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o podemos empeñarnos en seguir midiendo el éxito de un artista de la misma forma en que lo hacíamos hace veinte, incluso diez años. Porque los tiempos han pasado y ahora el éxito ya no se calcula a partir de las listas de ventas –cada vez menos operativas– ni de la presencia mediática en medios tradicionales que no consiguen apelar a las nuevas generaciones. A día de hoy hay que considerar muchos otros valores a veces más volátiles. Digo esto porque, cuando me pasaron la preescucha de “La cantera” (Sony, 2022), el debut de Guitarricadelafuente, mi primer pensamiento fue “esto es tremendo, con esta mezcla de recuperación del folclore que tanto nos gusta últimamente, con calambrazos digitales a lo Bon Iver, como un Beirut patrio menos en tonos pastel y más en colores vivos, como todas esas producciones que ya se han visto sublimadas por Raül Refree –productor también aquí–, pero en versión campiña aragonesa… fijo que lo peta”. Sí, eso pensé. Sin darme cuenta de que el éxito de Álvaro Lafuente ya es un hecho y que se mide de forma diferente, independientemente de la opinión de ningún periodista. Y menos de la mía.
De repente, caí en que Guitarricadelafuente ya estaba presente en los carteles de la mitad (o más) de festivales de nuestro país. Y entré en su Instagram y vi que tenía casi 250.000 seguidores. Así se mide el éxito actualmente. El éxito a día de hoy, con media industria musical enrarecida por nuevas dinámicas escurridizas y elusivas, es que tu responsable de prensa te adore de la forma en la que desde el minuto uno percibí que la responsable de prensa de Álvaro lo hace.
Quedamos en la terraza de un hotel barcelonés, y el hecho de que el entrevistado llegue tarde me da tiempo para charlar con esa agente de prensa y percibir la honestidad con que está rendida a Guitarricadelafuente. Cuando Álvaro entra en acción, me gana al instante al seleccionar la mesa en la que vamos a hacer la entrevista y elige una en la que estemos frente a frente. Es una decisión sorprendente porque así ni él ni yo vamos a poder ocultar todo ese lenguaje no verbal que, a veces, es mejor evitar entre desconocidos. Pero él lo prefiere, dice.
Y, desde el principio del encuentro, queda claro quién es Álvaro Lafuente, que se toca el pelo todo el rato ordeándolo y desordenándolo, que llega cansado a la entrevista pero regala 50 minutos de conversación, que se ríe constantemente de forma serena pero abierta, que luce la España rural en el moreno de su piel pero que lleva una camiseta Marc Jacobs y unos pantalones Loewe en un contraste que dice mucho sobre quién es él… y quién es Guitarricadelafuente.
Parece que, desde que se lanzó tu disco, es imposible hablar de “La cantera” sin hablar de Cuevas de Cañart. Es un lugar que ya hemos visto en alguno de tus vídeos, pero me gustaría saber cómo se ve a través de los ojos de Álvaro.
Es el pueblo de mi abuela Carmina y, al final, es el sitio donde siempre hemos acudido en verano para reunirnos con la familia y con los amigos. Siempre lo he incluido en mi historia porque forma parte de mí. Creo que ahí es donde, de alguna manera, tuve las primeras conexiones con la música. Pero a lo largo del tiempo, más que en un sitio geográfico y físico, se ha ido convirtiendo en un lugar donde confluyen mis ideas y mi imaginario. Es un pueblo de 70 habitantes, pero, para mí, en mi mente, todo parte de este sitio y vuelve a este lugar. Hay algo místico, ¿sabes?
A mí me gusta definir esto como los “lugares mentales” que todos tenemos. Que parten de lo que hemos vivido en la realidad pero que, en nuestra cabeza, se convierten en algo diferente.
Sí, claro. Porque van cambiando.
¿Y qué es esto de que en Cuevas de Cañart tuviste tus primeros contactos con la música?
