Bajo
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sabel, Ayusi, presi mía, hazte caso. Suda de los conciertos de Taburete. Lo tuyo, aunque no lo sepas, gasta un nombre contundente. Se llama Bala. Pura desmesura macarrónica. Ovarios como la Puerta de Alcalá. Si te escurres de incógnito –chupa y camiseta de Bad Religion a cuestas– en alguno de los pogos de sus bolos, me entenderás. No voy de farol, jefa, ¡jurao! Relega al olvido las melosas noches al son de melodías dignas de provocar diabetes. Ahora, si te hacen la radiografía y cazan quién eres, me cuesta asegurar tu supervivencia. De no digerir el codazo de algún figura con cuelgue atómico, quizá Violeta Mosquera, la batería, te zumbe un baquetazo. Pero confía en el bastardillo que te habla. Merece el riesgo deleitarse con la sodomía de tus tímpanos –la enculada buena, claro, la que se pide y goza– a manos de la voz y guitarras de Anxela Baltar.
Alfred Hitchcock dijo haber descubierto una cura para el insomnio. Frente a una cámara, colocó una bala llamándola píldora. Sacó acto seguido una pistola con la que recomendaba su aplicación médica. Presi, yo te propongo una solución a la abulia. Al letargo. A tu yo más flemático. Otra bala, la de este dúo de gallegas y sus canciones-obús. Te aseguro que la indiferencia es una utopía bañada en lubricante con estas pájaras. Mi único temor es que sientas resquebrajarse esa careta política tan congénita a tu profesión. Porque, advertida quedas, Bala es un hechizo atropellando el embuste. Un grito maternal de parto. Y dicha esencia desgañitada tiene poco o nada que ver con la veleidad ligada a tu fachada política. En Bala la desvergüenza brota de la energía de su violencia musical. Un admirativo hachazo propio de los arrebatos pubescentes, aliñado con un verso erguido sobre los pilares de la madurez. Nada que ver con la desfachatez bulbosa de tu desempeño.
Verás, estas hijas de Lilith llevan una década lanzando low kicks contra las corvas de los muchachitos para que se arrodillen ante las deidades del metal. Y lo han ido logrando, ¿sabes? Tal que la encarnación de dos valkirias, pueden colgarse la medalla de haber introducido un estilo musical por costumbre hediondo para el gran público hasta las cocinas de innumerables mastuerzos. El morbillo de su lumbre ha acalorado tanto las orejas de los fans que no les ha quedado más remedio. Obligadas a complacer tanto gemido en su honor, ya van por su cuarto álbum. Y, el último, recién huido del horno –como si lo vieras presi, ya lo sé– de moñas no tiene un pelo. Incluso los little pony amorosos de su portada dejan de ser achuchables cuando te pispas del carrascal de cráneos sobre el que retozan. El disco –“Besta” ([PIAS] Ibero América, 2024)– honra a su nombre y a sus madres.
Lejos del aquelarre de bramidos al que he sometido a mis desafortunados vecinos, chillando este álbum cual gorrino en matadero de Burgos, quería reverenciar a las Bala a mi manera. Por eso les damos cita cara a cara, para coserlas a preguntas. Así, amparados por la bondad de la coctelería Marrufo en la calle Noviciado de Madrid, el dúo guerrero se presta a la cirugía en la sala de operaciones de la parte superior del garito. Una estancia color sangre oxigenada, perfectamente potable para una reunión de la Tríada china.
Anxela y Violeta aparcan frente a mí. Se las ve tranquilas, casi demasiado. Pero lo que de primeras parece aplatanamiento, pronto se revela como muchas tablas en el juego. Son muchos los periquitos que las han interrogado en estos años, y servidor no va a ser quien las ponga trémulas. Si bien Anxela carga un mono propio de cualquier modernilla malasañera, Violeta despeja las dudas sobre su espíritu combativo luciendo una camiseta con una iglesia en plena combustión. Nadie dispuesto a provocar semejante espanto a los beatos suele ir de cagao con algo tan nimio como unas preguntitas.
