La escritura o la vida. Foto: Òscar Giralt
La escritura o la vida. Foto: Òscar Giralt

Entrevista

Laura Fernández: “Siempre estoy escribiendo porque siempre quiero estar en otro lugar”

La escritora barcelonesa, probablemente la voz más singular, sorprendente y deliciosamente disparatada de la literatura española contemporánea, regresa con “Damas, caballeros y planetas”, recopilación de cuentos que expande, multiplica y retuerce el asombroso universo de la autora de “La señora Potter no es exactamente Santa Claus”, una de las mejores novelas recientes.

03. 11. 2023

“¡Yo quiero ser Pynchon todo el rato!”, exclama Laura Fernández (Terrassa, 1981), camiseta rojo fuego de “El desayuno de los campeones” (1973), de Kurt Vonnegut, y un astronauta que no se sabe si viene o va, si aterriza o despega, tatuado en el antebrazo. “Yo quiero hacer siempre una novela cada vez más compleja y ponerme retos muy grandes. Porque la literatura española merece eso, que haya multiplicidad de narradores. Como decía David Bowie en ese documental tan increíble, esto es como entrar en el mar: cuando vas donde no haces pie, sabes que estás haciendo algo bueno. Y estoy completamente de acuerdo: hay que ir siempre a un lugar donde no haces pie, porque lo que salga será único”, añade.

Y si de algo sabe Fernández, pasen y lean, es de cosas únicas. De rarezas galácticas, personajes absurdamente memorables y frases elevadas a partir de los escombros de Stephen King, Hannah Tinti, Joy Williams, Philip K. Dick, John Fante, Lionel Shriver, Nathanael West y, claro, Thomas Pynchon. De historias de otro planeta y, en fin, de novelas increíblemente increíbles que, después de años volando bajo el radar, por fin han encontrado una pista de aterrizaje. Y no una cualquiera, ya que el año pasado ocurrió por fin lo que tenía que pasar, se alinearon todos los planetas, los galácticos y también los terrestres, y empezaron a caer, uno detrás de otro, el premio El Ojo Crítico, el Finestres Narrativa, el de los libreros que otorga la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros y, ya acabamos, prometido, el Kelvin 505 del festival Celsius 232.

Más importante aún: empezaron a llover lectores, sin duda maravillados por esa fábula disfuncional y retorcida y repleta de nombres imposibles que fue, o que es, “La señora Potter no es exactamente Santa Claus” (Random House, 2021). Una novela-monumento-río, un delirio nevado y atiborrado de estímulos que le abrió puertas hasta ese momento infranqueables. “Cuando salió, recuerdo leer dos o tres páginas y pensar: 'Madre mía, no se entiende nada. Despídete, ya no está Claudio, busca otra editorial…’”, recuerda ahora –citando a Claudio López Lamadrid, editor fallecido en 2019 una autora que, después de hacer cima, regresa al campamento base con Damas, caballeros y planetas” (Random House, 2023), recopilación de cuentos y relatos escritos en los últimos quince años, tiempo en el que, ahí es nada, ha tenido dos hijos, ha pasado por las páginas de ‘El Mundo’ y ‘El País’ y ha publicado seis novelas.

El fantástico mundo de la Sra. Fernández. Foto: Òscar Giralt
El fantástico mundo de la Sra. Fernández. Foto: Òscar Giralt

Entonces, ¿hay una Laura Fernández novelista y otra cuentista o son las dos parte de una misma galaxia en clara expansión?

Son la misma persona. La novela es una travesía en la que te embarcas durante años y creas una especie de universo complejo y barroco. Y el cuento es como una mariposa que aletea en un frasco, porque realmente es como coger algo que te pasa en un momento. Lo que cambia es el nivel de intensidad. A algunos cuentos, si les subes el volumen, podrían ser una novela. Así que la única diferencia es que los cuentos siempre van a estar ambientados en un lugar que no sea la Tierra. Hay otros mundos, otros planetas. El espíritu de ciencia ficción es mucho más evidente en los cuentos, aunque en realidad soy la misma persona.

