Squarepusher, el nombre estrella del festival. Foto: Piru de la Fuente
Squarepusher, el nombre estrella del festival. Foto: Piru de la Fuente

Festival

L.E.V., diamante sintético

El festival L.E.V. –Laboratorio de Electrónica Visual– ha celebrado su 16ª edición entre el 28 de abril y el 1 de mayo en Gijón. En él se materializa un cruce de las ramas artísticas contemporáneas que más se han extendido en las últimas décadas: la creación sonora electrónica y el arte visual digital. El L.E.V. sigue fiel a la promoción de actitudes estéticas que abogan por la vanguardia, la experimentación y la contemplación. Y lo consigue con un cartel diverso, con artistas tanto locales como internacionales y con una organización que sabe que solo crece bien lo que se trata con cuidado.

En este sentido no es de extrañar que el público se haya mantenido leal: la asistencia sigue siendo tan numerosa como internacional pese a la crisis pandémica. El interés del L.E.V. por las ramas de la música electrónica y el arte tecnológico lo equipara a festivales como MIRA o MUTEK, pero dos de sus maravillosas particularidades son la localización y los espacios.

El festival se extiende por distintos puntos de Gijón, entre ellos la Capilla del Palacio de Revillagigedo, donde se encuentra la instalación audiovisual de Playmodes, y la Escuela de Comercio, donde se proyectan tres piezas de realidad virtual dirigidas a la crítica social. A partir del sábado, las actuaciones comienzan en el ensoñador paisaje del Muséu del Pueblu d’Asturies, donde se puede disfrutar de las actuaciones sobre la hierba del jardín o bajo la estructura de madera del Tendayu. Por la tarde, las actividades se trasladan al anfiteatro de la fascinante Universidad Laboral.

La suntuosidad de todo este conjunto contrasta con la última estancia del recorrido, la nave de LABoral Centro de Arte y Creación Industrial, inmensa construcción dedicada a proyectos de creación artística que durante la noche es un espacio dedicado a la música electrónica, al disfrute de gigantescas proyecciones y a celebrar las reminiscencias de la cultura rave. Porque el L.E.V. se transforma en cuanto pisamos las naves. Hay parkineo, hay reencuentro de ravers veteranos que se abrazan y recuerdan batallitas entre latas de cerveza, hay meadas furtivas y gente detrás de cristales tintados. LABoral, espacio que ha vivido en meses pasados una tormenta política por un quítame allá esos puestos, ya es sinónimo de baile en un entorno privilegiado. Yendo a ver a Squarepusher, resulta inevitable curiosear por el pantagruélico espacio en que está organizado el evento, a pocos kilómetros del centro. Antes era un mamotreto franquista, y se ha recuperado como sede de la cultura institucional, aislado de la ciudad, de su pulso vital, próximo a la autopista, al nexo con el resto de Asturias. En ese espacio se han programado desde su apertura hace ya más de una década artistas de postín en casi todas las disciplinas imaginables. Sin embargo, no es un espacio que se constituya como prolongación de Gijón, ya sea por un transporte público deficiente –¿conseguirá el soñado “metrotren” acabar con esto?– o por la propia estructura tricéfala de la región. Antes de llegar a este escenario caminamos por pasillos interminables en los que se pueden ver grandes espacios de ensayo, oficinas de creación o bibliotecas. ¿Por qué la disposición institucional de estos espacios no repercute en una escena local (musical, artística) más vibrante? ¿Qué hace falta para que Gijón vuelva a ser sinónimo de vanguardia y no de cultura provinciana?

La naturaleza dual del festival es clara. Conviven familias con hijos y ravers de mandíbula batiente, el público veterano que reposa en las butacas de los teatros de la LABoral con la pequeña simulación de una fiesta de prao que tiene lugar en el Muséu del Pueblu d’Asturies. El L.E.V. no secuestra la ciudad, como hacen otros festivales de mayores dimensiones, y pasa desapercibido para el grueso de la población gijonesa. Pero tiene un público fiel, lo suficientemente heterogéneo para asumir que no es un festival de nicho, sino un acontecimiento cultural para una ciudad que ya no está acostumbrada a tenerlos. Sin casi salas de conciertos funcionales, con un underground moribundo, Gijón encuentra en el L.E.V. –o en clubes como el Lanna– un pequeño reducto que le recuerda su potencial creativo, en ocasiones absorbido por la presencia vigilante de lo institucional y lastrado por la propia idiosincrasia asturiana, envejecida y culturalmente conservadora. Cabe discutir, eso sí, si el L.E.V. se ha acomodado en una cierta noción de vanguardia que era preponderante cuando tuvo lugar su primera edición, y si la frescura que da el mezclar las propuestas de música experimental con ciertos popes de la electrónica de baile no queda abocada a la progresiva caída en clichés. Sea como fuere, es un lujo para una ciudad que pelea contra el centralismo cultural.

