Ana de Armas y Andrew Dominik durante el rodaje.
Ana de Armas y Andrew Dominik durante el rodaje.

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Andrew Dominik y “Blonde”: inventar a Marilyn

“Blonde” no es un biopic ni una película al uso sobre las gracias y desgracias del Hollywood clásico. Esta nueva operación “prestige” de Netflix –disponible en la plataforma desde el pasado 28 de septiembre, aunque ha podido verse antes en los festivales de Venecia y San Sebastián– se adentra en la vida y obra de Marilyn Monroe mezclando aquellos elementos más o menos conocidos con otros muchos procedentes de la imaginación de Joyce Carol Oates, autora de la novela homónima en la que se basa este filme de Andrew Dominik, protagonizado por Ana de Armas.

04. 10. 2022

El tiempo parece detenido para Joyce Carol Oates, una de las más prolíficas (y más grandes) escritoras estadounidenses. Vemos las fotos suyas que ilustran las solapas de sus obras más recientes y tenemos la sensación de que, al revés de lo que le ocurrió a Marilyn Monroe, ha mantenido en perfecta armonía la pausa, la razón y la creatividad. Ahora tiene 84 años –nació en Lockport, Nueva York, el 16 de junio de 1938– y tenía 22 menos cuando publicó “Blonde”, editada en castellano en el mismo 2000 por Plaza y Janés y después, en sucesivas ediciones, por Alfaguara, la última en 2021. En sus 933 páginas, Oates desgrana con una métrica muy personal, acudiendo por igual a los hechos documentados como a los acontecimientos imaginados, la vida de Norma Jeane Mortenson –apellido de su padrastro–, aka Norma Jean (sin e final) Baker –apellido real de su madre–, Marilyn Monroe –nombre con el triunfó en el Hollywood de los años cincuenta– o Sugar Kane, nombre con el que se registraba en los hoteles y moteles para preservar el anonimato, tomado de su personaje en “Con faldas y a loco” (Billy Wilder, 1959) y revivido en una canción de Sonic Youth perteneciente al álbum “Dirty” (1992).

El cineasta neozelandes Andrew Dominik, amigo de Nick Cave, tiene una filmografía corta en la que, además de sus dos documentales con el autor de “From Here To Eternity” (1984) –“One More Time With Feeling” (2016) y “This Much I Know To Be True” (2022)–, ha hecho con los géneros clásicos precisamente lo mismo que hizo Oates en “Blonde” con el mito cinematográfico: reimaginar el wéstern en “El asesinato de Jesse James por el cobarde Bob Ford” (2007) y el neo-noir en “Mátalos suavemente” (2012). Dominik llevaba años buscando el dinero –y la actriz adecuada– para realizar su filme sobre Marilyn a partir del texto de Oates. Ha tardado bastante tiempo y ha encontrado en Ana de Armas el rostro, cuerpo, movimiento y mirada pertinentes. No parecía la actriz más indicada para representar en pantalla las turbulencias de una existencia caótica, trémula y disconforme, pero ha salido tan triunfadora como lo salieron Oates en su momento y Dominik ahora. Triunfadores según en qué ámbitos, por supuesto. Desde que se trata de un telefilme hasta que a De Armas se le nota demasiado el acento cubano: no son pocos los que se han cebado con la película como dos décadas antes criticaron duramente a Oates por prolongar en las casi mil páginas de su novela el cliché de Marilyn como rubia tonta y voluptuosa.

Más allá del modelo sexy.
Más allá del modelo sexy.

