Bajo
Suscripción
uena parte de la música electrónica consiste en el gran build-up manipulador y un drop tan distinguible y euforizante como un lúbrico guiño de Julio Iglesias a una colegiala en los años ochenta. Son trapicheos de sonidos refritos, con bajo contenido en originalidad por mucha proteína nocturna que generen. Aunque una buena parte de los temas que rebotan en los altavoces de los clubes no llegan ni a esa sublimación. Se quedan atascados en una introvertida melodía neurótica que hace de la metanfetamina la llave de su goce. Limitan el gusto presencial al chapoteo en una gelatina neuronal densa. A uno de esos antiestados marcianos en los que la conciencia se ha despedido a la francesa: yéndose a bote pronto, sin avisar. Se llenan así los espacios de cuerpos tozudos, de hare krishna sumergidos y gimoteantes dándole a la sinhueso como si llevaran un abrigo de pana: “¿Qué pasaaaa, tío? Flipas lo a gusto que estoy, cariño. Si meneas más el brazo te va a quedar la mantequilla finísima, pana”. Esa movida.
Hasta hace poco, gracias a Dios, han empezado a escalar hasta la parte alta de la colina artefactos de manufactura menos industrial. ¿Hace poco? Bueno, yo llevo como cinco años temiendo arrancarme por muiñeiras en el metro, danzando como un gnomo eufórico. Todo por culpa de Baiuca. O de Alejandro Guillán Castaño (Catoira, 1990), como prefieran verlo. Un tipo que ya ha enterrado los nervios de novata, habiéndose coronado como una referencia indiscutible en esto del folclore-techno, electro-folclore, folko-tech… ¿techno-folk? Bah, como sea; eso que tan bien ha sabido cabalgar el tsunami de lo neotradicional, convirtiendo el eclecticismo de estilos en un ubérrimo manantial de éxitos.
Publica pues Baiuca (¿Alejandro?) su tercer álbum: “Barullo” (raso., 2024). Y, de primeras, decepción ninguna. Las damas gallegas con recetas secretas de queimadas se sentirán igual de conectadas a muchos temas que el zurumbático de piños largos y andrajosas amígdalas anestesiadas con licor café. Se asomaba a un peligroso abismo Alejandro (¿Baiuca?), porque a la tercera va la vencida. Podía haberle sonado el hijo a aborto desfasado. A ajolio musgoso de la parte trasera de la nevera al que se le da un tiento como al brik de leche añejo, pero con la luminosa intuición de que se va a repetir en paladar hasta la arcada. No ha sido así. A mí, en fin, ¡me suena de fábula! Quién sabe, a lo mejor tengo el cerebro lavado, casi adicto, a los berridos agudos en la lengua vernácula. Pero creo que el músico ha abierto un macizo paraguas frente al potencial cataclismo, brindando algo fresco, siempre dentro de su tradicional novedad.
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