“Echo Chamber”: el impacto visual Martin Messier. Foto: Piru de la Fuente
“Echo Chamber”: el impacto visual Martin Messier. Foto: Piru de la Fuente

Martin Messier

Viernes, 29 abril, Teatro de la Laboral

El performer canadiense Martin Messier se encargó de inaugurar de facto las actuaciones en directo, y lo hizo presentando la pieza “Echo Chamber”. Es una propuesta cuyo impacto visual parece rozar la mímica o la sucesión de trucos de magia, en una concepción de la música electrónica que enlaza con los Intonarumori de Luigi Russolo. El encanto de la pieza reside en el magnetismo del instrumento principal, una cámara de eco inusual que resulta primitiva en un contexto tan tecnificado como extrañamente acorde a ese pequeño desfile de sorpresas que suele ser el escenario del Teatro de la Laboral. Los paneles que usa para crear sonido se convierten en protagonistas de los visuales, creando un juego de sombras chinescas que cautiva y divierte, en una instalación que bordea de forma muy agradable lo circense. SF

Myriam Bleau

Viernes, 29 abril, Teatro de la Laboral

Myriam Bleau siguió a Messier en el mismo escenario. Su “Unsculpt” llenó el teatro de pasajes glitch que resultan evocadores, particularmente para aquellos que crecieran con una informática –la de los últimos 90 y primeros 2000– que hoy suena a reliquia, pero que en su momento portaba la llama de un futuro patrocinado por Microsoft. En “Unsculpt” la arquitectura efímera y los paisajes digitales –difusos, pixelados– tienen un aire onírico y en ocasiones son conmovedores. La música evita lo melódico y la repetición, ignorando la idea de patrón, dejándose llevar por el cambio permanente de unos visuales en los que las estructuras representadas –edificios 3D pixelados, movimientos cadenciosos por paisajes virtuales que parecen renderizados sin esfuerzo– buscan llevarnos al territorio del sueño, del equilibrio entre lo perturbador y lo familiar. Lo consigue en los momentos más exitosos de la performance. Cuando hace seis años la artista de Montreal presentó en el mismo lugar “Autopsy.glass”, su propuesta era física y tensa. Ahora es etérea, más sutil, quizás menos impactante, pero con más poso. SF

Los beats de Sam Barker y la obra visual de Reza Hasni. Foto: Piru de la Fuente
Los beats de Sam Barker y la obra visual de Reza Hasni. Foto: Piru de la Fuente

Barker & Reza Hasni

Sábado, 30 de abril, LABoral Centro de Arte

Los beats de Sam Barker, que combinaba su propuesta con la obra visual de Reza Hasni, remitían a los 90. Habitual de cabinas tan prestigiosas como las de Berghain, activa el recuerdo de aquella etiqueta tan pretenciosa como descriptiva: IDM. Contó con un público entusiasta y ejecutó bien su set, pero la propuesta tenía un claro poso revival que se convirtió en el elefante en la habitación a la hora de analizar parte del cartel. ¿Cuándo deja un artista de ser vanguardista para hacer algo que, aunque nos resulte inconcebible, no deja de ser canalización de sonidos del pasado? ¿Cuál es la relación de un festival que se entiende a sí mismo como laboratorio con ese pasado? El halo de vanguardia cultural de la electrónica de baile resulta dudoso si recicla sus propios clichés. Los “sonidos de Marte” de los que hablaba David Stubbs cada día son más terrenales, lo cual tiene claras ventajas pero también hace que el festival se tenga que replantear un elemento esencial: ¿Está la vanguardia en 2022 en el mismo lugar que en 2007? SF

Jana Rush

Sábado, 30 de abril, Museu del Pueblu d’Asturies

Se suele englobar el trabajo de la norteamericana Jana Rush bajo la etiqueta footwork, pero la falta de convencionalidad en su último álbum, “Painful Enlightenment” (2021), la acerca al IDM experimental. Rompe continuamente los límites del género, toma samples que van desde gemidos de personajes que parecen salidos de un videojuego a calmados y melódicos punteos de guitarra y arrullos de pájaros. Construyó “Painful Enlightenment” mientras combatía la depresión y los pensamientos suicidas. Sin embargo, en su actuación hizo una selección de sus cortes más enérgicos y bailables de footwork y alguno cercano al house. El público vitorea entre los rápidos cambios entre tema y tema, a lo que ella responde con una agradecida y confiada sonrisa tras sus misteriosas gafas de sol. Empezó a pinchar con 10 años y a producir durante su adolescencia. Esta veteranía explica la meticulosa superposición rítmica que hace que el cerebro dedique toda su energía a seguir el ritmo con el cuerpo. TF

