La coronación de
Rosalía como reina del trap o el R&B no tiene lugar: su meta es más ambiciosa que destacar en unas casillas ya existentes. En
“El mal querer” es ella quien dicta la norma, inventa un imaginario, da una nueva vida a los cánones flamencos y nos desafía con la inmersión –¡en estos tiempos líquidos!– en todo un álbum conceptual. Obra minimalista y barroca, tan flamenca como pop, que te enreda con sus infecciosas capas de palmas y sus crípticos fondos electrónicos, el aleteo de las guitarras y la superposición de voces con pellizcos de Auto-Tune. Apegada al barrio y envuelta en un aura espiritual, con raíces que se hunden en la memoria del canto gregoriano y la literatura medieval: de una remota novela occitana, “Flamenca” (aquí, el gentilicio femenino de Flandes), surge la inspiración de estas canciones acerca del lado más oscuro del amor.
A partir del presagio fatal de
“Malamente”, insignia del orgullo herido, Rosalía, acompañada por El Guincho, recorre las estaciones de sentimiento afectivo desde su celebración, a través de un progresivo oscurecimiento y saliendo crecida del descenso a los infiernos. Vistiendo las sucesivas escenas en que se malogra la inocencia amorosa, incrusta enseñanzas flamencas (tangos y bulerías, jaleos y canciones de cuna), trabaja a fondo la voz (la suya y las de Las Negris o del coro infantil del Orfeó Català), enriquece el sentido narrativo con el sonido de cuchillos afilados y joyas que tintinean, y se cita con las cuerdas de la Sinfónica de Bratislava. Inquietante, el clima de
“Pienso en tu mirá” y el aroma a reyerta que encarrila
“De aquí no sales”, y descorazonador, el estribillo en falsete de
“Bagdad” (que se sirve de “Cry Me A River” de Justin Timberlake).
Rosalía te transmite festividad y miedo; recogimiento, misticismo y sentido de la justicia. Una obra disfrutable desde muchos encuadres y con poder para influir en la definición del nuevo pop. Un peliculón, y para todos los públicos. ∎