e levanto a las seis y media de la mañana casi todos los días. A veces, a las siete, cuando aún es de noche en invierno, voy a la panadería. En la oscuridad me asombran sus luces misteriosas, que parecen la llama de una vela. La paz, la esperanza y la armonía que emiten las panaderías en estos tiempos tan grotescos la percibo en todo mi cuerpo. Casi como una epifanía (como la de “Una araña a punto de comerse una mosca”, solo que la mosca escapa). Algunas melodías, un paisaje de acordes difuminados, las notas de mi autoarpa desafinada, la que me regaló LD, resuenan en mi cabeza. Pienso en los armónicos del saxo barítono (y asimismo de los contrabajos) que grabé el otro día para la Banda Sonora Original que me encargó el Museo del Prado.
Obviamente los capturé por azar. Y ni siquiera me había dado cuenta. Tengo en mi estudio (Estudio #520W, se llama así por el color del pantone) un piano que heredé, Bernareggi & Cia, de más de cien años. Lo mantengo abierto porque me gusta ver las mazas y todo el interior del piano. Nos dimos cuenta, sobre todo al escuchar por los cascos, que al grabar los instrumentos acústicos con el micrófono (el que utiliza Thom Yorke, por eso me lo compré) reverberaba mucho todo en la caja del piano, rebotaba mágicamente contra las mazas y generaba unos armónicos increíbles. De una belleza tan extraña como profunda. Sería imposible haberlo planeado. Y es probablemente una de las claves del álbum que se publicará pronto. Explícale esto a la amplia mayoría de directivos de las compañías discográficas y estaremos en una comedia involuntaria, según caiga la moneda, más cercana a “Seinfeld” o a “Larry David”. Risas más o menos cruentas, depende. Mi hijo mayor de momento no quiere estar en las clases de música que estoy intentando impartir “disciplinadamente”, con una periodicidad semanal, a los dos pequeños. Pero me asegura que le gusta la música aunque no quiere tocar ningún instrumento. Ya veremos. De momento hemos aprendido, y diseccionado un poco sin ponerme pesado (creo), “Hey Jude” y “A Day In A Life”. Les encantan The Beatles y es más fácil aprender una canción si ya la tienes clara en tu cabeza. Pero el otro día Nelson se pasó un buen rato tocando el piano Clavinova, el que nos regaló Juan, el hermano de Anita, en usufructo cuando se fue a vivir a Inglaterra. Lo tengo dispuesto, muy premeditadamente, en una habitación de casa y no en el estudio, como cebo. Nelson no lo sabe, pero hizo muchas variaciones de los coros de “Gigante”, esos que grabamos en NY con muchos amigos: Tim Fite, Gonzalo Javi, Laszlo, Anita, Pato… más amigos de allí, entre los que se encontraban algunos miembros de Sparklehorse, The Magnetic Fields… y unos cuantos niños. No le quise interrumpir y se pasó más de media hora tocando. Lararararararararaaaaaaaaaaaaa. Eso es lo que bocetaba con sus dedos, de muchas maneras, sin saberlo. Art brut. Como los armónicos del saxo que rebotan en el otro piano. Como la panadería, en el fondo.
Las últimas veces que toqué en Barcelona, y recuerdo el concierto de “Cabello de ángel, tocino de cielo” en La 2 de Apolo, y algunos en Heliogàbal, pude contar con un piano Clavinova. Es mi piano eléctrico favorito, estoy muy acostumbrado a él. Me hace sentir como en casa. En todos esos conciertos el piano me lo dejó y me lo llevó cariñosamente (transportarlo no es precisamente fácil) Marc Lloret, teclista de Mishima. Muy tristemente, Marc falleció hace poco y me quedé en shock porque no sabía nada de su enfermedad. Nos conocimos hace muchos años en casa de Paco Loco. Ellos grababan un disco, probablemente. En esa época los Mishima iban cada seis meses al estudio de Paco a trabajar sobre ideas. Yo estaría ensayando para conciertos o composiciones de alguno de nuestros proyectos. Nos hicimos amigos a primera vista y recuerdo esos días como superdivertidos y bonitos. Una época maravillosa. Desde aquí mi recuerdo a toda la familia Mishima y especialmente a la de Marc. Me acuerdo de vosotros. Gracias por todo. ∎
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