Jason Sharp, cobijado en el sello canadiense Constellation. Foto: Piru de la Fuente
Jason Sharp, cobijado en el sello canadiense Constellation. Foto: Piru de la Fuente

Jason Sharp

Sábado, 30 de abril, Teatro de la Laboral

Entre todos los artistas del cartel, Jason Sharp es uno de los que más se aleja de ideas preconcebidas. Su propuesta, resumida en álbumes como “The Turning Centre Of A Still World” (2021), ha encontrado cobijo en el sello canadiense Constellation. No es casual. Igual que sucede con la música de Godspeed You! Black Emperor, la obra de Sharp tiene querencia por la repetición y el crescendo. Su aparato expresivo se centra en los instrumentos de viento-metal y en su propio cuerpo. Conecta un monitor cardíaco a una maquinaria de sintetizadores modulares, guiando la ejecución de los instrumentos de viento-metal con su percepción física del entorno. El pulso del artista de Montreal se funde con los drones del saxofón, consiguiendo de forma tangible y efectiva que la sensación física del baile se traslade a la música, sin intermediarios: desde el sistema circulatorio de Sharp a nuestros oídos. El corpus de cine experimental analógico que lo acompañaba en las visuales hizo la experiencia aún más conmovedora. Sensacional. SF

μ-Ziq

Sábado, 30 de abril, Museu del Pueblu d’Asturies

El londinense Mike Paradinas, fundador del sello Planet Mu, es más conocido por su nombre artístico µ-Ziq. En su actuación, que seguramente ha complacido tanto a los fans más antiguos como a los nuevos, revisitó referencias estilísticas del IDM de los 90, tomando sobre todo del jungle y el techno y llevándolos a direcciones novedosas. El uso del software contemporáneo es, posiblemente, parte responsable de esta actualización del ya conocido estilo melódico de µ-Ziq, cargado de contrastes sorprendentes. Existe una sensación nostálgica y al mismo tiempo fresca en esta unión entre el jungle palpitante y energético y las melodías espaciales, que te mantienen en un introspectivo estado de embriaguez. TF

Squarepusher

Sábado, 30 de abril, LABoral Centro de Arte

Squarepusher era el nombre estrella del festival, tanto si nos atenemos a cifras de Spotify como si nos fijamos en el impacto de sus propuestas. Vinculado a un sello de prestigio incontestable como fue Warp, aupado por un sonido más que notable, el directo de Tom Jenkinson ha permanecido imperturbable con los años: una mezcla de sonidos orgánicos –particularmente un bajo eléctrico de cinco cuerdas que procesaba hasta lo indecible– y bases hiperaceleradas que no han perdido la agresividad desde que fuera uno de los pioneros del drill’n’bass en los 90. Si en el concierto de μ-Ziq –o en el revival footwork de Jana Rush– uno pudo darse cuenta de que los 90 estaban muy presentes, Squarepusher propuso un viaje en el tiempo al acid jazz y al drum’n’bass, a sonidos que él mismo ayudó a definir y matizar, en los que se siente profundamente cómodo. La propuesta del británico no tenía el impacto visual de las performances que habíamos visto desde el día anterior, pero la respuesta del público fue progresivamente cálida y Jenkinson consiguió que la exigente platea se dejara llevar por sus instintos más físicos. SF

Gabber Modus Operandi, dúo indonesio. Foto: Piru de la Fuente
Gabber Modus Operandi, dúo indonesio. Foto: Piru de la Fuente

Gabber Modus Operandi

Sábado, 30 de abril, LABoral Centro de Arte

Cerró la jornada este dúo indonesio compuesto por Kasimyn e Ican Harem. Han inventado una nueva forma de expresión que fusiona gabber, footwork, grindcore y noise con sonidos de su país de origen como el jathilan (una especie de danza trance en la que “el espíritu posee al cuerpo”), el dangdut koplo (subgénero folk) y el funkot, a medio camino entre el happy hardcore europeo y el dangdut. Gabber Modus Operandi te transportan a un estado donde solo existe el cuerpo. Su faceta noise interrumpe la cadena de pensamientos, pero no importa, porque el acelerado ritmo de la mayoría de sus producciones –junto a sus contundentes y ruidosas bases– tampoco dan margen a pensar en nada. El dúo crea energía escénica solo con sus bailes –movimientos que parecen sacados del teatro kabuki– y una actitud punk que es, por momentos, arrolladora. Afirman que la música en Indonesia es casi un privilegio. No existen demasiadas radios o canales de TV que hayan podido influenciarlos. En ese sentido, su peculiar estilo puede ser una muestra de creatividad poco afectada por la globalización cultural. TF

