Cuesta agradecer la labor de Landy. No solo porque sus intromisiones anularon lo que pudo ser un memorable disco de regreso,
“Brian Wilson” (Sire, 1988), sino porque, cuatro años después de que la Corte de Santa Mónica lo apartase de Brian, este aún sonaba agrietado en
“I Just Wasn’t Made For These Times” (MCA, 1995), y ni en el edulcorado
“Imagination” (Giant, 1998) Brian supo tomar las riendas. Y, bueno, porque tampoco puede decirse que el actor Richard Harris, otro de sus pacientes, quedase como nuevo. Ni sus más arriesgadas terapias podían asegurar que Brian Wilson llegaría donde está hoy. En los últimos diez años, cada avance ha sido una sorpresa mayúscula.
En 1999 Brian había perdido a su padre (en 1973), a su hermano Dennis (en 1983), a su madre (en 1997) y a su otro hermano, Carl, hacía unos meses. Pero llevaba cuatro años casado con Melinda Ledbetter, se había vuelto a instalar en Los Ángeles y, lo más importante, había decidido emprender su primera gira como solista. El 9 de marzo cantó veintisiete títulos en un pequeño teatro de Michigan. Lo respaldaba esa cariñosa armada de sanchopanzas del surf-pop que son The Wondermints. Iba tan en serio que al cabo de un año grabó el concierto de Los Ángeles, comercializado desde su propio sello como
“Live At The Roxy Theatre” (Brimel, 2000), y anunció otra gira para interpretar, íntegro y con orquesta, el seminal “Pet Sounds” (Capitol, 1966) de los Beach Boys.
Yo, lo siento, pero incluso arrastrado por la comprensible euforia que supuso ver a Brian Wilson en 2002 reconstruyendo tan conmovedor álbum, no podía dejar de pensar que en Londres estuve contemplando a un señor de 59 años mientras recordaba que a los 24 fue un genio. Con la mirada fija en las letras que le dictaban dos pantallas de ordenador instaladas sobre el teclado, se veía a Brian agarrotado y quebradizo, aterrorizado por la posibilidad de equivocarse y ser abucheado. Paciencia: la música estaba haciendo su trabajo, filtrándose en su mente y solidificando su astillado subconsciente.
Un día, refiriéndose a su banda, Brian afirmó:
“Si hubiese tenido a estos chicos en 1967, podría haber llevado ‘SMiLE’ de gira”. ¡Lo que dijo! También había declarado que le apetecía grabar un disco de rock’n’roll, pero eso podía esperar. Completar
“SMiLE” (Nonesuch, 2004) era el paso lógico tras representar “Pet Sounds”, pero también era dirigirlo hacia ese desfiladero que nadie se atreve a cruzar. Melinda lo veía como
“un buen modo de ahuyentar sus demonios del pasado”. Y entre ella y sus mánagers convencieron a Brian.