Dentro del fértil proceso de reconexión de nuestras raíces musicales con cierta vanguardia, Madrid era un territorio aún virgen. Y lo cierto es que la empresa de Nacho Ruiz (Nine Stories, Alondra Bentley, ahora al mando del sello Mont Ventoux y del Festival Brillante) al frente de un proyecto tan personal que esgrime sus apellidos, Ruiz Bartolomé, no estaba exenta de riesgos: en el año del trumpismo cañí, de la saturación informativa en torno a la supuesta madrileñofobia y de la resignificación castiza que ha supuesto un disco tan invasivo como “El Madrileño”, de C. Tangana, del que ya poco más se puede decir, y que incluso creó su propia línea de ropa, cualquier producto que trastee con las señas de identidad capitalinas podría ser acogido con cierta suspicacia o incluso con hartazgo.
En este caso sería un error, por supuesto. Un triste prejuicio. De los grandes. Porque lo que sustancia “Cancionero del Guadarrama” es una visión de otro Madrid, que poco tiene que ver con ópticas estereotipadas. El que indaga en sus raíces musicales –que son también las del folk castellano; en ese sentido hay un recorrido parejo al de Los Hermanos Cubero– y en la orografía de una sierra cuya historia no ha sido suficientemente glosada, lugar de acogida para pioneros de la ecología y el montañismo, poetas, intelectuales o científicos, pero también foco de discordia en batallas y guerras de agrio recuerdo (la de la Independencia y la Civil) con secuelas aún presentes en nuestro día a día. Y también habitual válvula de escape ante la presión demográfica de la gran ciudad.
El poso intelectual y musical de estas doce canciones es más que notable, fruto de un laborioso trabajo de investigación que no deviene en un trabajo denso ni hermético. Al contrario. Ilustra pero también tiene su pellizco lúdico. Asoma un espíritu similar (así lo confesó Nacho en una entrevista para ‘El Confidencial’) al de la PJ Harvey de “Let England Shake” (2011), cuando recuperaba el relato de episodios bélicos de la historia de su país. No hay más que escuchar “Cruz de los Caídos”: que su letra aún tenga que resultar esclarecedora en pleno 2021 debería dar motivos al leit motiv de su estribillo, “para vergüenza de una tierra que grita libertad”.
Y acaba por traslucir la misma síntesis entre tradición y modernidad que todos esos discos que están deparando algunos de los capítulos más excitantes de nuestra música reciente: Maria Arnal i Marcel Bagés desde Catalunya, Rodrigo Cuevas desde Asturias, Baiuca o Tanxugueiras desde Galicia, Amorante desde Euskadi, Califato ¾ o Niño de Elche desde Andalucía, o Sandra Monfort, El Diluvi o Júlia desde las comarcas valencianas. La misma combinación de conocimiento y arrojo. La misma forma de indagar en el pasado para entender el presente y proyectar el futuro. Una de las mejores “Marca España” posibles.
En muchos casos es aquí un folk levitante, de evocadoras tramas guitarrísticas, el que domina el guion. Ocurre en “La loma del noruego” o en “Camino Schmid”. Otras veces el toque onírico, casi surreal, discurre a ritmo de jota, como en una “Jota de la Sierra” en la que se lucen Alondra Bentley y Elle Belga. Toda una “jota galáctica”, en afortunada definición del propio Nacho Ruiz y de Carasueño, productor del álbum en su estudio Lar de Maravillas, en Zaragoza. En “La puerta del infierno”, esa ortografía folk queda cortocircuitada con un enjambre de guitarras eléctricas a lo Pixies. Y el disco entra en una nueva dimensión cuando “Seis millones de personas”, reflejo especular del alivio que Guadarrama puede representar para la inclemente y gentrificada capital, luce su tecno-pop jalonado por un organillo que podría ser de la verbena de La Paloma, o cuando “Institución Libre de Enseñanza 1883” ahonda en fórmulas que no desentonarían en uno de los últimos discos de El Hijo o Hidrogenesse.
La voz de Alondra Bentley vuelve a lucirse en “Romance de la Cueva de la Mora”, apuntalando una recta final en la que el folk desnudo, acústico, de “Las leyendas de la Mujer Muerta” pone punto y final a un trabajo que podría parecer un capricho pero es una encomiable labor de recuperación de memoria colectiva, búsqueda de raíces y reajuste musical entre lo legado, lo adquirido y lo desarrollado. ∎
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