¿Existe la “coffee table music”, música “hermosa”, “bella”, “bonita”, que decora con gusto pero que apenas produce una brisa de emoción? Existe. Y mucho me temo que el nuevo trabajo de Toumani Diabaté entra en esa categoría: los cuarenta y cinco minutos de “Kôrôlén” no dan ni frío ni calor, se evaporan mientras se van produciendo y lo único que queda es un lejano cosquilleo que nos recuerda levemente que hemos escuchado algo, ejem, “bonito”.

Diabaté no tiene nada que demostrar a estas alturas de su carrera: es un maestro de la kora, un guardián de la tradición malí que nunca ha cerrado las puertas a que sus cuerdas hagan buenas migas con otros músicos de disciplinas ajenas a su entorno. Solo hay que recordar sus colaboraciones con Ketama, Taj Mahal, Roswell Budd, Bela Fleck, Arnaldo Antunes, Björk o Damon Albarn.

Esta apertura de miras lo condujo en 2008 hasta el Barbican Centre londinense en un concierto junto a The London Symphony Orchestra, un encuentro de esos que entran en la categoría de “solemnes” y para el que no se escatimaron medios: Tomani estuvo acompañado de su ensemble (balafón, ngoni, calabash, guitarras acústicas y eléctricas) y los arreglos sinfónicos se encargaron a Ian Gardiner y Nico Muhly. Parte de lo que sucedió aquella noche se exhuma ahora, seis piezas donde la orquesta y la kora se antojan esa mezcla imposible de agua y aceite; nunca se produce ese apretón de manos fraternal que encienda el fuego de una verdadera amistad. ¿Nunca? Bueno, casi: “Mamadou Kanda Keita”, el corte final, sí pone a bombear el corazón, gracias, sobre todo, a la prestación vocal del gran Kasse Mady Diabaté, fallecido en 2018.

Si quieren saborear a Toumani sin “blanqueamientos”, acudan a “Kaira” (1988), “The Mandé Variations” (2007) o a sus álbumes junto a Ali Farka Touré publicados en 2005 y 2010: música que no necesita certificados de calidad occidental para expandir su grandeza y rubricar un clasicismo autóctono cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. ∎