En nuestra sección Fan Art proponemos a dibujantes seleccionar uno de sus discos favoritos para darle un giro creativo a la portada original. En esta ocasión, el dibujante Bartolomé Seguí –Premio Nacional del Cómic 2009 por su álbum “Las serpientes ciegas” y con gran éxito de público con el relato generacional en primera persona “Boomers”– ha decidido reinterpretar la cubierta del álbum “Mad Dogs & Englishmen”, de Joe Cocker.
El mallorquín Bartolomé Seguí (1962) es un decano dibujante con una veintena de álbumes de cómic a sus espaldas, fogueado en las páginas de revistas legendarias como ‘El Víbora’ o ‘Madriz’ y ganador del Premio Nacional del Cómic 2009 y el Premio a Mejor Obra en el Saló Internacional del Cómic de Barcelona por su álbum “Las serpientes ciegas” (BD Banda-Dargaud, 2008), junto al guionista Felipe Hernández Cava. Tras una exitosa tanda de adaptaciones al cómic de novelas de Manuel Vázquez Montalbán con guiones de Hernán Migoya (“Carvalho. Tatuaje”, 2017, “Carvalho. La soledad del manager”, 2021, y “Carvalho. Los mares del Sur”, 2023, todos publicados por Norma), Seguí ha logrado gran atención mediática y de público con el relato generacional en primera persona “Boomers” (Salamandra Graphic, 2023) y ha llevado a viñetas “Malaherba” de Manuel Jabois (Salamandra Graphic, 2024).
Cuando desde la sección Fan Art de Rockdelux le propusimos elegir un disco para reinventar su portada, Seguí ha optado por el álbum “Mad Dogs & Englishmen” (A&M, 1970), de Joe Cocker, cuya cubierta original estaba compuesta a partir de una fotografía de Cocker tomada por Jim McCrary.
¿Por qué Joe Cocker y por qué este álbum?
La elección no es tanto por Cocker como por este álbum en concreto, que me fascina y al que le tengo un cariño especial. Me trae recuerdos de cuando quedaba con los amigos en casa simplemente para escuchar discos. “Mad Dogs & Englishmen” es la grabación en vivo de una gira de conciertos espectacular, legendaria y desmesurada: 50 músicos en la carretera, 48 actuaciones en poco más de dos meses. Joe Cocker, tras su éxito arrollador en Woodstock, aceptó una oferta que no pudo rechazar de su mánager Dee Anthony para organizar a la carrera una gira de conciertos por Estados Unidos. Acompañado por Leon Russell reclutaron, en apenas una semana, una banda de músicos desatados y en estado de gracia entregados todos a la causa –y también a las drogas, al sexo y al rock’n’roll–, regalándonos interpretaciones míticas como “Honky Tonk Women”, “Space Captain”, “Cry Me A River”, “Let’s Go Get Stoned”, “Girl From The North Country”… y que, como la mayoría de quienes participaron en esa locura, acabó agotado y roto por los excesos. Ahora que miramos con indulgencia hacia atrás, es fácil ver ciertas dosis de ingenuidad en esos setenta del love & peace. Pero si ves su actuación en Woodstock o en las grabaciones que hay en YouTube de este “Mad Dogs & Englishmen” es inevitable no sentir lo que tenían de euforia compartida y lamentar no haber estado ahí para presenciarlo en vivo.
¿Te sientes identificado con su propuesta artística?
Identificado no diría. A ver, me gusta Joe Cocker, pero no he seguido su carrera completa. Lo que es indudable es que en esos primeros años era un intérprete potentísimo y una fuerza de la naturaleza en vivo. Creo que, más que identificación, es añoranza de otros tiempos musicales.
¿Qué es lo que no te convencía de la portada original?
Principalmente que en ella aparece únicamente Cocker. Está ahí en solitario mostrando músculo sobre fondo blanco, pero nada que indique la locura colectiva de esos conciertos. Es cierto que el grafismo tiene un punto circense, de espectáculo, pero me faltaba un reconocimiento más claro a toda la troupe y a Leon Russell en particular, quien ejercía de maestro de ceremonias vestido como un Capitán América con sombrero de copa y que eclipsó en cierto punto al mismo Cocker.
¿Podrías explicarnos tu propuesta alternativa?
