Robert Smith, todavía único (después de tantos años). Foto: Sergi Paramès (Furalabfoto)
Robert Smith, todavía único (después de tantos años). Foto: Sergi Paramès (Furalabfoto)

Concierto

The Cure: presente perfecto

Podría decirse que han pasado seis años desde la anterior actuación de The Cure en Barcelona, pero eso sería perder de vista la realidad. El directo que la banda ofreció en el Palau Sant Jordi ayer jueves, 10 de noviembre (hoy llega a Madrid), demostró que en sus conciertos el tiempo no existe: es una abstracción capaz de unir varias décadas y varias generaciones para que bailen y canten y demuestren que The Cure sigue siendo un tiempo verbal conjugado en presente perfecto.

11. 11. 2022

El mismo día en el que The Cure toca en Barcelona –es decir, ayer jueves 10 de noviembre– saltaba la noticia de que Paul Weller había aprovechado una entrevista en el número de diciembre de la revista ‘Record Collector’ para insultar a Robert Smith. ¿El motivo? Algo tan sui generis como que el entrevistador deja caer que una canción del próximo disco de Noel Gallagher se parece al mítico “A Forest”, de The Cure. ¿Las palabras de Weller?: No lo puto aguanto. Puto gordo asqueroso, con su pintalabios y toda esa mierda. Tiene mi edad, ¿no? Es un inútil. Ahí lo llevas. Le abofetearía, o algo”.

La banda, sin embargo, sale al escenario del Palau Sant Jordi con puntualidad británica –el concierto tenía que empezar a las nueve en punto y empezó a las nueve en punto– y ajena a cualquier tipo de drama. Lo hace después de que The Twilight Sad se haya marcado una actuación de 45 minutazos en los que ha ido tiñendo de oscuridad el ánimo del recinto a base de largas progresiones noise y de indie rock clasicote lubricado por una voz lírica que invita a visitar el cementerio a medianoche. Entre concierto y concierto, sonido de tormenta mientras la gente va encontrando su asiento o buscando su hueco en pista.

Y entonces, sí, con la sala totalmente a oscuras, con el escenario envuelto en niebla blanca atravesada por flashazos a ritmo de truenos y lluvia, The Cure sube a las tablas sin fastos y con la mayor de las parsimonias. Podría hacerlo, pero no fuerza el espectáculo, el divismo o el baño de masas. Incluso Robert Smith toma posición con sonrisas cálidas, cercano pero no tan cercano como para parecer ansioso, lejano pero no tan lejano como para parecer altivo. Natural.

Con un hiperactivo e histórico Simon Gallup al bajo. Foto: Sergi Paramès (Furalabfoto)
Con un hiperactivo e histórico Simon Gallup al bajo. Foto: Sergi Paramès (Furalabfoto)

El concierto arranca con “Alone” y en cuanto empieza a sonar es como si el tiempo no hubiera pasado. Como si el tiempo estuviera sostenido sobre nuestras cabezas de forma ingrávida. Porque de eso va una actuación de The Cure en 2022: de convenir que el paso del tiempo no tiene sentido y que estamos en los 80 o en los 90 o en los dosmiles o en los 2010 o en los 2020… Que estamos cuando sea que fuiste fan de The Cure porque da igual cuándo fuera eso. Lo que importa es que tú lo seas aquí y ahora. Y que vibres en la misma frecuencia que toda la comunidad que se vuelca en el concierto desde la primera oleada emocional que recorre el Sant Jordi, de las gradas hasta el escenario.

La última visita de The Cure a Barcelona fue en 2016 y, desde entonces, no hay nuevo disco. Sigue habiendo rumores de que el próximo álbum –“Songs Of A Lost World”, ese es el título que filtró Robert Smith el pasado invierno– será el último. Sigue habiendo habladurías de que la próxima gira será la última. Pero lo cierto es que la banda incluye un total de cuatro canciones nuevas en su repertorio barcelonés: la mencionada “Alone”, “And Nothing Is Forever”, “Endsong” y “A Fragile Thing”. Todas suenan bien, sin revoluciones sonoras a la vista pero también sin fracturas innecesarias que, a estas alturas, ya nadie busca.