Eso me recuerda mucho a una cosa que sueles decir: que tu cultura y tus referentes son sitios que no existen. ¿Cómo se crea desde ahí?

De forma infinitamente más libre. Siempre he dicho que la realidad no me gusta, que me parece aburrida, pero ¿por qué? Porque es un relato que nos han impuesto. Y, claro, ese relato no me gusta. Nosotros somos la especie escritora, la especie que observa y explica; hemos evolucionado de un animal concreto, hemos llegado a tener autoconciencia… Y hemos lanzado un manto de realidad sobre todo eso, que es una genialidad; una cosa loca, fantástica y misteriosa.

Las historias, aseguras, son como cabañas, un refugio desde el que ver lo que ocurre fuera.

Los seres humanos desde lejos no nos vemos. Ni siquiera existimos, somos motas de polvo. Así que ahí hay una reivindicación del relato, del cuento, de la novela... La ficción como artefacto que nos examina como si estuviésemos debajo de un microscopio.

La mayoría de los cuentos, por no decir todos, están escritos en paralelo a las novelas y muchos repiten personajes y escenarios. ¿Es el cuento una manera de tomarte un respiro de esas novelas que te pueden llevar cuatro o cinco años de trabajo?

Los cuentos aparecen a veces como fogonazos, pero es verdad que casi todos los cuentos que hay aquí –excepto “El mundo se acaba pero Floyd Tibbits no pierde su trabajo”, “Sandy McGill nunca ha viajado a otro planeta” y “La señorita Slope ha muerto”– son cosas que me han pedido en momentos determinados. Nacen porque tienen que nacer, y lo hacen en medio de algo. Siempre estoy escribiendo una novela porque siempre quiero estar en algún otro lugar. Entonces el cuento es un lugar paralelo, es como irme de vacaciones. Quiero pasar seis años en Kimberly Clarence Weymouth, pero voy a pasar dos meses en el resort este de Floyd Tibbits. Dos meses está bien. Vacaciones paralelas. La transfusión de personajes es porque a veces no sabía ni si la novela iba a acabar y pensaba “ese nombre es muy bueno, por si acaso lo voy a meter aquí también, a ver qué sale antes”. Y también un poco de engreimiento de escritor, ese “soy la misma persona y quiero que se note”. Yo fui una obsesa de Bukowski, lo leí todo del tirón, y hay muchos cuentos suyos que son el mismo cuento. Lo cuenta de forma distinta porque pensaba que nunca jamás en su vida nadie iba a leerlos seguidos. Me gusta que las novelas o lo que haces esté interrelacionado.

Además, refuerza esa idea de “conciencia de obra” de la que has hablado alguna vez.

Sí, yo siempre he sido muy consciente; de hecho, los cuentos han sido una especie de pegamento en eso. Me han mantenido fuera del mundo, pero dentro de mi propio mundo. Como creo tanto para todo… O sea, para cualquier cuento se me ocurren ideas que luego pienso que pueden funcionar en novelas independientes. En “Wendolin Kramer” (Seix Barral, 2011; reeditada este año en Debolsillo), por ejemplo, hay un personaje que se llama Fanny Dundee que de mayor va a ser paleontóloga porque es muy amante de los dinosaurios, como yo. Y sé que en el futuro haré una novela de dinosaurios, la tengo pensada desde hace muchos años, va cambiando de forma, porque la idea es cada vez más loca.

“La novela es una travesía en la que te embarcas durante años y creas una especie de universo complejo y barroco. Y el cuento es como una mariposa que aletea en un frasco, porque realmente es como coger algo que te pasa en un momento. Lo que cambia es el nivel de intensidad. A algunos cuentos, si les subes el volumen, podrían ser una novela”

Siempre he tenido la sensación de que quien no te conozca y te lea por primera vez se preguntará qué es lo que tienes en la cabeza. Es decir: ¿de dónde sale TODO ESTO?