He querido resaltar el aspecto festivo de esas actuaciones y dar más protagonismo a la inmensa banda que lo acompañaba. “Mad Dogs” fue la primera gira americana de Cocker; de ahí las barras y estrellas en la tipografía original. Tenía claro que quería un estilo de cómic, y pensé en homenajear una vez más a Will Eisner, una de mis mayores influencias, pero, quizá inconscientemente, me ha salido algo más a lo Jack Davies, mucho más acorde con la época; a medias entre el underground y sus colaboraciones en la revista ‘Mad’. Bueno, todo lo underground que yo puedo ser. El tratamiento poco naturalista del color, sería, quizá, lo que más se aleja de mi estilo habitual, pero me pareció que casaba muy bien con la psicodelia cósmica que seguro tuvieron esos conciertos.
¿Qué importancia tiene la música en tu proceso creativo?
No siempre trabajo escuchando música. Tengo mis discos habituales que suelen ir asociados a un determinado estado de ánimo, pero muchas veces trabajo en silencio sin ser consciente de ello. Lo que sí compruebo es que la música es una constante en muchos de mis cómics. Está ahí en las primeras historias de “Lola y Ernesto” (1988-1990), y también Hernán Migoya hizo uso de ella para reforzar la documentación emocional en nuestras adaptaciones de Pepe Carvalho. Creo que la música, lo vemos en el cine, ayuda a fijar las imágenes y emociones en la memoria. En mi cómic “Boomers”, que evidentemente tiene mucho de repaso nostálgico, hay páginas en las que suenan canciones de Dylan, ELO, Van Morrison, Battiato… El cómic, al menos el impreso sobre papel, no tiene sonido, así que me pareció divertido crear una lista boomer en Spotify a modo de banda sonora para escuchar durante la lectura.
¿Tras tu experiencia adaptando a Vázquez Montalbán, cómo ha sido el cambio de registro con “Malaherba”?
Durante muchos años, al principio de mi carrera, viví con cierto pesar no tener un estilo claramente identificable como algunos de mis colegas. Pero ahora creo que esa versatilidad, que hizo que pudiera publicar a la vez en revistas tan diversas como ‘El Víbora’, ‘Cairo’, ‘Madriz’ y ‘El Jueves’, o ilustrando libros infantiles, es la que me ha permitido seguir, 40 años después, publicando cómic sin encasillarme. En 2013, trabajaba por las mañanas en la segunda parte de “Historias del barrio” (2014) con guion de Gabi Beltrán y por las tardes en “Las oscuras manos del olvido” (2014) con Felipe Hernández Cava, con dos estilos muy diferentes, mientras ilustraba algunas novelas infantiles para SM y dibujaba por las noches la tira para el diario ‘Última Hora’ en Mallorca, así que estoy muy habituado a cambiar de registro según lo que el cuerpo me pide para cada historia. Supongo que un lector que haya seguido mi trayectoria seguramente reconocerá mi mano en los diferentes cambios de registro. Pero podría ser también que no.
¿Cómo haces “tuyas” las novelas que has adaptado?
El mayor éxito que he tenido en esta profesión es que la he podido ejercer siempre sin presión. Reconozco que ha sido una trayectoria bastante plácida. Para pagar las facturas estaban ahí la ilustración y las colaboraciones en prensa, pero en cómic siempre he dibujado las historias que he querido, y soy afortunado por haber tenido siempre un editor dispuesto a publicarlas. Cuando a finales de los noventa decidí que si quería crecer como autor de cómics necesitaba hacerlo de la mano de buenas historias, pensé en los guionistas que admiraba. Si la historia es buena, es más fácil hacerla tuya y concentrarte en hacer tu parte lo mejor que sepas. Para eso, nada como la generosidad de Felipe Hernández Cava a la hora de darte libertad total para interpretar sus guiones. Con todos los guionistas con los que he colaborado siempre he sentido, una vez tenía el guion en mis manos, libertad total para interpretarlo gráficamente. Siempre han sido historias de ambos. Con las novelas de Vázquez Montalbán se sumaba el hecho de que fueron un referente en mis comienzos; de hecho, Feijoo es tan gallego como Carvalho –me refiero a Simón Feijoo, personaje protagonista de obras mías como “Cohibas Connection” (2001) o “¿Coca o ensaimada?” (2003)–, y los escenarios de esa Barcelona son los que viví durante mis estudios, en los ochenta, así que, aunque ese fue el trabajo más de encargo de todos, podía, emocionalmente, sentirlo como propio. Tanto “Historias del barrio” (2011-2014) como “Malaherba” explican historias de una biografía que poco tiene que ver con la mía, pero también hablan de algo universal, el paso de la infancia a la madurez. Es algo en lo que puedo sentirme reconocido. Aunque esté narrando la vida de Gabi Beltrán o la de Tambu, en el fondo, también estoy rememorando los recuerdos de mi propia infancia.
