Por Marc Muñoz→
11. 04. 2023
Ahora que la Inteligencia Artificial está en boca de todos, el material que nutre esta sección no podía quedar al margen de una ola que promete revolucionar todos los espacios de nuestras vidas. El actual debate se posa sobre los beneficios y perjuicios que esta tecnología disruptiva tendrá en el futuro inmediato. Mientras los tecnófilos celebran sin objeciones su llegada, los más escépticos alertan de sus riesgos –empezando por la pérdida masiva de puestos de trabajo– y abogan por cierta regulación y mesura en su implantación en el conjunto de áreas que se verán afectadas por tan determinante invento.
En el terreno artístico también se esparcen las dudas alrededor de si el uso de estos modelos de aprendizaje automático servirá de soporte para la comunidad creativa o si, por el contrario, promoverá su desaparición. Ligado a este punto, otro de los temas que caldean los corrillos públicos y privados son los derechos de autor vinculados a estas obras gestadas con Inteligencia Artificial. ¿Hay suficiente participación autoral de humanos para ser protegidas por copyright? ¿Puede una máquina, app o plataforma optar a derechos de autoría?
Todas estos temblores y preguntas sin respuesta firme se propagan con el visionado de “Marzipan”, un videoclip generado con Stable Difussion, plataforma de Inteligencia Artificial que genera imágenes de alta calidad a partir de prompts (descripciones en lenguaje o estímulos). El trabajo de Andrea Nakhla, con la ayuda inestimable de dicha herramienta, para el nuevo single del músico y productor estadounidense Jonathan Wilson no consta como el primer videoclip de la historia gestado con estos medios, pero sí que se encuentra entre los primeros en sonsacar un rendimiento avanzado a una tecnología de progresión constante.
Lo cierto es que el resultado es bastante ejemplar. Se resuelve como un amalgama de imágenes generadas por ordenador, alucinadas, que se suceden adoptando y convirtiéndose en distintos estilos pictóricos, formas, colores y figuras, tanto humanas –algunas reconocibles– como fantasiosas. La estructura mutante de esta novedosa pieza recuerda al morphing animado que llevan a cabo artistas digitales como Infinite Vibes, de quien presenciamos sus extraordinarios trabajos visuales en el show que Clark ofreció en la pasada edición del festival MIRA.
Aunque de nuevo, tras su visionado, asaltan las dudas. ¿Puede esta pieza equipararse al esfuerzo artístico de una obra de animación generada por ordenador o en stop motion? ¿Acaso el trabajo de Andrea Nakhla se reduce a pilotar una herramienta de mínimo –o reducido– empeño creativo? ¿Pueden existir manifestaciones artísticas sin conocimiento ni dominio técnico de ninguna índole?
Sean cuales sean las respuestas, que obligan previamente a estudiar las correspondencias que deja todo este seísmo, el camino emprendido por los responsables de este vídeo musical nos hace pensar –ya sea como amenaza o esperanza– en un futuro poblado por nuevas muestras. Resultará difícil, por tanto, contrarrestar la proliferación de esta herramienta en trabajos creativos desde el instante que reduce, de manera tan significativa, los costes y el tiempo invertido. ¿Pero se revelará acaso alguna manifestación humana en estas obras dispensadas por IA? Quizá ahí esté la clave para responder algunas de las muchas incógnitas que deja la llegada de la Inteligencia Artificial. ∎
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