Hacia la mitad del concierto con el que Oklou presentó su reciente disco “choke enough” (2025) –fue anoche en la sala Apolo de Barcelona (dentro de la marca Caprichos de Apolo)– sonaba la grabación de una conversación en francés de Marylou Mayniel con una niña. El efecto de reverberación aplicado sobre el diálogo conseguía que la sensación de arrebato titilara con mayor emoción en la voz de la pequeña, explicando que iba a coger un avión para ir a visitar a una amiga que vive en una estrella.
Un rato antes, la artista introducía la canción “endless” explicando que la grabación de esta conversación fue precisamente la mayor inspiración a la hora de dar forma a su nuevo trabajo… Aunque también hay que tener en cuenta que, tal y como explica Juan Monge en esta reseña del álbum, la intención original de Oklou era que este nuevo disco apuntara hacia la pista de baile y que, de una forma u otra, esa intención consiguiera llegar hasta el actual directo de la artista. Un directo que es directamente un trenzado entre el sabor a nube de azúcar rosa de la historia de la niña con una amiga que vive en una estrella y la terrenalidad del peso en los pies del baile hyperpop ravero que originalmente pretendía invocar Oklou.
Pero ahora me doy cuenta de que, dicho esto, puede parecer que ya está todo explicado sobre la actuación de Oklou en Barcelona… Y ni mucho menos. Así que permíteme rebobinar hasta las 9 de la noche, cuando se hizo la oscuridad en la sala y Malibu desplegó su ambient practicado como el beso de la mujer araña. Es decir, como una tela arácnida que la artista extiende en largas progresiones que alternan entre la hipnosis colectiva y el efecto sedante, induciendo al público a una especie de lienzo mental en blanco. Su actuación no se limitó al papel habitual de todo telonero (es decir: entretener al público hasta el acto principal), sino que mutaba en efectiva herramienta con la que resetear cualquier estrés que trajeras de la calle y así dejarte cuerpo y mente preparados para lo que estaba por venir.
Y lo que estaba por venir era un espectáculo de los que se van abriendo poco a poco como una flor rara en la oscuridad. Lo primero que vimos de Oklou fue una linterna que se abría paso por detrás del telón semitransparente. Al llegar al lateral, la linterna avanzó hacia el público, pero, al ser esta la única luz en el espacio, ocultaba la silueta que había tras ella, que no era otra que la de la misma Marylou Mayniel. Así se mantuvo, agazapada tras el misterio, durante unas primeras canciones en las que se fueron revelando los minimalistas pero efectivos elementos escénicos que dinamizarán la actuación: tres plafones de luz que flotaban sobre diferentes islas de instrumentos, una para Detente, el hombre orquesta encargado de construir paisajes sonoros digitales y puntearlos con una guitarra eléctrica, y varias para que Oklou flotara de una a otra como un colibrí inquieto que no puede parar y que tan pronto te toca la guitarra española como se desvanece en una flauta new age.
Pero, de nuevo, no avancemos acontecimientos que ocurrirían más tarde: el show se abría con “thank you for recording”, que resulta ser la canción pluscuamperfecta de apertura porque es algo así como el lento despertar y desperezarse del hyperpop por el que es conocido la artista. Mientras la neblina digital lanzada por la canción se iba fundiendo en el silencio, entre el público reinaba un silencio absoluto que alguien rasgó con un suspiro y un “qué bonito por favor” que provocó la sonrisa generalizada porque era precisamente lo que todos estábamos pensando. A continuación, en “obvious”, el telón semitransparente empezó a invocar unos visuales de luces y sombras en negativo que acabaron de definir el universo estético del show: un universo etéreo y frágil como un glitch perturbando un holograma retrofuturista que flota en el aire.
La cuestión es que ya estábamos en la tercera canción, “plague dogs”, y Oklou seguía escondiéndose detrás de las sombras… Algo que por fin dejó de hacer cuando conquistó la primera cumbre del concierto, “take my by the hand”, se quitó la chaquetilla negra que había llevado hasta entonces y permitió que el foco de luz la alumbrase por completo: camiseta negra de tirantes con cristalitos brillantes, pantalones tejanos baggy lavados en verde… Y lo que ya no era una revelación para nadie: una Oklou embarazadísima que, pura socarronería, afirmaba “Maybe it’s gonna be the slowest performance you ever see…. Physically” (“Puede que esta sea la actuación más lenta que nunca veáis… Físicamente”) justo después de que esa colaboración con Bladee consiguiera que la sala Apolo en pleno bailara y coreara al unísono.
Y aquí se acaba el rebobinado: una vez definido el universo estético y sentadas las bases musicales, el concierto de Oklou en Barcelona bordeó la hora y cuarto con esa ya mencionada trenza en la que convergían lo etéreo y lo terrenal, la ensoñación ensimismada y la realidad danzante. Las canciones de Marylou Mayniel se construyen con pocos elementos –una trompeta que se pierde en el horizonte sonoro, unos palos de madera que marcan un ritmo contagioso, una melodía de sinte que no es una melodía de sinte sino un pellizco en la memoria– aplicados en pinceladas digitales que copulan en el vacío y te invitan a enredarte con ellos para perder la cabeza o los pies, tú eliges.
Con un repertorio casi exclusivamente dedicado a “choke enough”, Oklou tan solo se permitió pequeñas fugas a éxitos pasados como “galore” o “fall”, una versión de “The Fish Song” de Underscores y la presentación en sociedad de una canción tan tan tan nueva –“side”– que Mayniel tuvo que recurrir a una chuleta para que le soplara las letras. El resto de concierto se consagró al nuevo álbum con esa arrogancia que solo se pueden permitir los (escasos) artistas que saben que su último disco es el mejor hasta la fecha, con cumbres colosales como la delicada intimidad de “blade bird”, el goce en comunidad de “family and friends”, una “harvest sky” que (sabiéndose caballo ganador) arrancaba con los lo-lo-lós del público y acababa con el bombo de eurodance noventero hiperbailable e incluso una “choke enough” que se olvidaba de la versión oficial del álbum para dejarse llevar por grand finale ravero.
Fue en esta “choke enough”, ya en el bis, cuando Oklou se puso una peluca con placas metálicas que, bajo el foco adecuado, convertía su cabeza en una mirror ball destinada a transmutar por completo el espacio en el que nos encontrábamos. De repente, la sala Apolo era una disco invertida en la que la bola de espejos estaba sobre el escenario y nosotros estábamos allá, muy lejos, en el techo. Un espacio surrealista que subrayaba la sensación de haber estado viviendo y bailando dentro de un sueño. Porque esta fue una actuación en el que tú elegías tu propia aventura: podías ser la niña que sueña con la amiga que vive en un estrella o el adulto que baila de forma ligera sabiendo que la nostalgia es la mejor forma de quitar peso de la espalda. Ambas elecciones eran ganadoras. Pero el jackpot te lo llevabas si entrabas en la propuesta de la artista para trenzar ambas opciones. ∎
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