Una opción era el silencio, dejar pasar el tiempo sin que la marca
Portishead volviera a las estanterías. La otra, repetir la fórmula de
“Dummy” (1994) y
“Portishead” (1997) y empaquetar un nuevo catálago de suntuosas baladas de formato cinematográfico y ribetes sombríos y melancólicos. Quedaba la tercera, la de la ruptura y el punto y aparte, la del reinicio y la pirueta casi sin red. Geoff Barrow, Beth Gibbons y Adrian Utley han optado por la tercera.
“Third” ha sido un parto con dolor, dilatado en el tiempo, con abortos consensuados y páginas en blanco sobre las que han subrayado una única consigna: no repetir los pasos andados en los dos discos anteriores, dos piedras de Rosetta del trip hop que acabaron utilizadas hasta la saciedad como excusa de música “moderna”, fina y con un digerible toque de riesgo, ideal para sonorizar vestíbulos de hoteles lujosos y cafés de estética “avanzada”. Curiosa –merece un estudio– esta banalización de un estilo crucial en el pop de la década pasada que siempre se caracterizó por el plus de angustia y sombras que habitaba en sus magníficas canciones. Vale, la voz de Gibbons, siempre al borde del abismo emocional, era un anzuelo irresistible, pero lo global de la oferta de Portishead –y de Massive Attack y Tricky, los otros profetas– nunca fue precisamente la alegría de la huerta, al contrario: cápsulas de angustia urbana y estados mentales no precisamente equilibrados.
Esta vulgarización es la responsable de la década transcurrida entre “Portishead” y “Third”, y también de ese afán por insistir en desmarcarse de un estilo que hace años que dejó de ser sinónimo de riesgo y aventura. Y para volver a sentirlos –el riesgo y la aventura– el trío ha ensamblado un disco brutal y arisco, incómodo y áspero, un artefacto de pop agrio que no tiene equivalente alguno en lo que hoy se puede encontrar en el mercado (o sí: repetidas escuchas han acabado por ubicarlo en mi memoria personal en el mismo compartimento excepcional que las dos últimas entregas de Scott Walker). Barrow y Utley han declarado que “Third” empezó a tomar forma bajo el influjo más o menos consciente del krautrock y la electrónica primigenia (Silver Apples es un nombre que no esconden), del post-metal y el doom folk, del free jazz y las bandas sonoras de películas de escaso presupuesto. Y algo de todo esto puede detectarse siguiendo el rastro de sus once canciones. Pero, por supuesto, un disco no se valida exclusivamente con referentes, sino con la manera en que estos mutan y son filtrados.