Álbum

The New Raemon

Postales de inviernoCielos Estrellados, 2023

09. 11. 2023

Caen los árboles y todo encuentra su sentido en el invierno. La verdad, canta Ramón Rodríguez, no importa. No es nada. Eso sí: que no falte el amor. Y la vida. Porque para cantarle a la muerte primero hay que haber vivido. O algo así. “Fumamos y bebimos hasta emborracharnos / Y pasamos toda la noche hablando / De si antes estábamos arriba y ahora estamos abajo”, vocea en “Tu esplendor”. Garganta al límite y corazón en el puño. Tacto orgánico de percusión, un piano subterráneo y pinceladas de electricidad. ¿Para qué más?

La procesión, nunca mejor dicho, va por fuera en esta misa de difuntos y réquiem por el compañero caído. En concreto, por Sergi Irurtzun, amigo de infancia fallecido en noviembre de 2022 víctima de un cáncer. Junto a él empezó a escribir Rodríguez canciones en el patio del colegio y con canciones lo despide en este “Postales de invierno” que no estaba en el guion de la temporada, menos aún en la agenda del catalán. O, como mínimo, no de esta manera. Porque el nuevo disco de The New Raemon, tocado y hundido, es un volantazo inesperado; un desvío hacia la canción mínima, las cuerdas agónicas y la enésima partida de ajedrez con la parca.

Atrás quedan el retorno interruptus de Madee, las “Coplas del andar torcido” (2020) y su mano a mano con Marc Clos y David Cordero. Porque, aquí y ahora, Rodríguez ha venido a cantarle al duelo, a esculpir el dolor y desovillar la pena, para alumbrar una de esas grabaciones cuya relevancia va más allá de lo estrictamente musical. Es un disco, sí, pero también un refugio, un exorcismo, una hoguera. Del desconsuelo oceánico de Quique Cubero tras la muerte de su esposa nació el sublime “Quique dibuja la tristeza” (2018). Y del dolor por la muerte de un amigo de infancia ha nacido un disco de encantos minúsculos, poderosa voz en primer plano y nudos en el estómago hechos música y letra.

No faltan los versos lapidarios, la electricidad inflamada y la épica marca de la casa (ahí está “Rompe la ola en tu acantilado”, llevado el folk a las puertas del emo), pero lo mejor de “Postales de invierno” llega con las canciones más directas y sencillas. Las que abren en canal el caparazón de la memoria para extraer recuerdos en bruto. Brillan ahí las sentida y nuclear “Irurtzun”, con su crujido de cuerdas funerarias y la guitarra más golpeada que tocada; la letanía eléctrica y nostálgica de “Entre el alba y la noche”, y la hermosa “El canto del pájaro a mediodía”. Ahí sigue, algo más magullada, la canción de autor sentida e inflamada, artesanal y familiar (por aquí andan sus hijas Jazz y Leia), que empezó a cultivar con “A propósito de Garfunkel” (2008). Quince años después, la vida duele un poco más, pero las canciones siguen siendo bálsamo y consuelo. ∎

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