El título del álbum “Music For The Mases” (Mute, 1987) acabó intercambiando un poco de ironía por profecía autocumplida. Este 2023 marca el retorno de la banda que puso a Basildon en el mapa con un espectacular nuevo álbum, “Memento Mori” (Columbia-Sony, 2023), y su consecuente gira, quizá la última. Con ambos proyectos debutarán en el festival Primavera Sound como cabezas de cartel el próximo mes de junio en Barcelona (2) y Madrid (9).
Cuarenta años de carrera son toda una vida y en ella hay tiempo para casi todo: muertes –el pobre Andy Fletcher (1961-2022) falleció el año pasado por un desgarro aórtico–, experiencias cercanas a la muerte –Dave Gahan, sus desventuras con el speedball y otras actividades autodestructivas–, enganches menos mediáticos pero igualmente demoledores –el también superado alcoholismo de Martin L. Gore–, deserciones desgarradoras –Vince “lobo solitario” Clarke en 1982 y Alan “el primero de la clase” Wilder en 1995– o cambios de ciclo como la absorción de Mute por EMI en 2002. Con el sello de Daniel Miller ficharon en 1981 al estilo Factory, verbalmente, ignorando los cantos de sirena de las compañías multinacionales.
Dicho esto, la carrera de Depeche Mode solo puede calificarse de éxito rotundo y sostenido durante más de cuarenta años. Un grupo de chavales que forjó su propio camino bajo la atenta mirada de una prensa que los juzgó a menudo con recelo, especialmente la británica, y de una vieja competencia, simplificando diríamos que la del rock, con una banda de sintetizadores que acabó llevándose el gato al agua gracias a sus altos estándares de calidad. Lo vuelven a hacer matemáticamente con cada álbum que publican y con cada extenuante gira mundial a la que se entregan.
La imagen proyectada por la banda fue siempre un problema a resolver, especialmente grave tras la marcha de Vince Clarke. Pasaron por casi todo: pin-up boys de pacotilla, empollones con jersey de cotón, leñadores futuristas… Uno de los momentos más embarazosos se dio con la promoción del single “See You” en 1982, cuando aparecen sosteniendo gallinas vivas durante un infame programa televisivo. Casi no podían contener la risa, pero estas cosas te marcan y la metáfora podía ser terrorífica. El mismo año, un inexperto Julien Temple los ridiculizó con el videoclip de “Leave In Silence”, uno de los más absurdos de la historia. Estuvo censurado por la banda hasta su inclusión en el estuche “Video Singles Collection” (Columbia, 2016).
Estas torpezas promocionales contrastaban con detalles importantes en el pop, más antes que ahora, como las portadas de los álbumes, obra del genial fotógrafo Brian Griffin en sus inicios. Destacan el paisaje tormentoso de “A Broken Frame” (Mute, 1982) o el trabajador metalúrgico encaramado a una cumbre alpina de “Construction Time Again” (Mute, 1983). Pero el proyecto necesitaba dar con una identidad visual que disipara aquella imagen lábil. La fueron modificando en su fase gótica, con más intensidad Martin L. Gore y su epatante travestismo S&M. Pero fue Anton Corbijn, quien ya les había fotografiado en 1981 para la portada del ‘NME’, quien solucionó la ecuación. El holandés acabó monopolizando la mayor parte de sus videoclips entre 1987 y 1997, las portadas de todos los álbumes desde aquel año hasta el día de hoy –nunca aparecen retratados en ellas salvo raras excepciones, como “Songs Of Faith And Devotion” (Mute, 1993)– o el operístico diseño de los escenarios. El objetivo fue endurecer su imagen. El truco: introducir la épica y americanizarlos, de nuevo casi hasta la parodia, con poses mohínas como de spaghetti western y cara de haber perdido la cartera. Solo Gore, con su sempiterna sonrisilla, se mostraba a veces un poco más relajado.