Creo que este libro explica cómo aterrizó el ovni, de dónde viene, de qué está hecho y qué cosas más hay en su interior. Y lo que hay es mucha pasión por cualquier cosa que leo, sobre todo cuando noto que el escritor ha disfrutado muchísimo. Por ejemplo, “¡Noticia bomba!” (1938) es una novela que Evelyn Waugh disfrutó muchísimo escribiendo, estoy convencida. Y yo toda mi vida había querido escribir “¡Noticia bomba!”. También hay mucha autoridad de los objetos: hablan con sus dueños, les ponen límites, reclaman su lugar…

En los cuentos aparecen dinosaurios oficinistas, un limonero que quiere ser investigador, reporteros fantasma, todo tipo de objetos haciendo cosas extrañas…. ¿Le falta imaginación a la literatura española?

Yo he descubierto que, sin darme cuenta, era muy cervantina. En el fondo muchos autores posmodernos que me gustan juegan mucho con el humor, mezclan trozos y utilizan la imaginación para rellenar los huecos. Flexibilizan la idea de la realidad, son antiautoritarios y lo pervierten todo un poco. Y todos ellos vienen del Quijote. “El Quijote” contiene la novela moderna, la posmoderna, contiene la ficción dentro de la ficción, contiene la enfermedad por la ficción, la idea de que la vida imaginada es superior a la real… Contiene todo eso que yo he sido toda mi vida, sin darme cuenta. Yo he sido Alonso Quijano desde el principio, la persona que ha vivido más dentro de los libros y queriendo estar dentro de los libros y creyendo que vive dentro de un libro.

Cervantes como origen de todo.

Es que parece que hablo todo el rato de yanquis, pero luego mi traductor americano me dice que hay muchas cosas que no existen y que son muy españolas dentro de lo que hago. Entonces, claro, al final uno no puede quitar España de sí mismo, porque soy española y lo que hago es literatura española. La Generación Nocilla, aunque minúscula, hermética y abandonada en el tiempo como una especie de vestigio, abrió puertas y ventanas por las que yo también entré. Agustín Fernández Mallo y Manuel Vilas siguen haciendo esa literatura española ambiciosa, igual que Sara Mesa hace una literatura española completamente europea en el sentido kafkiano de explicar España desde una extrañeza inédita. Son esos libros que yo no encontraba cuando era niña. Iba a la biblioteca y quería ser escritora española y leía españoles y pensaba “esto no lo entiendo”. Lo que leía en “Nada” (1945) de Carmen Laforet para mí era ciencia ficción. ¿El Eixample? ¿Qué es esto que me estás contando?

Superhéroes de clase. Foto: Òscar Giralt
Superhéroes de clase. Foto: Òscar Giralt

Y de pronto apareció “La señora Potter no es exactamente Santa Claus”.

Lo que pasó con “La señora Potter…” fue un milagro, pero porque los lectores permitieron que lo fuera y porque de alguna forma lo estaban esperando. Yo no creo que se lea menos, sino que se lee mucho más y se lee cada vez mejor. Entonces, hay que estar a la altura, hay que ser muy ambicioso. Tiene que haber empatía. Y ahora ya están entrenadísimos. Si pudieron leer “La señor Potter…”, “Damas, caballeros y planetas” será un paseo.

Sin embargo, lamentas en el epílogo que en España falta noción de “carrera literaria”, que apenas existen espacios para los cuentos y relatos.

Los editores tienen que ejercer esa responsabilidad y sentir que la literatura española no es algo a lo que se echa de comer, sino algo que se puede crear, como un ente que tiene que ser lo más amplio posible, tiene que ser lo más valiente y arriesgado posible. Se crece desde la base, desde lo pequeño. Como ocurre en Latinoamérica, con esas pequeñas editoriales que publican libros muy cortos, como eran los Alpha Mini de Alpha Decay, donde publicaron Rubén Martín Giráldez, Luna Miguel, Antonio J. Rodríguez… En realidad no es culpa de nadie, es culpa de todos porque hay un sistema que viene de una situación de privilegio que se ha vuelto sistémico… Luego también falta el escritor que diga “bueno, ya que me está alumbrando el foco, voy a bailar bien, no voy a bailar de cualquier manera”. Yo creo que es honrar un poco a Cervantes, porque al final toda la literatura, todo el concepto de la novela, viene de España, la creó un español. Y tendríamos que ser potentes.

