Puede que Juanjo Bona haya sido el artista más desconcertante salido de la factoría OT. De hecho, su paso por el megapopular concurso televisivo fue la última etapa de un largo periplo anterior por talent shows, locales y nacionales, de todo pelaje. En cierto modo, el joven aragonés se puede entender como uno más que se sube al carro de la tendencia tan en boga de modernización de los folclores peninsulares. Algo de eso hay, pero se presiente mayor honestidad que oportunismo en ese intento, incluso aunque Universal esté detrás.

A sus 21 años, Bona es todavía un artista en construcción, y es desde ese lugar desde donde ha grabado su álbum de debut. Maneja lo que mejor conoce, que es la jota, pero la lleva por caminos poco obvios, y muy personales desde el prisma lírico. Son todas ellas canciones autobiográficas que, desde el costumbrismo, cuentan experiencias personales, reivindican su pueblo natal (Magallón, localidad de mil habitantes en la provincia de Zaragoza), sus gentes, leyendas y tradiciones. Bona parece utilizar esas canciones para situarse a sí mismo en el mundo y encontrar un asidero vital. “Mis tías”, uno de sus primeros singles de adelanto, es un homenaje a las trabajadoras del colegio mayor en que estuvo alojado en Madrid, “Moncayo” habla de la vista desde la ventana de la habitación de sus padres, “La plaza y el río” es una celebración serena de su relación de pareja, y el tema final, “Últimamente”, reivindica la vuelta a las raíces y a la familia como antídoto contra la incertidumbre y los vaivenes de la popularidad y el éxito. Un tema muy en boga que él viene a plasmar desde la misma filosofía que María José Llergo, y que también tiene mucho que ver con la de casi todos los jóvenes neofolcloristas que cantan desde la España vaciada. Aunque, en realidad, él se ha apoyado más en músicos muy concretos de la escena indie pop, que no son los más populares ni los más reconocidos: en los créditos, aparecen como cocompositores gente de El Buen Hijo, Fresquito y Mango, Confeti de Odio o Irenegarry.

El sonido se ciñe bastante bien a aquel concepto de “Raíces y Cables” que Luis Lles acuñó para el añorado festival oscense Periferias (y donde, seguro, Bona habría encajado plenamente). Contribuye a ello la producción de Marcel Bagés y David Soler, quienes, sin duda, han jaleado al vocalista a la hora de buscar una perspectiva más audaz de lo previsible en la construcción de las canciones. Eso se plasma incluso en la secuenciación, ya que los temas de producción más arriesgada se sitúan al principio del disco: el citado “Moncayo” y, sobre todo, “Villano”, que comienza recordando a Panda Bear y termina arrancándose hacia la jota festiva. A continuación, “Virgen de Magallón” recrea una leyenda del siglo XIII con humor y un ligero futurismo tecnológico, incluso con una sutil manipulación de su voz.

Sin embargo, en la segunda mitad del disco vemos predominar a un Juanjo Bona más acomodado en los cánones del pop melódico comercial español. Especialmente “Golondrinas” y “La plaza en el río” lo muestran con una voz excesivamente educada en esos parámetros, muy en la onda de Pablo Alborán o Pablo López. En algunas entrevistas, él mismo ha reconocido que eso era lo que quería hacer al principio, pero fue desde la industria desde donde le recomendaron que esquivara huir de lo estandarizado y buscara una senda más propia y diferencial. En ese cruce de caminos se encuentra ahora mismo un artista con mucho potencial y mucho que (des)aprender todavía. Recientemente, él reconocía también, tras un encuentro con Rodrigo Cuevas, que sus canciones eran aún demasiado naífs, demasiado cándidas. En “Recardelino” reina la placidez, y apenas hay conflicto. El asturiano, al parecer, le impulsó a que rompiese con ello y buscase más el atrevimiento. Veremos si es por ahí por donde se incursiona el futuro Juanjo Bona. ∎