Viéndolas panchas y relajadas, decido descorchar dándoles la murga con un interrogante, pesado y porquerizo, sobre la posibilidad de una dedicación a tiempo completo a la banda. Advierto acerca del plomo de la pregunta, dado que es una duda que llevan resolviendo muchos años, a pesar de haber asegurado reiteradamente que se sienten a gusto con sus labores fuera de Bala. Violeta al frente de una escuela de batería y Anxela en la gestión musical. Aun así, amables y gratamente predispuestas, se lanzan a responder lo que acaba convirtiéndose en una charleta la mar de agradable. Tanto como lo son, en definitiva, ellas. “A ver, realmente, yo creo que nunca nos hemos planteado del todo dedicarnos solo a la música, disfrutamos mucho de lo que hacemos”, explica Anxela. “Además, nuestros trabajos ya están relacionados con la música. Sí que es cierto que ahora, además, por mi situación familiar, hemos decidido bajar un poquito el volumen de bolos. Preferimos combinar ambas cosas. Pero, bueno, oye, que si un día las cosas se ponen de cara, pues adelante”. Su compañera no tarda en terciar: “Yo no lo veo nada fácil. ¿Que me encantaría? Sí. Pero es que no lo veo ni cercano”.
Joder, pues si vosotras, que estáis donde estáis, que habéis tocado donde habéis tocado, decís eso, ¿qué esperanza tiene el resto?
Anxela: ¡Para que te hagas una idea del panorama! Además, también hay una cosa: nosotras no queremos estar siempre fuera. Ahora yo tengo una hija y, aparte, son palizas enormes. Tocar me flipa, desde luego, pero tengo ahí a mi familia, que es mi otro pilar. Y a mi hija, que es la mayor alegría. Así que no quiero estar siempre fuera y perderme etapas de su vida.
Precisamente, las bandas suelen hablar de sus desbarajustes familiares a causa de la carretera.
Anxela: Claro, es lo que te iba a decir. La vida en carretera está muy romantizada.
Violeta: La verdad es que es una existencia de feriante que flipas. De comer bocadillo todos los días en gasolineras, pegarte diez horas en la furgoneta y estar cada día en un sitio.
Anxela: Encima yo, que no como animales, muchas veces en las áreas de servicio no encuentro nada. Así que suena muy bonito, como si te fueras de vacaciones, pero no. Y vuelves, y llega el lunes, y a las ocho de la mañana suena el despertador y dices: “Dios mío, ¿quién me manda darme este palizón?”.
¿Qué va antes en Bala, letra o música?
Anxela: Varía. Hay canciones que han salido tocando en el local, rollo impro. Al principio grabábamos los ensayos porque a veces nos salían cosas y luego no nos acordábamos. Y era como: “¡Mierda!”. Ahora una de las dos suele llevar una idea. A veces, aunque yo sea la que toca la guitarra, la melodía la trae ella. Y yo, “¡buah, tengo un ritmo igual!”. Y empezamos a trabajar a partir de eso.
¿Cómo lleváis la relación de dúo? Lo de ser una banda matrimonial.
Anxela: Yo digo que somos como hermanas. Para lo bueno y para lo malo, ¿no? Claro, a tus hermanos los quieres un montón, pero también tienes unos cristos vitales de la leche.
Violeta: Tenemos la medida muy tomada la una a la otra. Sabemos nuestros puntos fuertes, nuestros puntos débiles. Si no, hubiera sido imposible estar aquí diez años después. Y siempre nos reímos de que no hay nadie que desempate. Pero, bueno, llegamos a buen puerto.
Vuestra música es privilegiada para expresar rabia y mala hostia. En “Prisas”, por ejemplo, veo esas dos caras de la frustración que vivimos y la impostura con que la ocultamos. ¿Cómo desarrolláis ese tema y de dónde sale plantear eso?