Explicas que, aún hoy y después de todos los premios, lo que tienes al lado de tu cama es un dibujo de tu hija, una carta de tu hijo y una mención como finalista del Premio Cosecha Eñe de 2012 por “Hombres por correo Lohmann”. No ganaste, pero ahí está, enmarcada, la distinción.

Es que en ese lugar me vieron. Y yo pensé: “Si alguien me ha visto, me pueden volver a ver”. La sensación es que ahora soy vista, y es muy fuerte, David, porque este libro cuando llegó a casa es el que, con diferencia, más ilusión me ha hecho. Los otros libros llegaban y pensaba: “Bueno, a ver qué pasa, a ver si alguien lo lee, a ver si alguien lo quiere”. Ahora es la primera vez que sé que hay gente esperando a leerlo.

“Yo he descubierto que, sin darme cuenta, era muy cervantina. En el fondo muchos autores posmodernos que me gustan juegan mucho con el humor, mezclan trozos y utilizan la imaginación para rellenar los huecos. Flexibilizan la idea de la realidad, son antiautoritarios y lo pervierten todo un poco. Y todos ellos vienen del Quijote”

¿Sabes ya contra qué escribes?

Contra la realidad. Contra el relato único de las cosas. “La Señora Potter…” era una oda a todo eso. Contra el que te digan qué eres y lo que vas a ser. Supongo que en el contexto en el que crecí, barrio de las afueras en ciudad de las afueras, mi abuela ni siquiera sabía leer, mis padres no acabaron ni el graduado escolar… Supongo que tenía encima un relato gigante sobre lo que iba a ser mi vida. Y los libros me sacaron de ahí, literalmente. La lectura me sacó de ahí y me permitió darme cuenta de que el mundo era muy grande y que dentro del mundo yo podía ocupar la posición que más me gustase. Así que, sí, escribo contra el relato que se te impone por nacer donde naces o por el mundo en sí. Como periodista también te das cuenta de que contamos las cosas en función de cómo queremos contarlas, y no siempre es la verdad.

Hablando de periodismo, ¿lo sigues necesitando creativamente o es algo puramente económico?

Sobre todo es económico. Creo que podría vivir de escribir solo, pero es verdad que mi profesión, nuestra profesión, me apasiona desde niña, porque creo que el periodismo es vivir aventuras. Puedes decir “soy periodista” y cualquier persona te cuenta su vida. El periodismo es como una llave que abre puertas siempre y a mí me las abre todo el rato y me hace entrar dentro de personas. Sobre todo me gusta hacer entrevistas, porque entras dentro de la gente e intentas entender por qué hace lo que hace, cómo lo hace. Así que me encantaría poder dedicarme al periodismo más y mejor, pero es muy imposible. Me encantaría escribir crónicas como Foster Wallace. Me gusta encantar la realidad desde la propia realidad también. O sea, contar la realidad de forma distinta es muy chulo.

En “El redactor estrella de Rocketbol Amazing Times”, uno de los relatos, al periodista le toca seguir trabajando después de muerto. Periodismo post mortem. ¡Y gratis!

Ese relato empezó hablando la idea de la vieja gloria como tapón; de que los que venimos de abajo siempre vamos a ocupar lugares periféricos. Pero en realidad hablaba más de cuando la gente empezó a escribir gratis en los sitios. Y yo me enfadaba muchísimo porque era como “nos ha costado un montón cobrar poquísimo; por lo menos, que cobremos”. Porque, si no, no se puede vivir. Siempre hay periodistas, los periodistas son geniales en mis cuentos.

La ficción, has dicho, es lo que te hace seguir con vida. ¿Es así de literal?