En la casa de Cuevas siempre hemos convivido con toda la familia: con los primos, la abuela… Y mis primos y yo, que somos las generaciones más jóvenes, no hemos tenido un contacto directo con la música. Pero mi bisabuelo, el padre de mi abuela, era el profesor de jota de Cuevas, el que enseñaba a los chavales a tocar la bandurria y la guitarra. Él traspasó ese relevo musical a mi abuela y en mi casa siempre ha habido bandurrias y guitarras por ahí tiradas, como rotas. Mis amigos empezaron a tocar la guitarra y mi tío también la tocaba. Mis primos también, y entonces pensé: “Pues yo también quiero”. Es ahí por donde empecé… Desde pequeño escuchas música porque es lo que tienes a tu alrededor, pero en el momento en que te pones a tocar la guitarra y empiezas a descubrir canciones y a indagar es cuando te empiezas a construir. A construir tu música. Creo que es en ese momento y en ese lugar cuando empecé a sentirme identificado con quién soy.
Entonces, ¿no tuviste una formación clásica de música? ¿Aprendiste en familia?
Sí, sí, todo en familia. Yo nací en Benicàssim y esta experiencia de música en familia era en Cuevas. Cuando estaba en Benicàssim, tocaba yo solo. Fue todo mano a mano: lo que ves en tu casa es lo que haces.
Aprender en un entorno familiar me parece algo muy orgánico y emocional. Algo que está muy presente en tu forma de concebir la música. Algo que en un conservatorio a lo mejor es mucho más frío.
Estoy de acuerdo con eso. No creo que hubiera sido capaz de estudiar en un conservatorio. Si quieres aprender la técnica, vale. Pero al final si lo sientes, lo sientes, ¿no? Aunque me llame “Guitarrica” no me considero un guitarrista ni mucho menos. Es diferente: cuando aprendo a tocar un instrumento, lo toco a mi manera.
Ya has mencionado Cuevas de Cañart y Benicàssim, pero ahora vives en Barcelona y antes pasaste por Madrid. Y solo tienes 24 años. ¿Cómo has hecho todo este periplo en tan poco tiempo?
¡Pues eso digo yo! (se ríe). Me vine a vivir a Barcelona hace dos años y medio. Cuando estaba viviendo en Benicàssim empezaban a llamarme para hacer conciertos y festivales y pensé que tenía que irme a Madrid. Fue entonces cuando empecé a hablar con gente de discográficas que se interesaban en mi música. Total, que estuve un año viviendo en Madrid… Pero realmente no llegué a vivir en Madrid. Era como una ciudad-cama, ¿sabes? Estaba de gira y no llegué a aprovechar la ciudad. Después, cuando conocí a Raül Refree y empezamos a trabajar, vino la pandemia y se paró todo. Entonces pensé: “Tengo que aprovechar el tiempo perdido y retomar la grabación del álbum”. Mi hermana también vive aquí, en Barcelona, así que me mudé. Y desde entonces hemos estado trabajando. Volviendo a la vida.
Espera, no te embales, volvamos a Benicàssim… ¿Crees que te ha influido de alguna forma crecer en una ciudad con festivales de música tan importantes?
Pues nunca lo había pensado. Lo he pensado a raíz de que me han empezado a hacer esta pregunta. Pero yo creo que sí. Tengo recuerdos de adolescencia de pensar “a ver quién trae el FIB” o “vámonos al parking y luego nos colamos”. Y no solo el FIB, también el Rototom y todos los festivales que ha habido. Es como si fueran las fiestas del pueblo. Llega esa época del mes en la que bajan los guiris de los autobuses y cambia toda la dinámica del pueblo. Así que yo creo que sí que me ha influido leer el cartel de un festival que se hace en mi ciudad y que escuchaba por las noches desde mi ventana. A los 16 años empecé a escuchar grupos británicos que, viviendo en otro sitio, no me habrían interesado. De hecho, cuando empecé a tocar y a escribir, escribía en inglés. Creo que todo está ligado.
Bueno, supongo que en aquellos tiempos todavía muchos pensaban que la buena música tenía que ser en inglés. Suerte que hemos evolucionado.
