La última película del responsable de “Los amigos de Peter” (1992) se inicia con unos planos aéreos en color, de cuestionable corrección estética y remarcada apariencia digital, registrando algunos enclaves del Belfast actual. Tras sobrepasar la cámara un muro, una transición cromática que se cuenta entre los pocos aciertos formales de la cinta –se pasa del color al blanco y negro, más tarde habrá un cambio inverso para expresar el amor por el celuloide de su autor– nos traslada al verano de 1969, cuando la urbe de Irlanda del Norte estaba a punto de entrar en una espiral de violencia conocida como “The Troubles” que se extendería a lo largo de tres décadas. Ahí pone la clavija el artífice de “Mucho ruido y pocas nueces” (1993) para rememorar los recuerdos de infancia alterados por el advenimiento de un cruento conflicto civil y militar.
A través de la perspectiva de Buddy, un chaval de nueve años como trasunto ficticio del propio Kenneth Branagh, se explora una versión restringida y suavizada de esas jornadas que estallaron con los disturbios de una mayoría protestante (prendados por las facciones unionistas) en contra de sus vecinos católicos. Alrededor de Buddy (Jude Hill), un hermano con escaso protagonismo, sus abuelos (interpretados por los solventes Ciarán Hinds y Judi Dench) y sus progenitores: una madre (Caitriona Balfe) cuyo orgullo le fuerza a no despegarse de su tierra natal, y un padre (Jamie Dornan) con constantes idas y venidas laborales a Inglaterra, que busca la salida para toda su familia mientras es acosado por vecinos y amigos para que tome partido e implicación activa en el enfrentamiento que se avecina.
La idea de recrear y rebuscar en su pasado le llegó a Branagh en pleno confinamiento, cuando se puso a escribir el guion envalentonado por el visionado de “Dolor y gloria” (2019) y el lustroso resultado que Almodóvar había logrado en una obra donde los contornos de la ficción se entremezclan con los autobiográficos. Sin embargo, su esfuerzo no tiene el acierto y la finura del manchego. “Belfast” (2021; estrenada en 2022 en España) propone un decorado del conflicto del Ulster desapegado, incluso artificioso, en su puesta en escena. Su determinación por no remover el dolor de esa época termina malbaratando el desarrollo dramático y dificulta entender las sensaciones agrias y aterradoras que forzaron a tantos al exilio. Además, opta por invisibilizar la facción católica.
Algunos han querido excusar ese sesgo y falta de verosimilitud del escenario de fondo con el punto de vista que toma la narración: el de Buddy, un niño comprometido entre la inocencia propia de su edad y las cavilaciones dramáticas de su entorno a través de la preocupación que detecta entre el mundo adulto. Pero la historia del cine ha dejado ejemplos loables de puntos de vista infantiles más sagaces y reveladores a la hora de describir ciertos horrores no tan lejanos. Desde la aproximación cruda (crudísima) y sensorial del muchacho de “Ven y mira” (Elem Klímov, 1985) o el pilar neorrealista de “Alemania, año cero” (Roberto Rossellini, 1948) hasta la fábula fingida por Roberto Benigni para transitar por el holocausto nazi en la popular “La vida es bella” (1997).
Si bien escasea el impacto emotivo en sus 98 minutos debido a esa dislocación entre la mentalidad infantil y el escenario cruento de lo que aquello fue, la película seduce con el luminoso blanco y negro de Haris Zambarloukos, un director de fotografía que mediante la luz y los encuadres te transporta al Belfast que capturaron fotógrafos de la agencia Magnum desplazados al terreno, como Chris Steele-Perkins o Stuart Franklin. También la banda sonora casi monopolizada por el rugido del León de Belfast aporta dinamismo y apego al filme. Una presencia casi exclusiva de Van Morrison que rompe la estelar “Everlasting Love”, en la versión de Love Affair. Una gema preciada por la escena northern soul y fija en el Top 40 estadounidense durante cuatro décadas que sirve para acompañar el único número musical del filme.
Se puede entender la prudencia por no echar sal a cicatrices no selladas, pero su punto de vista, sesgado y reduccionista, termina por hacer un flaco favor a los libros de historia e incluso extrema las posiciones de uno y otro bando. Paradójicamente, entorpece esa buscada concordia que expresa explícitamente con el recuerdo, ya en los títulos de crédito, “a los que se fueron, los que se quedaron y los que se perdieron por el camino”. ∎
Yann Demange debutó en el celuloide con esta febril mirada al conflicto de Irlanda del Norte en uno de sus momentos más bravos, 1971. A través del punto de vista de un soldado británico dejado atrás, en territorio hostil, por sus propios compañeros de tanqueta, el pulso frenético del realizador sumerge al espectador en la odisea de supervivencia en primera persona de este joven desnortado. Un recorrido desesperado por las calles de Belfast como escenario prebélico, incendiado por el IRA, los paramilitares y el odio y la desconfianza exacerbada.
En el estilo de Demange se reconocía la caligrafía nerviosa y contundente con la que Paul Greengrass sacudía al cinéfilo en su realista recreación del fatídico “Domingo sangriento”. Un filme político, parapetado en el verismo gracias a su estilo semidocumental, que pormenoriza la cronología de una fecha para la infamia (30 de enero de 1972) que precipitó la escalada de violencia de toda la zona durante el siguiente cuarto de siglo.
Muchos cinéfilos la incluyen sin pestañear como una de las mejores aproximaciones a los años más calientes del conflicto norirlandés. Jim Sheridan, en una de las cimas de su carrera, traslada a la gran pantalla uno de los errores más sangrantes de la justicia británica, el de “Los Cuatro de Guildford”. En la piel de un joven jipi condenado a cadena perpetua injustamente por unos atentados del IRA Provisional en suelo inglés, Daniel Day-Lewis ofrece un recital interpretativo. Mitad drama carcelario, mitad drama judicial, explosivo y sobrecogedor alegato sobre los daños colaterales en cualquier conflicto, prevalece como una de las mejores cintas británicas de los años noventa.
El máximo referente del cine social inglés de las últimas décadas ganó notoriedad como cineasta con esta aproximación a las cloacas del conflicto que centra estas líneas. Un thriller político, ambientado en los 80, que giraba alrededor de dos abogados estadounidenses que destapan secretos incriminatorios durante los años del plomo y la cal. Frances McDormand –todavía sin sus tres premios Óscar– y Brian Cox –Logan Roy en “Succesion” (2018-), todavía sin entronar– protagonizan la obra más aséptica de Ken Loach.
Publicado en su versión original en 2019, objeto desde entonces de cantidad de premios y alabanzas críticas, la monumental obra del periodista Patrick Radden Keefe expone todos los pormenores de “The Troubles” a ritmo de thriller trepidante. Una no ficción literaria (así se etiquetó) que empieza con la desaparición de Jean McConville en diciembre de 1972, dejando atrás diez hijos marcados por el miedo, la rabia y la congoja exasperante. A través de su prosa eléctrica y el rigor periodístico, el autor te secuestra, te horroriza y te mutila con el relato de los episodios más cruentos e infames de la Irlanda del pasado siglo. ∎
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