El concierto se divide en tres partes. El primer tramo, el más largo con un total de dieciséis canciones, solo se permite algunos hits masivos: “Pictures Of You”, “Lovesong”, “Burn” –de la banda sonora de “El cuervo” (Alex Proyas, 1994)–, “Play For Today” y “A Forest”. La intención es otra: construir un ambiente, un estado de ánimo, una hipnosis colectiva que obligue al público a abandonar el mundo de gratificaciones instantáneas a modo de like, stories de quince segundos y canciones de dos minutos inducidas por el algoritmo de Spotify para meterse de lleno en estas composiciones que son espirales de fuego a cámara lenta. Canciones en las que la batería es ráfaga de viento ascendente, los teclados planicie en calma y las cuerdas pura caída en cascada. Canciones en las que The Cure demuestran un arte laborioso y minucioso del que se desprende una calidad técnica incontestable, que se articula en forma de bola de derribo sonoro en la que, sin embargo, pueden distinguirse bien afiladas y afinadas todas las partes instrumentales que la componen.

Robert Smith, genio y figura (a pesar de Paul Weller). Foto: Sergi Paramès (Furalabfoto)
Robert Smith, genio y figura (a pesar de Paul Weller). Foto: Sergi Paramès (Furalabfoto)

El primer bis, con tan solo cuatro temas, es un intermedio para dejar que el público respire. Este bis va a ser alegre, anuncia Robert Smith antes de abrirlo con “I Can Never Say Goodbye”. Esta primera canción va sobre la muerte de mi hermano, añade en un ataque de humor negro ante el que nadie ríe. El inglés, nuestra gran asignatura pendiente. “Plainsong”, “Prayers For Rain” y “Disintegration” cierran este tramo y dan paso al bis final. O a lo que es lo mismo: a la apoteosis. ¿Qué ocurre cuando The Cure atacan bien seguiditas “Lullaby” (con Smith haciendo otra broma al arrancarse a cantar las primeras líneas de “The Blood”), “The Walk”, “Friday I’m In Love”, “Doing The Unstuck”, “Close To Me”, “In Between Days”, “Just Like Heaven” y “Boys Don’t Cry”? Pues ocurren dos cosas.

La primera es que la banda deja bien claro que están aquí por y para el público. Su público. Ese público que se ha entregado durante casi tres horas de concierto y que ha visto cómo The Cure les regalaba en bandeja de plata todo lo que había venido a ver y escuchar. E incluso un poquito más: también nos ha regalado una preciosa lección sobre cómo la dignidad artística tiene mucho que ver con la honestidad, algo que Smith y compañía practican de forma afable y entrañable moviéndose como paquidermos por el escenario –todos menos un hiperactivo y sublime Simon Gallup– y enzarzándose en varios tête à tête en cámara lenta que tienen mucho de familia bien avenida.

La segunda cosa que revela este grand finale es que resulta inevitable mirar a tu alrededor y darte cuenta de qué ha estado ocurriendo aquí realmente. A la entrada del recinto me he encontrado con un amigo estilista que se ha plantado en el concierto pintado como una puerta ochentera, y a la salida me encontraré con otro colega medio descamisado y bañado en sudor y lágrimas porque nunca había visto a la banda en directo y este desvirgue ha coincidido con la ruptura con su novia. Sentade a mi lado en el palco de prensa, une chique que no debe tener más de 22 años se ha pasado todo el concierto haciendo headbanging y tomando apuntes en un móvil del que cuelga una cinta con el arcoíris de la comunidad LGTBIQ+. Tres mesas más allá, otre chique jovencísime que no ha parado de teclear en el ordenador con sus uñas de gel negras acaba levantándose para bailar junto a otro periodista que pinta canas. En la fila de atrás, un grupo de periodistas de diferentes edades que en redes sociales se distanciarían llamándose mutuamente “pollaviejas” y “ofendiditos” no ha parado de bailar y corear y abrazarse como si estuvieran haciendo piña en pista. Miraras cuando miraras hacia las gradas, siempre había algún móvil con el flash danzando en la oscuridad y dejando claro que esa era la canción de alguien: todas y cada una de las canciones de The Cure son “la canción” de alguien que la vive apasionadamente. ∎

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