“De Villalba a Chamberí con la carreta”, entona Ruiz Bartolomé en la segunda canción de su primer EP en solitario, ya saben, ese formato que rara vez defrauda si en verdad hay algo que decir. Las cosas que dice Nacho Ruiz, y cómo las cuenta, se enmarcan en el llamado nuevo folclorismo, no el de la gran María Ostiz. Ese tipo de corrientes tirando a telúricas que pierden intensidad si se las encapsula y manosea, o simplemente por cansancio.
Las estampas costumbristas de “La otra cara del Guadarrama” se antojan valientes, pero no consiguen evitar la repetición: “Bajando de noche hasta Chozas de la Sierra, llegando a Madrid por Fuencarral, carros van por el Camino Real”. Con tanto carromato circulando se nos va a acabar apareciendo el gran Manolo Escobar, aquel hombre de España con el frontis facial siempre en agosto. Pero no. Con ese título, lo que nos viene al recuerdo es Vainica Doble y la croqueta fluvial de “El tigre del Guadarrama” (1981).
Por contra, el pulcrísimo, adorable y montaraz minino renacentista –lean la deslumbrante biografía del gachó en su web oficial– no se atreve con el yodel de las vainicas, ni enturbia su discurso urbanita de inspiración tradicional con el uso metafórico de los topónimos, fauna y flora guadarrameñas. Lo suyo es más la loa serena de los paisajes y veredas que tanto le inspiran. Una forma menos cínica de mística rural: que se lo digan a los bateados pastores y forestales “que llegan con sed” de “Los viejos oficios”. También descriptiva y candorosa en la onda –sin hache– de Hermanos Cubero o Montañés, que retranca tampoco les falta, todo hay que decirlo. Con ellos y con Carlos Entrena –recordemos la antítesis tipo Ángelus de su “Tierra negra” en Décima Víctima, el vate –sin be– coincide en su dicción clara. Transparencia de la que uno nunca cansa.
Entre memorias y visiones, por tanto, corren las canciones luminosas de Ruiz Bartolomé, pero lo hacen a la vera de una sombra tenebrosa, y no quiero dar ideas: que los malos utilicen su canciones más neutrales –en este EP ya no hay cartas de ajuste como “Cruz de los caídos– para promocionar ciertas campañas propagandísticas. Su mezcla de pop, tecnología y casticismo –inteligente es que nunca pronuncie “Madriz”– les vendría pintadito como un cartel. Con esto abrimos un capítulo que conviene cerrar de golpe: ni Goya, ni Nikis, ni el bueno de Ruiz Bartolomé tienen la culpa de lo que hagan con su arte.
De lo último va sobrado este disco complementario al debut largo del músico madrileño, que se tituló “Cancionero del Guadarrama” (2021). Con profundidad épica y clorofílica, variando sus sonoridades de refinada base electrónica, y después de la claustrofóbica –eso sí que es reiteración– pandemia, estos discos de carretera y mantra, con sus maravillosos diseños gráficos, tienen más sentido que nunca. Mucho más si se trata de “La otra cara del Guadarrama”, candidato sin servidumbre de paso a EP nacional del año. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.