a familia de un ambicioso empresario británico regresa de Estados Unidos a Inglaterra y su vida se envenena: “The Nest”, con banda sonora espectral de Richard Reed Perry. Tim Hecker compone el sensacional score de “La sangre helada” desde el fondo del Ártico. Y Jimmy LaValle (The Album Leaf) musica el viaje pavoroso de una droga de diseño en “Synchronic”.
“The Nest” (2021; Amazon Prime Video)
Dirección y guion: Sean Durkin
Música: Richard Reed Perry
Minuto: 01:34:14. Exterior. Campo. Luz tenue, onírica, de amanecer. Primer plano de Alison O’Hara mientras duerme en un coche mal aparcado a las afueras de Londres. Su caballo muerto se le reaparece. Ella lo mira con escepticismo y esperanza a partes iguales. Al menos fue capaz de parar a un lado de la carretera y respirar hondo. La imagen del caballo se desvanece. Hace unos segundos que suenan antes que los rayos de sol unos acordes etéreos, de chelos y contrabajos con arco, aunque podrían ser sintéticos perfectamente. Por encima de ellos, un violín frasea, aunque podría ser un mirlo perfectamente. El triángulo musical se completa, rítmica y melódicamente, balanceándose, con un piano también hondo y reverberante, en los huecos de los acordes que dejaban las cuerdas del preludio.
Se hizo esperar la siguiente película de Sean Durkin después de la hipnótica “Martha Marcy May Marlene” (2011) y la miniserie “Southcliffe” (2013). Y quizá las expectativas puedan resultar un problema. Pero, formalmente, “The Nest” apabulla, alcanza un éxtasis de encuadres, luz, detalle y minimalismo subjetivamente maravilloso, colosal. Además, cuenta con la banda sonora de Richard Reed Perry. El músico de Arcade Fire (y también de Bell Orchestre) da con una clave musical sumamente especial, delicada, que dota a la historia de un suspense extraño, casi paralelo a la trama. La historia transcurre envuelta en esta sábana fantasmal de jazz ambiental que abarca una aproximación a armonías jazzeras –tan solo sugeridas– al principio, para desestructurarse paulatinamente en un ambient con tintes de terror, de bases armónicas raramente transparentes. Ni al principio de la partitura ni al final la música tiene nada de convencional aunque no resulte nada artificial. El ocaso de la familia O’Hara planea en este ritmo ventoso, abocado a un desastre natural. Puede que la historia en sí cautive más o menos, pero si se percibe la película como un cuadro sonoro y en movimiento, sin sujeto, verbo ni predicado, creo que la belleza es incuestionable. Me ha dejado un (gran) poso parecido a “The Staggering Girl” (Luca Guadagnino, 2019), aunque sean dos películas muy diferentes.
“La sangre helada” (2021; Movistar+)
Dirección y guion: Andrew Haigh
Música: Tim Hecker
Minuto: 00:28:26. Capítulo 4. Con el cambio de secuencia (la anterior era un flashback de cuando el médico Patrick Summer estaba en el ejército, y ahora estamos de vuelta en la expedición ballenera en el Ártico, en su absoluta degeneración) también cambia la pieza musical. Ahora entra una nota de sintetizador, quintuplicada en diferentes tesituras, en un larguísimo fade in, para que cuando la pieza cobre presencia ni siquiera nos hayamos dado cuenta de que había música, sino que se confunde con el sonido del frío polar. Más una percusión marcial espaciada. Resuena el océano glacial, la banda sonora de Tim Hecker se compone desde las abismales profundidades de los hielos, que se rompen y se convierten en asesinos y en tumbas. Esa distancia casi infinita entre la percusión y la nota desdoblada aritméticamente se acorta con unas líneas de chelo. La percusión, cada vez más orquestal, más Morricone en clave electrónica. La música se va armando en un preámbulo del diálogo de los supervivientes. Reman entre los hielos hasta que encuentran a uno de la tripulación muerto en un charco gélido. Y es ahí cuando la música se entrelaza en fraseos atonales, mezclando timbres muy extremos. Las notas caen como bandadas de focas.
La extraordinaria historia protagonizada por el arponero Henry Drax y el cirujano Patrick Summer durante una expedición ballenera por el Ártico en el siglo XIX transcurre impasible, cronológica, sin concesiones ni ganchos ni subtramas ornamentales. Gélida como el Polo Norte. Tan solo atravesada por unos intermitentes flashbacks del médico que son necesarios para entender por qué él, sin duda el único que está fuera de su hábitat, forma parte de esta expedición suicida, primitiva, atávica, animal. El sensacional score de Hecker, de sonoridades electrónicas, es el cielo y el océano del relato, el éter y el veneno que respira/n.
“Synchronic. Los límites del tiempo” (2019; Amazon Prime Video)
Dirección: Justin Benson y Aarin Moorhead
Guion: Justin Benson
Música: The Album Leaf
Principio de la película. Una pareja comparte una pastilla con un símbolo parecido a un ocho/infinito, una droga de diseño que es la protagonista de la película. Están en una habitación de hotel, vestidos, tumbados en la cama, con la televisión encendida. Después de tragar la pastilla con expectación, él baja en el ascensor a por bebida. Ya nada será igual. La habitación se convierte en una jungla inmensa, con un aborigen y una serpiente. Y del ascensor no se sale a la recepción, sino que te precipitas a la inmensidad de un desierto desconocido. La música es de Jimmy LaValle, firmando con su alias The Album Leaf. Un registro repleto de sintetizadores alarmantes, aunque concreto, místico y existencialista.
Película de extremos, de autores extremos en toda su filmografía. La crítica dice maravillas o espantos. Y supongo que el público opinará algo parecido. Yo estoy entre los fans. Esta historia de dos paramédicos que descubren unas muertes que les resultan sospechosamente parecidas y cuyo origen estriba en una extraña droga de diseño me sorprende mucho en la forma, y en el fondo es un clásico. La música va unida irremediablemente al viaje, a un chute desmesurado que nadie espera. La pastilla no supone un viaje psicodélico, sino un viaje estrictamente real, a un tiempo pasado y a un lugar. Y según dónde la consumas y solo ahí, en esos metros cuadrados, podrás regresar, en ambos sentidos, pasado su efecto, al origen. Si no vuelves a sentarte en esa roca, o a meterte en ese ascensor, o a tumbarte en esa cama, te quedarás en otra época para siempre. La banda sonora da con el sonido de esta fatalidad, del ritual y el sortilegio, con violencia electrónica, fría y despiadada, y algún toque hasta étnico, por lo de ancestral. Se percibe el peligro profundo con la música. Sientes el pavor.
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.