Pocas bandas han gozado de tantos compositores de calidad. Por Depeche Mode han circulado dos autores indiscutibles –Vince Clarke y Martin L. Gore–, uno notable aunque reticente –Alan Wilder– y otro meritorio, pasto de banquillo: Dave Gahan. Andy Fletcher nunca mostró interés en este apartado. La marcha repentina de Clarke hizo que Gore recurriera a canciones escritas en su adolescencia para completar el segundo álbum del grupo. Su capacidad acabó mostrándose mucho más versátil que la del antiguo líder, con algún que otro bloqueo creativo en el camino y el lógico déjà vu que amenaza tras cuarenta años exprimiendo a las musas.
Wilder nunca se sintió cómodo componiendo y prefirió centrarse en detalles como los arreglos, pero sus piezas, apenas nueve entre 1983 y 1986, fueron siempre excelentes. Gahan ha vivido un itinerario parecido al de George Harrison –salvando distancias abisales: al bueno de Dave no se le conoce un “Something”–, sometido al severo examen por parte de todos. Desde “Playing The Angel” (Mute, 2005) suele aportar entre dos y cuatro cortes por álbum, normalmente con una pequeña ayuda de los amigos. Gore encontró en él un compositor mimético, lo cual se comprende bien después de haber interpretado sus temas durante tanto tiempo. En “Memento Mori” aparece un nuevo polizón: Richard Butler, de los pasionales The Psychedelic Furs. Ha coescrito cuatro temas con Gore y no era la primera vez que lo intentaba.
El cuarteto canónico formaba una maquinaria perfecta: Gore componía, Gahan cantaba y bailaba –todavía compite sin sonrojo con Mick Jagger, veremos si dura lo mismo–, Fletcher tocaba el sintetizador bajo, hacía de relaciones públicas y contaba los mejores chistes, mientras que Wilder aportaba solidez en directo y musicalidad. Los tres primeros procedían de clase trabajadora y se tomaban en serio el principio de la división del trabajo, aunque mostraban poco interés en las tediosas sesiones de grabación y mezcla. Excepto Wilder, perfeccionista y ansioso por alcanzar el mismo estatus en el grupo. En los ochenta llegaron a registrar siete álbumes en estudio –“Violator” (Mute, 1990) se grabó en 1989– y veinticuatro singles con sus excelentes caras B. “Trabajar duro” era el lema compartido con Miller, además de un corte de Wilder.
Tras la espantada de este último para formar Recoil finalizada la gira de “Songs Of Faith And Devotion”, es interesante observar cómo el nombre de Depeche Mode desaparece en los créditos de producción de sus discos. También lo dejó estar un Daniel Miller con la necesidad de dedicarse más a la gestión de Mute Records, aunque siguió aconsejando a la banda. Desde entonces ha desfilado una legión de ilustres mercenarios en busca de novedad y nuevo impulso, no siempre alcanzado: Tim Simenon, de Bomb The Bass, en “Ultra” (Mute, 1997); Mark Bell, de LFO, en “Exciter” (Mute, 2001); Ben Hillier en “Playing The Angel”, “Sounds Of The Universe” (Mute, 2009) y “Delta Machine” (Columbia, 2013); además de James Ford, de Simian Mobile Disco, en “Spirit” (Columbia, 2017) y en el gran “Memento Mori”, esta vez junto a Marta Salogni. Desde 1993, el día de la marmota se ha repetido cada cuatro años: composición, grabación, mezcla, promo, gira y spa.
Puesto que fueron dos chicos formales –Vince Clarke y “Fletch”, miembros del club juvenil cristiano Boy’s Brigade– quienes empezaron toda esta historia, tras la muerte del último, en realidad, no queda nadie original en Depeche Mode. Ocurrencias aparte, hace muchos años que su corazón musical es un dúo: las composiciones de Gore, que entró originalmente como guitarrista, y la voz de Gahan, un cantante a reivindicar, con mucha personalidad y carisma. Eso sí, los intercambios de rol a los que ambos nos tienen acostumbrados solo funcionan porque predomina todo lo contrario. En perspectiva, la marcha de Clarke fue menos traumática –no sabía cantar y contaban con Gore como arma secreta– que la de Wilder: enfoque y cohesión. Por otro lado, el fallecimiento de “Fletch” ha servido para unir a los dos supervivientes. Es triste, pero suele pasar en muchos ámbitos de la vida.