Okkre

Domingo, 1 de mayo, Museu del Pueblu d’Asturies

Uge Pañeda es asturiana y residente en Gijón, desde donde produce su proyecto musical bajo el nombre de Okkre. En la actuación del mediodía del domingo, la productora presenta “Noisea”, una pieza articulada a través de grabaciones de campo y múltiples capas de sonidos y ruidos modulados. Pañeda es psicóloga, además de música. “Noisea” investiga los efectos emocionales que pueden producir las frecuencias de ruidos generados en ambientes urbanos. Concretamente, las extraídas de playas urbanas. El público se acomoda en tumbonas, recostado en una posición perfecta para sumergirse en la marea de orquestadas frecuencias que caminan entre el ambient y el noise. Okkre promueve un auténtico ejercicio de austeridad y paciencia, en contraste con la invasión de información con que lidiamos cotidianamente. Un ejercicio de reapreciación de la realidad a través del sonido. TF

Lubomyr Melnyk & SPIME.IM feat. Julia Kent

Domingo, 1 de mayo, Teatro Jovellanos

El céntrico Teatro Jovellanos acogió la actuación del pianista ucraniano Lubomyr Melnyk, acompañado del colectivo italiano de artistas electrónicos SPIME.IM y la chelista canadiense Julia Kent. Antes de la actuación, Melnyk hizo un llamamiento de ayuda por la dramática situación de su país, y luego presentó una pieza de metáfora ecologista que en ocasiones es de trazo grueso. El glitch, sustancia principal de los visuales, era audaz e hipnótico, pero el acercamiento al minimalismo de capas de piano superpuestas y un violonchelo melodramático tenía sabor a lugar común en muchas ocasiones, a banda sonora pretendidamente emotiva. Los eslóganes ecologistas, del tipo tierra quejumbrosa que grita “all my life I gave you everything and now I live in pain”, no acaban de emocionar, en buena medida porque el conjunto carece de dureza o nervio. El indudable prestigio internacional de Melnyk –sin duda una de las estrellas de la edición y autor de algunos álbumes conmovedores en los albores de su carrera– no justifica este repertorio menor, perezoso, que apunta a grandes temas con ideas no tan brillantes. SF

La organicidad de la música clásica manipulada electrónicamente por Maxwell Sterling. Foto: Piru de la Fuente
La organicidad de la música clásica manipulada electrónicamente por Maxwell Sterling. Foto: Piru de la Fuente

Maxwell Sterling

Domingo, 1 de mayo, Museu del Pueblu d’Asturies

En su actuación en la bucólica localización del Muséu del Pueblu d’Asturies, Maxwell Sterling presentó y reinterpretó composiciones de discos como “Turn Of Phrase” (2021). El artista de Mánchester también acudió a su primer largo, “Hollywood Medieval” (2016), utilizando el contrabajo eléctrico en lugar del tradicional y sintetizadores modulares. En el pasado Sterling fue denominado “clásico moderno” y sin duda su obra está a la altura de tal definición. Toma la organicidad de la música clásica y la manipula electrónicamente hasta que la diferencia entre sonidos tecnológicos y analógicos resulta casi imperceptible. Funde elementos minimalistas, clásicos, de jazz modal e incluso de vaporwave y techno. Su actuación en vivo fue un triunfo en la tarde del domingo y el público no aguantó sentado, bailando con los ojos cerrados y las manos en alto. TF

Death Folk 80

Domingo, 1 de mayo, Museu del Pueblu d’Asturies

Kanae –también en Arkanine y Un Bosque Noruego– y Dani Donkeyboy –Fee Reega– se unieron durante el verano de la pandemia para explorar juntos una música que captara sus influencias favoritas, tratando de generar un sonido personal. Fue así como surgió Death Folk 80, que camina entre el post-rock y el post-punk, con referencias a géneros que funcionan como un icono de la multiplicidad de referencias musicales absorbidas por la generación millennial: voces con cierta cadencia propia del trap y bases cercanas al hip hop instrumental y el downtempo. Deathfolk 80 también tiene carácter emo: letras que hacen referencia al amor romántico, al consumo de drogas y a la nostalgia y desgarradores gritos que acercan algunos de los temas al screamo, como símbolo de una callada pero constante angustia que estalla en una manifestación acústica hipnotizante. TF

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