La canadiense (de origen iraní) Sarah Davachi ha sido calificada como “un híbrido entre Éliane Radigue y Terry Riley”. Con una discografía extensa (ahora tiene su propio sello, Late Music), que ha ido publicando desde su debut en 2013 con la casete “The Untuning Of The Sky”, Davachi, pianista (y filósofa) de formación, se ha dedicado en los últimos diez años a investigar en el terreno de la música electroacústica, el drone, el ambient y el minimalismo, colaborando con músicos como Morton Subotnick, Aki Onda u Oren Ambarchi. Otra de sus líneas de acción ha sido tocar órganos de iglesia, sin que eso signifique asomo alguno de espiritualidad por su parte: siempre ha manifestado que se crió en un hogar de padres iraníes, aconfesionales y que la educaron en las ciencias. Viene esto a cuento porque, aunque el título de este álbum sea “Antiphonals” (las antífonas son himnos litúrgicos cantados alternativamente por dos partes del coro), aquí no hay coros ni mucho menos himnos religiosos. Pero sí son sonoridades con texturas meditativas, si no se quiere emplear la palabra “litúrgicas”: Dylan tampoco tuvo la culpa de que su “Blowing In The Wind” se convirtiera en “Saber qué vendrás”, un himno de misa en la España de los 70.
Aunque lo primero que suena en “Antiphonals” sea una guitarra acústica –en “Chorus Scene”–, el álbum se ha grabado fundamentalmente con melotrón (que reproduce los sonidos de vientos), órgano eléctrico, sintetizador, clavicordio y piano, con alguna presencia de órgano de tubos y apenas leves pinceladas de violín (la voz es simplemente anecdótica)… Muchos más instrumentos, en cualquier caso, que en grabaciones anteriores, y sus resultados sonoros se manifiestan como una combinación de los estilos contemporáneos ya adelantados al principio y reminiscencias medievales y renacentistas, algo que, por otra parte, ya había investigado en el pasado, pero que en “Antiphonals” parece haber encontrado la simbiosis perfecta.
En el núcleo de “Antiphonals” está la persecución de las posibilidades y texturas de la música drone. “Magdalena”, con sus ecos del “The Sinking Of The Titanic”, de Gavin Bryars, comienza su viaje de diez minutos con una nota lúgubre que se extiende gradualmente y, a medida que las capas de resonancia aumentan cuidadosamente con la delicada adición de sonidos de cuerda y órgano, surgen sutiles armonías y las más suaves formas de onda rodean un paisaje sonoro cada vez más profundo. “First Cadence”, por su parte, desarrolla su propia aura de calma y tranquilidad con tonos más catedralicios, mientras que “Border Of Mind” pasa del gemido sonoro de los sonidos del violonchelo, y capas de reverberación, a un lento e hipnótico descenso final mediante frágiles acordes de órgano.
Lo fundamental es que en la evolución de unos temas a otros no parece en ningún momento que se produzcan interrupciones: todo forma parte del flujo general de “Antiphonals”, añadiéndole personalidad y presencia al disco. Esta sutileza llega a su cumbre en “Abeyant”, en donde se escucha un piano leve, aislado, que parece estar sonando en la lejanía, mientras se va incorporando un acorde de órgano. Puede ser el tema que podamos considerar epítome emocional de este fabuloso álbum. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.