Lo que nadie esperaba es que Gore rindiera tan fervoroso culto a su propio apellido, que significa “sangre derramada”, especialmente por un acto violento o lesión. Temáticas graves –sumisión, culpa, muerte–, también políticas y sociales, que él siempre ha rebajado calificándolas de simple “realismo”, puede que sucio. La vertiente experimental de Gore también amplió el espectro musical del grupo con su afición a las máquinas vintage o el aporte de instrumentales de su propia cosecha como “Big Muff” (1981) y “Oberkorn (It’s A Small Town)” (1982), faceta que siempre han cultivado con mimo. Uno de los méritos de Depeche Mode ha sido mantener el éxito masivo mediando temáticas tan introspectivas y trascendentes. Quizá se deba a la combinación de canciones sensacionales y un factor aleatorio que no habría intervenido sin la fe y el empeño de estos modestos paisanos del condado de Essex.
“Memento Mori” podría ser su mejor disco desde “Songs Of Faith And Devotion”. Miles de fans ya lo están saboreando en directo con la presencia de Peter Gordeno –multinstrumentista– y Christian Eigner –batería y sintes–, dos fijos discontinuos a quienes les toca la lotería una vez por legislatura. Cuando casi todo está dicho y hecho, se pueden rebajar las pretensiones de novedad para intercambiarlas por algo sencillamente bueno, incluso muy bueno. Sin abandonar la disposición experimental marca de la casa, pero tirando de repertorio en un sentido creativo. El nuevo disco cumple con esta fórmula vista la calidad de unas canciones donde Gore y Gahan, ese doble punto G de la historia del pop, parecen más compenetrados que nunca, a pesar de la notoria presencia de Richard Butler. Tras el sombrío Tánatos siempre vuelve Mr. Eros. Y dicen que no hay nada como una gran crisis para remontar el vuelo. ∎
Sus instrumentales conservan la marca melódica y esta cara B es un buen ejemplo de ello. Una minisinfonía melancólica y misteriosa que muestra la influencia del Bowie berlinés, el de cosas como “Warzawa”, y que en este caso tomó el nombre de la aldea luxemburguesa donde la banda se vio tocando una noche.
La influencia de Einstürzende Neubauten en Martin L. Gore, que se había mudado a Berlín –y había cambiado de novia– como tantos otros músicos anglosajones en busca de inspiración, florece en este encaje de folk industrial minimalista confeccionado a base de synclavier y sonidos encontrados. La canta él mismo con su característico falsete.
Probablemente, la única vez que Depeché Mode aparece con tilde en una edición discográfica. Pertenece al primer recopilatorio del sello Some Bizzare. Stevo, su promotor, no pudo evitar que firmaran por Mute, pero retiene el mérito de haber servido la primera grabación oficial del grupo en impetuoso modo minimal synth.
Su temática anticomercial –desnudez, sexualidad, inadaptación– la relegó en Estados Unidos a la cara B del single “But Not Tonight”. Se escucha el arranque del Porsche de Gahan –las paradojas del estrellato– entre amenazantes sonidos sintetizados. Flood hizo un remix del tema, algo bastante novedoso a la sazón. Sigue en cartel.
Prueba temprana y palpable de que podían ser algo más que una intrascendente banda de pop. “Master And Servant” añade samples, ritmazo y melodía a un contenido interpretable: la dialéctica hegeliana del mismo nombre –puede que de rebote–, dominación S&M o la violencia de género cuando casi nadie hablaba de ella.
“In Your Room” sería el último single en que figuró Wilder, muy entretenido en desahogarse con las percusiones. La fuerte tensión entre los miembros de la banda propició la creación de temas tan intensos como este. Un poco entre Scott Walker y Talk Talk, cuya relación con la comercialidad fue similar, aunque sin duda más radical.
El arte de elegir grandes canciones para el cierre de los álbumes se inaugura de forma espléndida en “Speak & Spell” (1981) con el single más exitoso de la breve pero valiosa era Clarke. También cerraban con ella la gira de “Spirit” (2017) en 2018 y es la única canción del mal llamado “bubblegum” pop que resiste actualmente en su repertorio.