Sí, sí. También me pasaba a mí. Yo empecé cantando en inglés y en español. Ahora nunca canto en inglés. Es algo que tiene que ver con la intención que hay cuando cantas y que tiene que ver con lo que estás contando. Cantar en inglés no me hace gracia.
Tus inicios, de hecho, son fascinantes: empezaste a grabar canciones en tu casa con el micro del “Just Dance” y, de repente, te empezaste a viralizar.
Muy loco, ¿no? Porque además realmente fue muy rápido. Yo grababa en mi casa y de repente iban apareciendo sorpresas. Como que me decían “vente a tocar a este sitio” y yo pensaba: “¿Yo voy a tocar?”. Esta escala iba creciendo y cada vez era más grande. Como lo que pasó con mi primer concierto en Madrid… Fueron a anunciar el concierto y las entradas se agotaron al minuto. Ahí fue cuando me dije: “¿Qué está pasando?”. La gente a mi alrededor y mi familia, igual. No se daban cuenta de la magnitud de los acontecimientos. En ese momento fue cuando mis padres me dijeron que me fuera a Madrid y aprovechara la situación. Que lo explorara.
Pero es una situación que me deja muy loco. Normalmente cuando un artista agota entradas para un concierto ya suele tener un disco y un repertorio. Pero a ti esto te pasó cuando solo tenías algunos temas. ¿Había cierto componente de síndrome del impostor? ¿De “qué coño estoy haciendo yo aquí”?
Sí (su cara se paraliza en una divertida mueca de sorpresa que pronto se convierte en risa). Pero, bueno, al principio no. El primer año yo seguía grabando canciones y estaba entregando cosas nuevas. Pero entonces no había acabado la segunda gira, que era mucho más intensa, e iba con seis canciones propias y algunas colaboraciones. Sentía que no me había dado tiempo a digerir toda la información de todo lo que estaba pasando y que me estaba dando a conocer a la gente con algo que no me representaba, ¿sabes? Me sentía frustrado al pensar que hacía mis canciones y que cada una era muy diferente, que a la gente no le iba a llegar en claro quién soy y lo que quería representar. De hecho, yo mismo tampoco sabía lo que quería representar en ese momento. Fue hace tres años cuando decidí que quería hacer un disco y empecé a trabajar en ello. Empecé a bajar todas las ideas que tenía, a sentarlas y a decidir qué camino quería tomar y cómo quería trasladar el mensaje a la gente. No fue algo rápido. No fue como un meteorito que me hiciera pensar: “Esto es lo que quiero hacer y esto es quien soy”. Me sentí frustrado dos años: la gente no había escuchado el disco, pero yo ya lo tenía en mis manos. No quería exponerme. Hasta que no tuviera cosas nuevas, no quería ni que me vieran. Me parecía injusto y me daba vergüenza.
¿Fue entonces la pandemia la excusa perfecta para parar, alejarte de ese artista que no querías ser y enfocarte en lo que sí querías ser?
Sí. Para el año del COVID tenía la gira más grande que había hecho. Iba a pasar por festivales y por sitios muy distintos, con artistas muy diferentes, y yo no encajaba en ningún sitio. Creo que la gente iba a perderse la coherencia y se hubiera preguntado: “¿A qué perteneces? ¿Quién eres? ¿Qué rumbo tienes?”. Menos mal que pasó esto… A mí me vino muy bien. Si no hubiese tenido este parón, me habría arrepentido de hacer esa gira. Estaba llevando a la gente un concepto con el que no me sentía a gusto y con el que no me sentía representado.
Por suerte, llegó “La cantera”. ¿Por qué este título?
Pues mira, cuando tenía el disco a la mitad me pregunté: “¿Con esto qué hago? ¿Qué es lo que representa todo esto?”. Y me vino a la cabeza un recuerdo que tenía de pequeño, de cuando los niños iban pasando por la calle y el tío de un amigo mío decía: “¡Esa cantera! ¡Esa cantera buena!”. Este disco tiene toda la influencia tradicional, pero contextualizada en el presente. Para mí, “La cantera” tiene dos significados: por un lado, se refiere a esas generaciones que tienen la vista puesta en el pasado y cogen las enseñanzas y la tradición y las hacen suyas; y, por otra parte, ellos también construyen su propia tradición en el presente para que se traslade al futuro. A nivel sonoro, en el disco conviven muchos sonidos tradicionales con otros metálicos, y esto me traía una sensación futurística. En el arte del disco está el metal bastante presente precisamente por eso, porque de la cantera es de donde coges los materiales. Coges la materia y la pules para convertirla en algo con lo que construyes el futuro. Esta idea está muy presente: coger el material puro y fresco e ingenuo y convertirlo en otra cosa diferente.
