De todos los músicos que escriben, probablemente
David Byrne sea el que mejor ha sabido ajustar las palabras a sus necesidades y encontrar el tono ideal para compartir sus conocimientos sin caer en el ensayo pelmazo.
“Diarios de bicicleta” (2009), donde escaneaba comportamientos sociales con una bici y dos pedales, ya dio alguna pistas sobre su inmenso potencial, y
“Cómo funciona la música” (2012) aplica un método prácticamente idéntico para firmar más de trescientas apasionantes páginas sobre los alrededores de la canción.
De hecho, lo que aquí explica Byrne es que, más allá de condicionantes más o menos subjetivos como la calidad, el gusto o la emoción, existen infinidad de factores que influyen en la percepción que se tiene de la música y que pueden hacer que una canción favorita sea recibida como una agresión en un contexto incorrecto o que el trasvase analógico-digital convierta una pieza curativa en un zumbido capaz de poner de los nervios a pacientes psicóticos.
“La misma música puesta en un contexto diferente puede cambiar no solo la manera en que el oyente la percibe, sino que puede darle un significado enteramente nuevo”, subraya Byrne en el prólogo de este apasionado libro, que huye de la estética para asegurar que la música no depende tanto de sí misma como de su contexto. Esto es: dónde, cuándo y con quién se escucha; cómo está grabada y reproducida, y quién la ejecuta.
A partir de ese punto, el exlíder de los Talking Heads atraviesa capas y capas de historia de la música popular para abordar con contagioso entusiasmo el diseño de las salas de conciertos, las políticas de subvenciones dominadas por la “alta cultura”, los porcentajes en que se desglosan las ventas de discos o su activa política de colaboraciones.
Un vibrante y ambicioso recorrido por la periferia de la música que, a pesar de unos cuantos injertos biográficos poco o nada destacables, pasa por ser uno de los esfuerzos más titánicos y loables por explicar cómo diantres funciona la música y por qué esa canción nos pone los pelos de punta y esa otra, en cambio, ni fu ni fa. ∎