Nunca llegó a irse del todo, pero después del barroco y alambicado
“Rare Birds” (2018), este
“Dixie Blur” tiene algo (o más bien mucho) de regreso a los mitos y leyendas de Laurel Canyon y a las raíces del folk-rock de brillo atemporal. Ni rastro, pues, de sintetizadores o cajas de ritmo en un disco que, presentado por el propio
Wilson como el más personal y accesible que ha grabado, se arranca meciéndose al son de Neil Young con la inaugural
“Just For Love” y acaba con el estadounidense consagrado como cantautor, crecido una barbaridad como compositor.
Esto, de hecho, es lo más cerca que ha estado el autor de “There’s A Light” de construir no un sonido ni un torrente de emociones que arrastren al oyente, sino un catálogo de canciones en el que cada una puede defenderse por sí misma. Así que sí, esto es también lo más cerca que ha estado el escudero de Roger Waters del pop en su sentido más amplio y generoso. Porque amplio y generoso es también el espectro sonoro de un Wilson que lo mismo cruza a R.E.M. con Elton John (
“Oh Girl”) que bascula hacia el soul (
“Fun For The Masses” es puro Bill Withers) o alterna su pasión por Pink Floyd (
“Enemies”, “Riding The Blinds”) con el gozo luminoso del himno folk (
“In Heaven Making Love”, “El Camino Real”).
“Dixie Blur” es, pues, un disco de plenitud que, a diferencia de sus anteriores trabajos, Wilson grabó en Nashville junto con veteranos músicos de sesión. El resultado, cocinado con el Wilco Pat Sansone, es un vibrante y detallista álbum que oxigena el country-rock, viaja por los dominios de Nilsson (ahí está la hermosa
“Platform”) y acaba regresando a las raíces del folk para aparcar entre un colchón de violines ese
“’69 Corvette”. Al final, es cierto, se le vuelve a ir la mano con el minutaje, pero a cambio se despide reinventando en clave otoñal
“Korean Tea”, canción que escribió en los noventa con su banda Muscadine, y firmando su disco más completo hasta la fecha. ∎