Ahora que Los Planetas están tocando al completo el “Super 8” (1994) para celebrar su 30º aniversario, parece oportuna la reedición de este libro inicialmente publicado en 2014. Aunque en realidad deberíamos hablar de una obra diferente, ya que Alfonso Méndez ha reconceptualizado por completo el trabajo original, reescribiendo gran parte del material, ampliando información y despojándolo de las colaboraciones externas en forma de ilustraciones y textos satélites.

Así, lo que comenzó como una suerte de homenaje más colectivo con espíritu fanzinero al primer disco de la banda granadina se ha renfocado ahora hacia un recorrido bastante detallado por sus inicios, desde finales de los años ochenta hasta diciembre de 1996. Inteligentemente, el autor se planta en un momento bisagra clave en la historia del grupo, cuando May Oliver y Raúl Santos se marchan, y J y Florent encuentran a Eric Jiménez, Kieran Stephen y Banin Fraile.

En este sentido, “De viaje por Los Planetas. Una nueva dimensión” dialoga de un modo interesante con los dos libros fundamentales escritos hasta ahora sobre la banda. Se puede entender como una precuela de lo que cuenta Nando Cruz en “Una semana en el motor de un autobús. La historia del disco que casi acaba con Los Planetas” (Cara B-Lengua de Trapo, 2011) y como una narración en paralelo a la expuesta por Jesús Llorente en “Los Planetas. La verdadera historia” (Biblioteca Rockdelux, 1999). El responsable del sello Acuarela –y valedor planetario desde los tiempos del fanzine ‘Malsonando’– escribió su libro fundamentalmente desde el yo y su relación con el grupo, plasmando su propia visión de una leyenda que él mismo contribuyó decisivamente a construir. La historia que narra Alfonso Méndez no es necesariamente menos verdadera, pero surge desde otro lugar, tocando a la banda desde una cierta distancia periodística y, al tiempo, desde la proximidad de su Granada natal.

Su calidad literaria es considerablemente menor que la de Cruz y Llorente –hay que reincidir en lo del espíritu fanzinero y amateur–, pero, a cambio, aporta una información valiosísima para comprender mejor no solo aquellos primeros pasos de la banda, sino también todo lo que la rodeaba. El relato incide, por ejemplo, en su incomprensión en una escena granadina entonces fagocitada por el clasicismo rock de 091 pero en la que todo era posible (“al principio de los noventa, allí se podía tocar en cualquier sitio”, dice uno de los entrevistados). También nos recuerda cómo se gestó su crecimiento paulatino en un entorno preinternet en el que fueron fundamentales Radio 3 y Rockdelux, pero también el circuito de maquetas y fanzines y los nuevos sellos independientes que entonces surgían. Igualmente relevante es observar cómo a partir del fichaje por RCA la banda entró en conflicto con sus ideales primigenios a la hora de negociar con la industria. Así, se vio envuelta en contradictorias acciones promocionales, algunas de ellas un tanto chanantes, sobre todo con el lanzamiento de “Pop” (1996).

Méndez se apoya en los testimonios de personas que tuvieron contacto de primera mano con la banda y, a la vez, tira de hemeroteca para recordar lo que sus componentes pensaban o decían en la época, aporta muchas fotografías inéditas o poco vistas y documentos de importante valor arqueológico, como la descripción de lo que había en las primeras maquetas y primeros conciertos, declaraciones de la época en que habían dejado de ser Los Subterráneos para llamarse brevemente Solar o algunas anécdotas que muestran una cara menos conocida de Los Planetas. Mi favorita: un joven J, eufórico, subiéndose a la barra de la sala Planta Baja para bailar un tema del “Psychocandy” (1985) de The Jesus And Mary Chain. Ahora ya solo falta que alguien documente la etapa posterior de Los Planetas, a partir del año 2000 en adelante, porque ahí también hay mucho jugo por extraer. ∎