En los directos, la masa responde como un resorte balanceando los brazos en alto al ritmo de este single rotundo sobre la fragilidad y la dependencia. Flashmob ritual mil veces repetido con origen en la coreografía que Gahan improvisó en el Rose Bowl de Pasadena el 18 de junio de 1988. Momento inmortalizado en el documental “101” (D.A. Pennebaker, David Dawkins y Chris Hegedus, 1989), que también tiene versión doble álbum.
Tipos desprejuiciados como Derrick May supieron reconocer –y reutilizar– el potencial de este punto de inflexión en la carrera de los ingleses. Coincide con el primer aterrizaje oficial de Wilder en el estudio y aún suena fresco como una lechuga. Aspirante a mejor tema del grupo si no hubiese sido por otro punto de inflexión.
Con las reticencias de Gore, Wilder y Flood aceleraron su balada original haciendo del tercer single de “Violator” (1990) el primer nº 1 del grupo y el más vendido de su historia. Corbijn disfrazó a Gahan de rey vagando por el páramo con tronomóvil en forma de hamaca buscando paz. Elegimos la versión del álbum con coda final. ∎
Algunas de las canciones acumuladas por Vince Clarke en Composition Of Sound vieron salida en el primer y único álbum en el que participó antes de fugarse a Yazoo. Depeche Mode fueron la sensación del nuevo synthpop durante aquellos primeros años de descubrimiento, especialmente por sus potentes directos. Gahan cantaba las letras de Clarke sin saber su significado, probablemente nada profundo. Grabado todo de forma manual, todavía asombra por su precisión, brillantez y pureza de sonido. Es la obra maestra del tecno-pop británico junto a lo mejor de OMD, The Human League y Soft Cell.
Se trata de un disco conceptual con inquietudes políticas y medioambientales cándidamente plasmadas en los textos de las canciones. Es el primer álbum donde aparece el productor Gareth Jones, introducido en la pandilla por Daniel Miller con la misión de poner orden tras la indefinición del infravalorado “A Broken Frame” (Mute, 1982). Obtienen un sonido electrónico de gran cohesión dominado por el novedoso empleo de samples. Acoge los singles “Love, In Itself”, con sus arreglos jazzísticos, y “Everything Counts”, todavía un fijo en los directos del grupo. Alan Wilder, el prometedor chico nuevo, contribuye en su grabación y aporta dos piezas excelentes.
Aunque volverían a ficharlo, Gareth Jones es sustituido por Dave Bascombe, artífice del posterior éxito de Tears For Fears y sus semillas del amor. Atrevido y comercial a la vez, “Music For The Masses” supone el inicio de una sucesión de obras maestras. En él conviven la experimentación erótica de “I Want You Now”, cantada a capela por Gore, cortes minimalistas como “Little 15” –con un gancho melódico indiscutible– o el crescendo expresionista de la fascistoide “Pimpf” a base de piano clásico percutante cortesía de Wilder, junto a cortes con la pegada de “Never Let Me Down Again”. La electrónica neogótica de Depeche Mode en su máxima y más sublime expresión.
El trabajo de toda una década cristalizó en “Violator”, un disco hoy de título casi impensable registrado entre Italia y Dinamarca. Bascombe cede paso en la producción a un joven de carácter llamado Mark Ellis, alias Flood, aun conservando el mismo factor aglutinante: Wilder. Por primera vez no trataron de replicar las maquetas de Gore, que experimentaron una transformación de efectos alquímicos bajo un mismo principio activo: querían que sonara más “electro” que el dramático “Music For The Masses” (1987). Hay consenso casi unánime en considerarlo su obra maestra. Llegó el reconocimiento de la crítica y vendió cerca de siete millones de copias.
Fue su último álbum como cuarteto y la última vuelta de tuerca real a la evolución de su sonido. Consolida la fase de apertura estilística del proyecto, y de paso hacia el mercado global. Sus efectos duran ya treinta años conformando la idea que se tiene de ellos a nivel popular. Habían dejado de ser una banda electrónica de culto para convertirse en animales de estadio. A ello contribuyó un repertorio que flirteaba sin rubor con el rock por influencia de Gahan, el góspel o el blues. Gran parte se grabó en Madrid a base de jams, drogas duras, fiestukis y mal rollo, especialmente entre Gore y Wilder, que dejó a la banda de nuevo huérfana dos años después. ∎
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