Nadie hace música como Izaskun González. Ni en lo estilístico ni en lo metódico. Ella misma decía hace unos días en Twitter (o, ejem, X) que muchos se sorprenden cuando asegura que todos los sonidos del álbum los ha creado ella misma partiendo de cero. Sin usar el sampler, ni tomar prestado de ningún otro sitio. Imaginación y horas de trabajo. Como una artesana de la electrónica que, en el camino, va perfilando todo un cosmos singular a partir de capas, detalles, timbres, texturas, ritmos y melodías.
Su segundo álbum, tras el sorprendente e hiperbólico “SHuSH” (2018), vuelve a sonar a ella misma, pero es sensiblemente diferente al anterior; más controlado, más matizado y, sí, más maduro. Sigue montando una pista encima de otra como un mikado inestable a punto de derrumbarse, pero usa menos palos y más afilados. Hay también un cambio de mood, de flow general: donde antes reinaba el caos y los constantes cambios de ritmo (la comparación con Flying Lotus surgía muy a menudo), ahora mandan las sinfonías, los arreglos de cuerda y una clara concepción cinemática.
Es un suponer, pero parece como si la productora de Barakaldo haya querido evitar apoyarse en su habilidad como baterista para dar más cancha a su faceta compositora. Temas como “Pausa: Basque Rain Dances” y “Arquitectura capilar”, o el inicio de “Sarrera: afinación de color”, tienen algo de Disney, pero un Disney oscuro, descuadrado, la cara oculta del sueño infantil. También podrían perfectamente ilustrar las películas de Tim Burton si este aceptara los glitches en sus bandas sonoras (o, dicho de otra forma: si las compusiera un Danny Elfman mucho más experimental).
También hay escapadas al free jazz, cómo no: en “Pure Air Contortion” lo combina con broken beats y lo baña en arreglos poco habituales (esas flautas indígenas). Es un buen tema para resumir el tono cálido pero también enervante del disco. Los contrastes son siempre constantes en la música de RRUCCULLA. En “Wind Pose” encuentra un ritmo 2- step maravilloso y, en lugar de potenciarlo, como hubieran hecho la mayoría de productores, lo entierra bajo capas de sonidos celestiales y un poco de elecricidad estática, demostrando un control que no se percibía en anteriores trabajos. “Zeru Freq.”, el tema, es más frenético, rescantando el maximalismo de “SHuSH”, pero, de nuevo, se percibe otro matiz. En “1 Tsp Breeze” sí que se permite dar rienda suelta con las baquetas, aunque sean solo dos minutos. Y las largas y sinuosas “Draw Us Before We Fade” (un tema que hace pensar en Mouse On Mars) e “Igandea” (más onírica), situadas ambas en el tramo final del disco, vuelven a exhibir la torrencialidad de la música de González, desbordando compartimentos genéricos y abriendo nuevos caminos para cualquiera que se acerque al álbum con un mínimo de sensibilidad y apertura mental. ∎
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