El combo de Reading pisó anoche Barcelona, en una abarrotada sala Razzmatazz con el cartel de sold out, para certificar que segundas etapas pueden ser igual de enmarcables. Aterrizados para presentar su reciente “everything is alive”, terminaron encandilando a la parroquia con su dream pop revestido de shoegaze. Hoy tocan en Madrid.
Igual habría que empezar a trasplantar la ubicación fija del Blue Monday del calendario de enero a cuando sea que Slowdive pase por la ciudad de referencia. En este caso fue el 5 de febrero, hoy tocan en Madrid. Ayer fue uno de los lunes más tristes de este primer invierno-primavera del resto de nuestras vidas. Y por igual uno de los más bellos. No extraña así la elección de “Deep Blue Day” para acomodarse sobre el escenario. El tema de Brian Eno funciona perfectamente para el balance de blancos de su paleta sónica. Antes, sin embargo, la sala barcelonesa –con una entrada ya imponente– había realizado su toma de contacto con Pale Blue Eyes, trío inglés que sobrepasó su cometido como tentempié con un sonido guitarrero corpulento, más rastreable hacia su tierra de origen que el de la banda a la que telonearon.
Como sorprendente resultó la estampa bulliciosa e intergeneracional convocada por una formación cuya primera versión resultó fagocitada por el britpop y cuyos restos quedaron semienterrados hasta su resurrección en 2014. Sin embargo, visto lo visto la noche de ayer entre el denso parqué, no había ni una retícula de espacio desocupada, Slowdive ha logrado sumar nuevas afiliaciones con su resurgir creativo. Rostros joviales y otros revividos se mezclaron a la salida. Igual de sorprendente, si cabe más para quien escribe, fue el sumo respeto y delicadeza con que respondió el público a la propuesta lanzada por los británicos. Ya en ese arranque de sintetizadores de lejanía kosmische con que empieza “shanty” se presagiaron los buenos augurios para un clima silencioso, el que precisa su música para traspasar la piel.
Lo lograron no a la primera, pero sí al segundo intento con un “Star Roving” que evidenció la perfecta y experimentada comunión vocal que converge entre Rachel Goswell y Neil Halstead, así como la facilidad de todo el combo para descargar tormentas eléctricas medidas y matizadas, como si fueran atendidas en la lejanía desde el confort interior del hogar y sin perder nunca la brújula melódica. “skin in the game”, resuelta como una caricia desoladora sobre las erguidas y apretadas espinas dorsales presentes, fue la segunda referencia de su último larga duración.
Sus característicos delay, ecos erizantes y reverb invasiva se abrieron paso en “Souvlaki Space Station”. Un dream pop que actuó como lanzadera hacia elevados estadios emocionales, atravesados por esa hipnosis eléctrica que perfeccionan. “chained to a cloud” supuso la tercera incursión en “everything is alive” (2023), sin perder levitación, desempeñados como druidas reverenciales de las atmósferas ensoñadoras. Menos aún con “Slomo”, uno de los artefactos más evocadores de su disco homónimo de retorno. Con “kisses” terminaron su andadura por el último trabajo. Un tema más ajustado a la métrica pop, igual que ese “Alison” que permitió las primeras y tímidas adhesiones coreables, sin que ello supusiera desviarse de su estructura más reconocible –por ejemplo esos latigazos eléctricos en las codas– como tampoco de la búsqueda de un confort melancólico.
Se ganaron el palco en el cielo con la ejecución de “When The Sun Hits”, tema del álbum “Souvlaki” (1993) en el que Halstead redobló su ganancia vocal para anular, por unos gloriosos instantes, la realidad externa y repercutir sobremanera en el calado sentimental que acumuló la velada. Antes de la pertinente salida en falso del escenario, el cantante y guitarrista se acordó del apego de la banda con Barcelona y rememoró ese primer show en territorio Primavera Sound cuando decidieron emprender su segunda etapa artística.
De vuelta, la batería final de cuatro temas para convertir a los últimos indecisos. “Sugar For The Pill” fue despachada sin sobresfuerzos. Le siguió la repesca de “Sleep”, un tema de la banda Eternal en la que militó el guitarrista Christian Savill antes de ingresar en Slowdive y que usaron para seguir posponiendo el despertar de ese dulce sueño. Pero fue “Dagger”, de mínimo andamiaje instrumental y con toda la calidez y profundidad vocal de Halstead en su sentida interpretación, la que dejó al público paralizado y extasiado. Finalizaron su estancia en Barcelona con “Golden Hair”, versión de Syd Barrett que les permitió extenderse con una maraña de guitarras. Un sueño inducido de forma precisa y justa, y con un recargo multiplicador en la epidermis. Reitero, uno de los lunes más tristemente hermosos que se hayan registrado bajo las paredes de la sala barcelonesa en las últimas temporadas. ∎
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