Anxela: La letra la escribí desde dentro. Mi hija tenía un año cuando lo hice, creo. Entonces sentía un poco de frustración, casi de posparto. Y ahí, con esa hostia de realidad, de “madre mía, cómo están las cosas ahora”, me puse a reflexionar sobre lo difícil que es conciliar. Lo cara que está la vida. Lo jodido que está todo. Nos vendían lo de “estudia, sácate un máster y tendrás el futuro hecho” y ha resultado ser una gran falacia. ¡Qué precariedad! ¡Qué frustración! Qué todo, ¿no? Pero, oye, al final cierras la puerta de casa, pones una sonrisita, bajas en el ascensor y, venga, vamos a seguir con el día. Y así ininterrumpidamente. Fueron un cúmulo de emociones y de sensaciones que tenía en ese momento y que me costó mucho sacar. ¡Muchísimo! Porque yo nunca había escrito una letra desde lo explícito. Y, claro, lo empecé a compartir con alguna gente súpercercana y me decían: “Tía, mucha peña se va a sentir identificada”. A mí me imponía mucho la idea de contarle mis mierdas a un fulano de Barcelona al que no conozco de nada. Pero luego ya empecé a interiorizar el pensamiento de que estamos todos igual.
Violeta: Para mí recoge la angustia de estar viviendo esta extraña etapa tan marcada por la polarización, por la precariedad, por los ansiolíticos, por el estar siempre corriendo, la hiperproductividad… Tienes que ser productivo todo el rato. Si no, es un problema. Y vamos como locos sin saber muy bien qué hacer. Nos venden que siendo productivos seremos más felices y seguimos la doctrina como el burro con la zanahoria. Con el anterior disco, de hecho, tuvimos que parar porque nos vimos desbordadas. Fue una época difícil. Hasta el punto de preguntarnos si era eso lo que queríamos, con el coste que implicaba. Chupando carretera cada semana, con mogollón de sueño acumulado… Llegas a preguntarte qué sentido tiene todo esto. Y lo tiene, para mí lo tiene, claramente. Sin que eso quiera decir que no resulte un ritmo alienante.
Anxela: Yo acabé en el hospital por una crisis de ansiedad con la que tenía síntomas físicos. Aunque luego siempre te llega alguien con esa frase que me encanta de “da gracias que tienes trabajo”. ¡Y claro que nos sentimos superafortunadas, pero una cosa no quita la otra!
¿Creéis que ha de haber responsabilidad social en la música?
Violeta: Sí, y más en la música que hacemos. Yo soy muy rebelde, muy atravesada, muy inconformista y me gusta protestar. Creo en el odio como fuerza de cambio. Todo este discurso servilista que tanta peña se está tragando me pudre.
Anxela: Creo que “Besta” es nuestro disco más directo, más sincero, en el que más hablamos de las cosas que nos cabrean. Pero pienso también que está guay tratar otros temas. No creo que toda la peña que hacemos música así, cañera, tengamos que soltar mierda. Es bueno hacerlo, pero a mí me mola escribir de vez en cuando también desde el optimismo. Si tengo un buen día, pues igual hago un tema sobre él.
De hecho, “Maleza”, el disco que publicasteis en 2021, tenía mala baba pero era optimista. Macarrismo optimista, diría.
Anxela: Exacto. A mí me mola ese rollo también porque, tío, si no, me hundo en la miseria. Y no quiero. Por eso el disco termina con un “no todo está perdido, no todo está perdido, no todo está perdido...”. Cuando estalló la pandemia, que fueron unos meses después de componerla, tocaba la canción en mi casa y la sentía como un mantra. No podíamos salir a tocar, evidentemente, y tuvimos que cancelar todo. Y yo tocaba ese tema y era como, venga, eso es. Me ayudaba. Cuando salió el disco en 2021, mogollón de peña me dijo “tías, joder, venimos de un año de mierda, gracias por estos temas”. Eso, y alguien que me dijo una cosa que me encantó: que yo gritaba muchísimo pero gritaba cosas muy bonitas. Y, joder, a mí eso me alucina. Ese tipo de contrastes.