Perdonen quienes piensan ciegamente en ello, pero no es un telefilme (nombre que continuamos utilizando de forma despectiva), sino precisamente todo lo contrario, con sus capas formales, la utilización de tres o cuatro formatos de pantalla distintos, el color y el blanco y negro, la primera y la tercera persona, la realidad cruda y el onirismo más salvaje, el acento melodramático y la pulsión casi terrorífica, la mezcla de verdad documentada, situaciones inventadas y representaciones ambiguas. Perdonen también los que cuestionan los acentos, ya que la historia del cine está repleta de actrices y actores que han incorporado personajes de otras nacionalidades y culturas disimulando poco su acento natural. Perdonen también los que piensan que Oates se rio de Marilyn en su novela: la secuencia en la que negocia al teléfono su salario por “Los caballeros las prefieren rubias” (Howard Hawks, 1953) tras enterarse de que cobrará muchísimo menos que su compañera de reparto, Jane Russell –que era la morena de la función–, o algunas de las que pertenecen a los pasajes que narran su relación con Arthur Miller (Adrien Brody en el filme) deberían bastar para replantearse estos comentarios.

Porque “Blonde”, novela y película –esas 933 páginas condensadas en 166 minutos en un muy buen trabajo de adaptación y depuración–, es una obra poliédrica que presenta a un mito en sus versiones más terrenales desde muchos y esquinados ángulos, tantos como pueden relatarse en la existencia de alguien que vivió de forma tan acelerada como la de otros mitos cinematográficos de su época, James Dean sin ir más lejos, pero que, al mismo tiempo, tuvo una caída más lenta y dolorosa, pues mientras caía alcanzaba la maduración. Dominik no tiene contemplaciones en mostrar con el mismo funambulismo visual y narrativo –apoyado en una sosegada banda sonora de Nick Cave & Warren Ellis bastante distinta a lo que nos tiene acostumbrado el dúo australiano– la infancia de la pequeña Norma Jeane, adentrándose con su mentalmente inestable madre en un mar de cenizas mientras el fuego de un incendio crepita en lo alto de las colinas de Hollywood; siendo violada a las primeras de cambio por un productor de cine en su oficina ante la risita de consentimiento de la secretaria de este; creando una especie de utópico trío sexual con los hijos de Charles Chaplin y Edward G. Robinson –los autobautizados Dioscuros–; sirviendo a los deseos sexuales de un John Kennedy que no sale especialmente bien parado en la película –en una transcripción casi literal del pasaje del libro de Oates titulado “El Presidente y la Actriz Rubia: la cita”–; relacionándose con un tosco y tóxico Joe DiMaggio; abortando a su pesar en una clínica de pesadilla; aguantado las estresantes sesiones de rodaje con el brebaje de tranquilizantes y estimulantes que le inyecta un médico presentado por Dominik como un tipo maquiavélico al servicio de cineastas que, como Billy Wilder según esta secuencia, solo quieren terminar su toma y les importa bien poco si su actriz está bien, mal o peor; viviendo un mundo mejor, pero a la postre una fantasía, con el dramaturgo Arthur Miller, o buscando siempre, entre todos los hombres, por todas las esquinas, al padre que no conoció.

Con Arthur MIller, papel interpretado por Adrien Brody.
Con Arthur MIller, papel interpretado por Adrien Brody.

“Blonde” (2022) no es complaciente ni arbitraria. El Hollywood que describe es una auténtica mierda. Dominik reimagina un personaje célebre, un cuerpo sin infancia e inocencia, la protagonista de “Niágara” (Henry Hathaway, 1953), “Río sin retorno” (Otto Preminger, 1954), “La tentación vive arriba” (Billy Wilder, 1955), “Bus Stop” (Joshua Logan, 1956) y “Vidas rebeldes” (John Huston, 1961), y, siendo muy duro y áspero, no cae nunca en los excesos y errores del biopic tradicional pese a que Marilyn Monroe sea el personaje real perfecto para esas biografías cinematográficas plagadas de lugares comunes y fotos en los créditos finales que nos confirman lo mucho que se parecen, gracias al maquillaje, vestuario y peluquería (y algo de talento interpretativo, claro), la persona evocada y quien la representa en pantalla. Desnuda literalmente a la actriz (hermosa secuencia en la que Marilyn se quita la ropa y contempla sus senos mientras Charles Chaplin Jr. la describe tal y como es) y no tiene miedo a que los aspectos inventados por Oates enturbien en nada un retrato posiblemente más veraz que el más documentado de los libros y de los filmes. De hecho, la nota preliminar de la autora en la novela podría haberla adoptado como propia Dominik en la película: “‘Blonde’ es una ‘vida’ radicalmente destilada en forma de ficción y, a pesar de su longitud, el principio de apropiación es la sinécdoque. Por ejemplo, en lugar de los múltiples hogares de acogida en los que vivió Norma Jeane de pequeña, ‘Blonde’ explora solamente uno, y este es ficticio; de sus numerosos amantes, crisis médicas, abortos, tentativas de suicidio e interpretaciones cinematográficas, ‘Blonde’ muestra un grupo selecto y simbólico”.