Me encanta que tengas esta idea de hacerte consciente del papel que juegas en la cadena de transmisión del pasado hacia el futuro, porque a veces veo el panorama y me pongo fatalista y pienso que todo se va a la mierda, que las nuevas generaciones no tienen ningún interés en la tradición. Pero de repente salen artistas como tú y se me va el rollo apocalíptico. ¿Crees que esta transmisión es un trabajo que hay que hacer de forma consciente?
Yo creo que sí y que no a la vez. Porque no puedes forzar a la gente a que transmita algo, a que lo abrace y lo convierta en algo suyo. Porque al final la tradición es algo popular. El pop de ahora es el folk del futuro. La gente que se dedica a preservar el folclore es muy necesaria. Veo a los Fetén Fetén y se nota que Diego Galaz es muy conocedor del folclore de la península. Hay mucha gente que hace suya esta labor social de descubrir archivos antiguos y rescatar canciones para que no se pierdan. Es igual que un fósil: hay cosas que son importantes y que hay que preservar, hay que luchar para que aguanten… Pero tampoco hay que forzar a la gente a que le guste porque, a la vez, nosotros creamos nuestro propio folclore, que es lo que se escuchará en el futuro. Algunas canciones de toda la vida a lo mejor seguirán sonando en el futuro, pero luego se acabarán perdiendo. Y a lo mejor en 200 años el libro de lengua castellana será como “mira este archivo de aquellos tiempos, de Yung Beef”.
Es que no hay que sobreproteger la tradición. En todo caso, hay que conseguir que esa tradición sea sexi para los que vienen detrás. ¿Es lo que intentas con tu música?
(Silencio)
… ¿Coger la tradición y convertirla en algo que alguien de 18 años quiera escuchar en su día a día?...
Es que me ha gustado mucho lo de hacer el folclore sexi (se ríe con cierta malicia). Me ha gustado… Voy a hacer una camiseta con eso.
¡Oye! ¡Que te voy a pedir derechos! Que esto queda grabado…
(Volvemos a centrarnos) Sony no hubiera apostado por un disco como el mío si no viese algún tipo de interés en nuestra generación por volver a los orígenes. Lo digo en todas las entrevistas, pero creo que mi generación ha crecido con sobredosis de información y que hemos tenido muchos referentes. Tener tanta amalgama de cosas hace que pierdas la noción de lo original y de lo verdadero, y entonces no oyes nada fijo, todo es demasiado fluido y es difícil encontrar un estilo personal y duradero. Es por esto que en la música en menor medida, pero en la vida en general, te apetece más ir al bar cutre que al bar mono. Te apetece más una comida buena, unos torreznos, que un sushi. Hay gente para todo, pero realmente hay una corriente que tira más hacia este lado. Se ve sobre todo a nivel estético, en vídeos y fotos. Lo castizo se ha puesto de moda. En mi caso, por ejemplo, a la hora de representar un pueblo y la vida rural creo que no es justo romantizar la parte castiza, porque al final estás disfrazando la decadencia. También creo que la estética de los vídeos de este disco presentan a la juventud como en cualquier sitio: la música viene de antiguo, pero la juventud es igual en un pueblo y en la ciudad.
Entrando ya en la producción del disco, has dicho que el folclore convive con el futuro, que son los arreglos digitales. ¿Cómo trabajaste esta convivencia con Raül Refree?
