandar al NOMAD Ensemble de Berlín y oficiar la apertura del álbum en “Elseware”, trasladando los arreglos sintéticos de Lopatin a un entramado de cuerdas que parecen sonar completamente naturales. Es una tesitura orgánica que ensalza el aporte melódico, la originalidad y el carisma de la música de Lopatin y contrasta con el acabado digital que suele revestirla.
La sección de cuerdas del NOMAD Ensemble se funde con la emoción del software en “Gray Subviolet”, justo a mitad de la secuencia, en una de las piezas más ampulosas y devastadoras. Esos arreglos naturales, que en ocasiones se confunden con las cuerdas rompler de Lopatin (como en “World Outside” o la preciosa “Ubiquity Road”), también resaltan entre la épica robotizada de la arrebatadora “A Barely Lit Path”, que cierra el álbum con parte de la música más sobrecogedora a la que Lopatin ha dado forma nunca.
La lista de invitados de “Again” no se limita a otros humanos. Una de las premisas de Lopatin cuando empezó a trabajar en el álbum fue utilizar herramientas de inteligencia artificial como el Jukebox de OpenAI, con el que esbozó el espejismo shoegaze de “On An Axis”, o la función Enhance Speech de Adobe, un software al que se suele recurrir para limpiar las tomas de audio para pódcasts. Los algoritmos de Adobe son capaces de distinguir la voz humana del sonido ambiente, pero Lopatin los cebó con fragmentos de música en vez de palabras dictadas, disolviendo las melodías en el balbuceo digital que se derrama sobre “The Body Trail” en lo que él mismo ha descrito como un poema alucinatorio.
A pesar de que las inversiones y los hitos en el desarrollo de la inteligencia artificial se han multiplicado en el último año, como la precisión y la potencia de los algoritmos con cada actualización, Lopatin ha recurrido a esa tecnología buscando el despropósito y el sinsentido. No ha querido utilizarla para perfeccionar su música, sino para desvirtuarla a través de las limitaciones actuales del software, de sus imperfecciones, no de su supuesta superioridad ante el cerebro humano. En la belleza de esos errores hay algo tan asombroso y estremecedor como el coro de voces digitales que se erige sobre el tema que da título al álbum.
A comienzos del siglo XIX, Beethoven también se entusiasmó con los avances tecnológicos de la época, que ampliaron el rango dinámico del piano, añadiéndole varias octavas. Lopatin comparte con el genio alemán la necesidad de expandir su paleta expresiva, pero su aproximación a la inteligencia artificial pasa por hallar el absurdo, no la perfección técnica. Esa intención también conecta con su reivindicación de lo new age en sus primeros discos como Oneohtrix Point Never o la perversión del pop masivo de los ochenta en su serie Eccojams bajo el alias Chuck Person, entendiendo cualquier atisbo de buen gusto como una construcción, una jerarquía instaurada, de manera consciente o no, por las estructuras de poder.
Al final, se trata de que todo siga sonando como un juego, como en las visiones surrealistas que hay dentro de “Locrian Midwest” o la fabulosa “Plastic Antique”, con reminiscencias de la música que Yasuaki Shimizu compuso para campañas publicitarias de Seiko o Shiseido en el Japón de los años ochenta.
“Again” congrega todas las vidas pasadas de Oneohtrix Point Never. Tiene el fervor, esa sensación de conquista sonora, de “Betrayed In The Octagon” (2007), el pathos y la riqueza textural de “Returnal” (2010), la pasión por la melodía de “R Plus 7” (2013), la vocación orquestal de “Age Of” (2018) y el espíritu pop de “Magic Oneohtrix Point Never”. Sin embargo, como ocurrió con cada uno de esos discos, su propia curiosidad, esa capacidad de seguir sorprendiéndose a sí mismo con su música, da otra entidad, otra forma, a todos esos reflejos sonoros y los proyecta como vectores hacia el futuro.
La visión creativa de Lopatin lo ha llevado a alcanzar un nivel de exposición y presupuesto que parecía impensable cuando empezó a hacer música: de componer trepidantes bandas sonoras para los thrillers infartados de los hermanos Safdie a trabajar estrechamente con The Weeknd, una de las mayores estrellas del planeta, quien le confió la producción ejecutiva de “Dawn FM” (2022) junto con el arquitecto de macrohits Max Martin o la dirección artística de su impresionante show en el descanso de la Super Bowl de 2021 (con toda seguridad, el espectáculo más siniestro y paranoide que se ha vivido nunca en una final de la NFL). Todo ello sin ceder un solo milímetro en su concepción del arte ni en sus manierismos.
La música de Oneohtrix Point Never ansía convertirse en una traslación sonora de internet: la utopía de un repositorio capaz de contener esa cacofonía de voces, pulsiones y anhelos, como una inmensa cisterna de nuestras experiencias de lo digital. Tiene esa voluntad de códice totalizador, la ambición de abarcar décadas, estéticas y generaciones. Con todas sus luces y todo su detritus. Con esa belleza innegociable de cada una de sus ideas conmovedoras, sin dar la más mínima señal de agotamiento, en un caudal inagotable. ∎
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