Es una apuesta de riesgo, como toda obra que pasa de uno a otro lado del espejo, como en el “Orfeo” (1950) cinematográfico de Jean Cocteau o el “A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado” (1871) literario de Lewis Carroll: abundan los planos de Marilyn-De Armas contemplándose en el espejo, en casa o en un camerino, y la imagen que le devuelve no es siempre la misma, porque la protagonista de “El multimillonario” (George Cukor, 1960) fue cualquier cosa menos estrella de una sola pieza, de una sola cara. ∎

Sonrisas... y lágrimas.
Sonrisas... y lágrimas.

Cuatro representaciones del mito


“La nueva Marilyn”
(José Antonio de la Loma, 1976)

No deja de resultar curioso que una de las primeras actrices en representar a Marilyn Monroe fuera la española Ágata Lys y a las órdenes de José Antonio de la Loma. El filme en cuestión jugaba con los estereotipos del mito a partir de la historia de una joven de provincias que llega a Madrid para triunfar en el cine explotando su enorme parecido con la actriz estadounidense. Publicitar a Lys como la nueva Marilyn fue un buen chiste en la época de la transición democrática española y el destape.


“Insignificancia”
(Nicolas Roeg , 1985)

Nicolas Roeg, el cineasta que dirigió a Mick Jagger en “Performance” (1970), a David Bowie en “El hombre que cayó a la Tierra” (1976) y a Art Garfunkel en “Contratiempo” (1980), ideó aquí un ingenioso cruce, en una estancia de hotel neoyorquino y durante una sola noche de 1954, entre Albert Einstein (Michael Emil), Joe DiMaggio (Gary Busey), el senador Joseph McCarthy (Tony Curtis) y una Marilyn interpretada por la que posiblemente mejor la ha representado en una ficción dentro de una ficción, Theresa Russell.


“Marilyn And Norma Jean”
(Tim Fywell, 1996)

Telefilme (este sí) de HBO no especialmente recordable pero que parte de una buena idea, muy coherente con una de las imágenes recurrentes de la película de Dominik, la del desdoblamiento: dos actrices distintas encarnan al mismo personaje cuando es Marilyn (Mira Sorvino) y cuando es Norma Jean (Ashley Judd), es decir, la fantasía (de millones de hombres) y la realidad (la actriz quebrada e insegura). En algunas escenas aparecen juntas las dos, en extraña convivencia, el reflejo de una mente escindida.


“Mi semana con Marilyn”
(Simon Curtis, 2011)

Excelente trabajo de Michelle Williams, mesurado, sin aspavientos dramáticos, en la piel de una Marilyn Monroe siempre frágil, siempre con dudas, aunque en este caso en relación con la interpretación que debe realizar en la producción británica “El príncipe y la corista” (1957), dirigida y coprotagonizada por Laurence Olivier. Kenneth Branagh da vida a un Olivier teatral, shakespeariano, meticuloso, que en aquel rodaje chocó con los tics del Actor’s Studio con que Marilyn llegó al plató. ∎

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