Entre mis temas de cabecera en este disco está “Equivocarme”. Ahí veo también una reivindicación. Un reclamo a la autonomía. ¿Por qué nace?
Anxela: A ver, yo lo escribí desde el punto de vista de la maternidad reciente, en el que todo el mundo te dice lo que tienes que hacer y opina sin que tú preguntes. Es algo que cualquier persona vive, pero con la maternidad lo sentí muy a lo loco. Exagerado. Todos me decían lo que tenía que hacer. Y fue como, mira, soy animal, soy mamífera, permíteme escuchar un poquito mi instinto. Cállate y déjame que haga las cosas como yo creo que las tengo que hacer. Si me equivoco, pues ya me adelantaré. Ese fue mi punto de vista primario. Pero creo que es aplicable a más.
Violeta: Hemos avanzado mucho en las letras. Al principio decíamos flipadas un poco absurdas. Que si comer carne humana y eso. Como que no le dábamos mucha importancia. Era un rollo más frívolo. Pero, a medida que hemos crecido, cada vez usamos las letras de forma más concreta y concienzuda.
Vuestra colaboración con Tanxugueiras parece haberos abierto a un público más diverso del que ya teníais. ¿Cómo surge?
Violeta: Nos conocemos desde hace bastante, y de hecho creo que fue durante la pandemia… Ellas tenían un pequeño programa en el que entrevistaban a peña y nos llamaron. Ahí empezó a surgir el rollo de hacer algo. Y para este disco teníamos un tema en gallego y queríamos colaborar con algún artista de la terra. Se lo ofrecimos a ellas. No sabíamos si iba a colar porque a raíz de Eurovisión tienen una agenda muy potente. Pero aceptaron. Y encima no solo dijeron que sí, sino que cuando nos mandaron la movida fue como que le dieron una vuelta a la canción que flipas. También es cierto que la canción ya estaba hecha. O sea, todas nuestras colabos pecan de eso. El tema ya está hecho y ahí tú tienes que ver el hueco para hacer alguna movida. Ellas se supieron adaptar muy bien y nos dejaron flipadas.
Anxela: Respecto a lo de llegar a más gente, quede claro que esa no era la intención. Si ha sucedido, bienvenido, pero nosotras solo queríamos juntar rollos.
Habláis también a lo largo del disco de la polarización. ¿Dónde lo veis?
Violeta: En todas partes, tío. Yo la verdad es que no quiero ser agorera, pero por todos lados. Aunque creo que, en mi caso, es porque tengo demasiada conciencia social. Me preocupan cosas que van en contra de mi felicidad. Directamente. Pienso en los osos polares y me pongo muy puto triste. Y sé que no puedo hacer nada, pero te juro que me consume. A eso súmale los pobres de derechas, las corruptelas, el triunfo de la imagen o el individualismo por encima de todo que predica pisotearnos unos a otros en vez de ayudarnos mutuamente. Esta forma de consumo que tenemos, de depredadores…
Anxela: Vamos, que la pregunta más bien sería: ¿dónde no la vemos?
Me hace gracia porque vuestra música se ha viralizado en un abanico muy grande. Sé de gente de extrema derecha tirando a dura que os escucha. Lo que resulta irónico, oyendo lo que contáis.
Violeta: Pues por mí que se vayan a tomar por culo, sinceramente. ¿Qué quieres que te diga? Prefiero que esa peña no me escuche. Que vayan a conciertos de Taburete.
Anxela: Aquí no soy tan dura. Es decir, pienso que es casi mejor, joder, a lo mejor aprenden algo. Lo que sí te digo respecto a lo de la variedad es que, yéndome a lo superficial, a lo físico, a las pintas y tal, te juro que me encanta levantar la cabeza en un concierto de Bala y ver al de la camisa de Ralph Lauren, al punk al lado con una cresta que le tapa hasta la cara, al heavy y, sobre todo, a las señoras mayores. Eso me flipa. Me parece muy guay. Yo no quiero que en los conciertos de Bala solo haya peña de negro. Adoro esa variedad. ∎
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