Entremedias de esas adaptaciones, “Boomers” se cuela como una obra en primerísima persona. ¿Hay un cambio de chip, hace falta por tu parte un ejercicio de abstracción para salir del universo Carvalho?
“Boomers” surge como un ejercicio de divertimento tras seis años de inmersión en las adaptaciones de Carvalho. Acabadas las tres adaptaciones programadas, y pendientes de los resultados y el interés de los editores extranjeros Dargaud, Tunué y Levoir para sumarse a la producción para continuar la serie, se me abría por primera vez un tiempo de espera sin proyecto a la vista. Era finales de 2021, estaba a punto de cumplir los 60, habíamos pasado una pandemia, se habían muerto mis suegros y mi padre. De repente, tenía la conciencia de tener más pasado que futuro… Así que pensé que podía hacer una historia para contar todo eso. A pesar de ser una obra muy personal, no quería que fuera una autobiografía de Bartolomé Seguí, que no interesa a nadie, así que me pareció buena idea recurrir a Lola y Ernesto, esos personajes que ya fueron un alter ego mío en mis primeras historias en ‘El Víbora’ y que también ahora tendrían mi edad, para darles el protagonismo y hablar a través suyo de lo que sentimos los boomers.
Llegaste a decir que habías tenido más repercusión con “Boomers” que con “Las serpientes ciegas”, que fue Premio Nacional del Cómic. ¿Cuál piensas que fue la clave?
La atención mediática a que Felipe y yo ganáramos el Premio Nacional con “Las serpientes ciegas” fue como un fogonazo: un día de locura en que el teléfono no paraba de sonar, una semana de noticias en prensa y poco más. Aparte de las participaciones en instituciones habituales durante el “reinado”, apenas tuvimos promoción. Tampoco he sido nunca un autor muy mediático. No he pertenecido del todo a ninguna escuela y me he movido entre generaciones, así que el Premio Nacional, sirvió, sobre todo, para dejar satisfechas las aspiraciones de reconocimiento que pudiera tener y centrarme en cada nuevo trabajo. Seguramente no ayudó que publicáramos la obra en una editorial prácticamente en desaparición, pero nos pareció lo justo, pues en BD Banda publicamos las primeras páginas antes de que Dargaud adquiriera los derechos internacionales. Nos reconforta que Norma la haya recogido finalmente en su catálogo porque creo que es una obra importante y era una pena que se perdiera. La repercusión con “Boomers” ha sido más constante, en parte por conectar con un público muy amplio –creo que en España somos unos 14 millones de boomers– que se ha visto reconocido en los personajes; pero también por la excelente promoción que ha hecho Salamandra Graphic con el libro, con una cuarta edición a punto de llegar a las librerías.
Tras casi cuatro décadas publicando, ¿cuál dirías que es tu mayor aprendizaje?
Que uno no termina nunca de aprender y que la perfección no existe. En esa lucha entre la aceptación de mis limitaciones y el afán por mejorar en cada trabajo, he mantenido intacto el interés por seguir dibujando historias. No es tanto insatisfacción, porque tengo aceptadas mis carencias, como deseo de hacerlo mejor. En esta profesión, habitualmente precaria, sentir vanidad es un sinsentido. Ahora hay autores y autoras de cómic que son casi rockstars, y es habitual ver nuestras obras destacadas en las páginas de cultura en los medios. Pero cuando empecé, ser dibujante de tebeos no era una profesión de la que uno alardeaba públicamente.
Cita, según tu criterio, tres obras maestras del cómic y de la música que creas que perdurarán en el tiempo.
No soy muy fan de las listas. Además, muchos de los referentes de mis comienzos –Hugo Pratt, Alberto Breccia, Milton Caniff, Will Eisner, Moebius…– ya han demostrado su perdurabilidad. Haré una apuesta por obras nacionales y diré que “Trazo de tiza” (1992-1993), de Miguelanxo Prado, y “Blacksad” (desde 2000), de Juanjo Guarnido y Juan Díaz Canales, tienen asegurada la posteridad. Y que “Romeo muerto” (2021), de Santiago Sequeiros, la merecería. Para la música me declaro viejuno de gustos. Soy incapaz de pronosticar qué intérprete o grupo surgido en este siglo perdurará dentro de 50 años, pero, privilegios de la edad, sí puedo escoger tres –¿clásicos?– a los que recurro a menudo y que no dudo que se seguirán escuchando en el futuro:“The Dark Side Of The Moon” (1973) de Pink Floyd, “Born To Run” (1975) de Bruce Springsteen y “Thick As A Brick” (1972) de Jethro Tull. ∎
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