Cuando hablan de la música de la catalana
Marina Herlop, tanto ella como quienes la presentan al público a menudo mencionan términos como avant-garde o experimental, que, por otro lado, son variables y elásticos y cambian o pierden el significado con el paso del tiempo. Sin embargo, no hay nada de rompedor, revolucionario o extraño en las canciones de la de Piera, más allá del hecho de que prefiere inventar sus propias palabras que escribir letras con sentido en algún idioma conocido: su voz es dulce y su modo de tocar el piano remite a todo un movimiento de principios del siglo XX que en aquel momento sí supuso una novedad y una ruptura con lo establecido, pero que hoy está más que asimilado y nos resulta absolutamente musical y bello al oído. Me refiero al impresionismo de Debussy, Ravel, Mompou...
Se nota aquí la formación clásica de Marina, que ella funde con una imagen de cantautora al piano que sabe abstraerse en el escenario de todo lo que la rodea para concentrarse en una música melancólica, hipnótica y casi espiritual, con un alto poder de sugestión. Ciertamente, esa combinación de elementos no tiene con quién compararse por estos lares más allá de Maria Coma en algunos aspectos, pero esto no los hace raros o vanguardistas de por sí.
“Babasha”, su segundo álbum tras el debut
“Nanook” (2016), sigue adentrándose por esa senda poco trillada, la de la música callada, que no necesita gritar para llamar la atención. ∎