Muchos de los instrumentos que se han grabado en el disco son acústicos: hay mucho contrabajo, muchas palmas. Son instrumentos acústicos pero procesados. A nivel de sonido esto es lo que más me ha gustado: partir de la raíz tradicional para convertirlo en algo más contemporáneo. Trabajar con Raül ha sido muy guay porque sientes que estás haciendo un trabajo como de orfebrería. Como si estuvieras haciendo figuras visigodas. Sería más fácil usar un hi-hat, pero, en vez de usarlo, hacemos un hi-hat con el pandero y las quincallas y luego lo procesamos. Trabajar con Raül es artesanía: pulir y limar el sonido y los instrumentos.
Y lo mejor de todo es que, a veces, escuchas a artistas haciendo esto y lo que escuchas es el esfuerzo, pero en “La cantera” suena natural. Suena orgánico. Y eso es muy complejo.
Sí, también. Es que es difícil la línea entre lo pretencioso y lo natural. Nosotros cuando decíamos “guau, qué guapo está esto” era porque conscientemente estábamos buscando el lado más friki. Queríamos sacarle el lado más friki a todo. Había canciones que tenían muchas ideas y nos parecía peligroso cruzar esa línea en la que alguien te dice: “Qué pedante, no me cueles tanta información”.
La pedantería no es sexi.
No (se ríe). No es sexi para nada.
Pero llegar a esta complicidad con Raül tuvo que llevar su tiempo. ¿Cómo disteis el uno con el otro?
Raül me dijo que me conoció por Niño de Elche, que nos puso en contacto en el momento en que yo había acabado una gira y quería comenzar a trabajar en un disco. Él propuso la posibilidad no de trabajar juntos, pero sí de conocernos. Así que quedamos en Madrid y le enseñé algunas canciones que ya tenía compuestas. Esto fue antes de la cuarentena, en 2019. Fue cuando me fui a Madrid… Y todo fue bastante rápido.
Lo interesante es que juntos construisteis este disco que por fin parece que te representa. En el que ya podemos empezar a hablar de rasgos de identidad de Guitarricadelafuente. Hay dos de estos rasgos que me parecen interesantes y el primero es obviamente la voz. No es una voz típica. ¿Es el resultado de un trabajo por tu parte?
No… Es algo que no me planteo. No pienso en ello, pero, de hecho, va cambiando con el tiempo. No porque me haga mayor, sino porque cuando escucho audios de hace un año siento que cantaba de forma diferente. No sé si es que mi voz se va reeducando o simplemente va cambiando de registro. Es lo mismo que hablábamos antes sobre cómo aprendí a tocar la guitarra. Cuando se comenzó a profesionalizar todo, pensé que quizá debería empezar a hacer sesiones de canto o algo para entrenar la voz, para aprender técnicas y recursos. Pero me aburría en las clases. Y no me aburría por vago, es que al final lo importante es cantar a gusto y yo no quiero estar pensando mientras canto. Quiero gozarlo. Lo mismo me pasa con eso que me dicen sobre el acento o la dicción. En este disco canto tal y como me salía: esas dicciones y esas maneras de cantar es lo que me salía con estas canciones. Si me pongo a cantar una jota, por ejemplo, no voy a sisear. No tiene sentido. Y cuando canto versiones argentinas lo hago con acento argentino porque me sale así. Al final mi inspiración a la hora de cantar viene de Latinoamérica y Andalucía, pero también de Aragón. De repente, en una misma canción puedo hacer una zeta o una ese en la misma estrofa. ¿Por qué lo hago? No lo sé.
El segundo rasgo de identidad de Guitarricadelafuente me parece que va a ser lo que hablábamos al principio: lo onírico. La no representación de lugares reales, sino de “lugares mentales”.
Yo creo que sí. Sobre todo en el sonido, pero también a la hora de escribir. No me gusta escribir sobre cosas literales, me gusta usar pocas palabras pero usar imágenes y palabras potentes. Que inciten a la imaginación de cada persona. Quiero que haya muchos mundos en las canciones. Y esto es algo que también está en la estética, en los vídeos, todo va acompañado. Me gustan las historias antiguas, que tengan misticismo y misterio, un aire onírico. Que una misma canción contenga muchos lugares geográficos y muchos colores diferentes. ∎
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