Álbum

Special Interest

Endure Rough Trade-Popstock!, 2022

09. 12. 2022

¿Ha muerto el purismo? Ya bien entrada la época de la posmodernidad, con la aceptación sociológica de la existencia de identidades o culturas diversas en un mismo individuo, no es de extrañar que potencialidades como la fluidez de género terminaran por germinar en la música, de fronteras estilísticas cada vez más desdibujadas; no solo en espacios como festivales, sellos o “escenas” (siempre dotadas de esos mecanismos, pero históricamente más encasilladas), sino en la obra misma de los artistas. Un eclecticismo siempre posible –contrario a la rigidez a veces generada por instituciones como la sociedad o la prensa– que, si bien ha ido ganando terreno a través de las décadas, hoy día incluso podría considerarse mainstream. Aquí la banda de Nueva Orleans da pasos hacia una ligereza –antes quizá más oprimida– que inevitablemente complica la percepción de su sonido y actitud: la infiltración paulatina de cadencias digeribles, momentos de respiro e inquietudes pop acaban convirtiendo su bestial maquinaria noise-synth de fábrica en algo más aparentemente esquizofrénico radicado en el mestizaje de tonos (“house-punk”, “no wave-disco”, etc.). Un mestizaje que no es ni tendría por qué ser armónico (de hecho, la armonía y Special Interest son dos conceptos antitéticos), pero que sin embargo para nada suena a batiburrillo impostado.

Aquellos puristas que todavía no hayan muerto se volcarán en los lamentos; al resto no nos queda otra que intentar racionalizar lo que ofrece el grupo. Y resulta difícil determinar si “Endure” es un todo holístico, o el producto de una dialéctica. Tras escuchar el disco, sería legítimo interpretarlo como un conjunto homogéneo de partes distintas, y es sorprendente la desenvoltura que muestra la banda al transitar entre actitudes y niveles de ruido sin sonar postiza. Pero también es cierto que en su música perviven, con absoluta naturalidad, una serie de fuerzas que tiran hacia polos opuestos –díadas diversas como accesibilidad e inaccesibilidad, lo benigno-bailable y lo umbrío-mental, la agresión oscura y la marcha luminosa– y que, dependiendo del tema, pueden predominar categóricamente o conciliarse hasta cierto punto. La dialéctica existe no solo en las canciones, revelando la peculiar cercanía entre la música comercial y la experimental, sino en el mismo seno de la banda: la sección rítmica –el bajo y la percusión electrónica/sintetizada– ejerce una función mecánica estructuradora, mientras que la guitarra de Maria Elena Delgado rechaza esa llamada al orden; no llega a sabotear la construcción emergente, pero (en vez de liderar el discurso melódico con riffs y acordes, o reforzar el compás) la perturba de modo textural, invadiéndola cual telaraña, o le administra terapias de shock mediante acuchillamientos (un tipo de dinámica que recuerda, salvando las distancias, a la actitud de pioneros del (post)punk exploratorio como Ted Falconi o Keith Levene). E incluso en la misma Alli Logout, micrófono en mano, puede palparse esa orgánica oposición de fuerzas: su voz discurre liviana e inteligible, acercándose al soul o incluso el rap, hasta que surge la bestia interior y su laringe deviene en infierno. Ninguna de las dos vertientes más auténtica, o menos: ella es ambas cosas, a la vez.

En el lado más abrasivo del conjunto hallamos trallazos como “Foul” (bello adefesio, de bajo-taladro y guitarra agonizante, que culmina en una serie de oleadas de refrescante cacofonía), la excelente apisonadora de cerebros “Impulse Control” (tres brutos minutos de synth-punk con el breve intermezzo de unas teclas de piano tocadas al tuntún) o el clímax ruidoso del disco, “Concerning Peace”, sesión de techno-no wave anclada en el sonido chirriante de una sirena (resulta inevitable imaginarse al grupo montado en una ambulancia yendo a toda velocidad por una ciudad apocalíptica).

En el lado “pista de baile” destacan “Cherry Blue Intention” (que inaugura el disco con alevosía, con su bajo bailongo y estribillo noventero), el caramelo pop-R&B “Midnight Legend” (de despreocupado ambiente nocturno y cameo de Mykki Blanco) o, en una dimensión más profunda, los ocho minutos de “LA Blues”, una pista que avanza regenerándose con nuevas capas y pirotecnia vocal de todo tipo (incluyendo inflexiones pseudo-Kate Bush).

Y a modo de bisagra entre ambos márgenes, un par de canciones de tempo calmado: mención especial merece “Love Scene”, un pasaje industrial extrañamente emotivo de cimientos esqueléticos –el bajo y la drum machine conformándose con la simplicidad mientras Delgado se pierde en su propio festival de feedback y disonancias– que va ganando aceleración y fragor, y que gracias a la flexibilidad y el carisma de Logout (cuyos sardónicos modismos recuerdan por momentos a Mark E. Smith) consigue sonar pegadizo a la vez que desolador.

Este resumen demuestra cómo el choque de fuerzas antes señalado alimenta la inventiva del grupo en la producción y composición de los temas. El séquito de ideas se entorpece en puntos concretos –“My Displeasure”, en exceso reiterativa; “Kurdish Radio”, con una interpretación vocal muy suelta, pero un tanto pantanosa a nivel instrumental; o “(Herman’s) House”, quizá demasiado hierática–, pero incluso en esos instantes de guardia bajada la banda no renuncia a su lenguaje belicoso, en ocasiones directamente antisistémico: la resistencia ante las inequidades estructurales percibidas, los efectos nocivos del neoimperialismo o las ilusiones perdidas de un torturado Pantera Negra son, por ejemplo, los temas provocadores que exploran las tres canciones mencionadas. Ya sean cuestiones sociopolíticas como el racismo, o psicológicas como las relaciones interpersonales, el despliegue lírico –y la vigorosidad con la que Alli Logout lo encarna– se integra con intensidad en el laboratorio sonoro para producir una obra cuyas leves irregularidades o redundancias nunca comprometen la personalidad única del grupo. ∎

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