Literal. Yo leo más que vivo. Y estoy siempre buscando otros sitios. Yo veo los libros como puertas por las que me puedo ir en algún momento. Voy guardando cosas, porque hay muchas grandes ideas en diferentes lugares, y a veces en novelas inesperadas. Es como si fuese una gran manta cosida por muchas grandes ideas de gente que yo luego he transformado. ∎

Un universo de otra galaxia

“Bienvenidos a Welcome”
(Elipsis, 2008; Random House, 2019)

¿Qué mejor-peor manera de echarse al monte, de estrenarse sin red ni salvavidas, que con una sitcom galáctica, una enloquecida centrifugadora de referencias pop y mayúsculas desquiciadas que fue también la última referencia de la fugaz y ruinosa (y morosa, según a quién le preguntes) editorial Elipsis? “Hace tres días, cuando la nave espacial se estrelló contra el Centro Comercial 33, Ginger estuvo a punto de hacerse pedazos la mandíbula”, leemos en las primeras páginas de este disparatado big bang referencial, de esta odisea descacharrante hecha de trozos de Brautigan y Vonnegut; de guiños a Fante y Gore Vidal; de novelas pulp, ciencia ficción elástica y humor a manguerazos. ¿La trama? Una nave espacial choca contra un centro comercial y todo el mundo se vuelve majara. ¿El resultado? Una novela sobre las fake news inspirada en los cuatro años que Fernández pasó trabajando en la revista ‘Super Pop’. La relación causa-efecto, claro, se explica sola.

“Wendolin Kramer”
(Seix Barral, 2011; Debolsillo, 2023)

Una treintañera que pasea por la vida con ademanes (y disfraz) de heroína y funda una agencia de detectives en su casa; un gigoló-investigador especializado en reescribir versiones rosas de las novelas de Virginia Woolf; un perro adicto a los concursos de belleza… A fuerza de torcerle el brazo a Douglas Adams y chotearse de las novelas de detectives y los cómics de superhéroes, el descacharrante universo creativo de Fernández empezó a expandirse a lo grande. A la segunda, sin embargo, tampoco fue la vencida, sino casi todo lo contrario: asustados por el exceso de imaginación que emanaba del manuscrito, los editores no supieron muy bien qué hacer con aquel fogonazo de originalidad desaforada y creyeron que sería buena idea ambientar la novela en Barcelona. Y, claro, después de la impredecible galaxia de “Bienvenidos a Welcome”, aquello resultó demasiado REAL.

“La chica zombie”
(Seix Barral, 2013; Debolsillo, 2023)

“Cuando leí ‘Duluth’, de Gore Vidal, y ‘Pregúntale al polvo’, de John Fante, descubrí que eso era lo que yo quería hacer. No hace falta que todo sea tan serio”, explicaba Fernández durante la promoción de su tercera novela, la más accesible de todas las que ha escrito. Una suerte de remezcla contrahecha y carcajeante de “La metamorfosis” (Franz Kafka, 1915) con adendas de “Carrie” (Stephen King, 1974) y “Grease” (Randal Kleiser, 1978) que utiliza la mitología del zombi para sentenciar que, no lo duden, la adolescencia es un auténtico asco. Así, “La chica zombie” es Erin Fancher, una joven de 16 años que amanece un buen día transformada en zombi y con la que la escritora explora entre pústulas y onomatopeyas dementes asuntos tan terrenales como la identidad, el no encajar en ningún sitio y el hacerse mayor sin manual de instrucciones a la vista.

“El show de Grossman”
(Aristas Martínez, 2013; Debolsillo, 2023)

En su día, Fernández la presentó como “un cruce entre la película ‘Mi novia es una extraterrestre’ y una versión alienígena de ‘Los Goonies’”. Casi nada. Otro cóctel irreverente y gozosamente absurdo en el que empiezan a aparecer algunas de las constantes de la autora. Ahí están, por ejemplo, Rethrick, el planeta fan de la tierra; la escritora Robbie Stamp, algo así como un alter ego de la propia autora; y los guiños a “Expediente X” (Chris Carter, 1993-2018). ¿Un ejemplo? “Austin Grossman despertó con la sensación de haber sido arrojado contra un transatlántico, como si en lugar del presentador del programa de mayor audiencia del planeta, fuese una botella de champán alienígena”, leemos ya en la primera página de una novela ilustrada por Martín López en su edición original.

“Connerland”
(Literatura Random House, 2017)

Voss Van Conner, personaje que ya enseñó la patita en “El show de Grossman” y “La chica zombie”, es la razón de ser de “Connerland”, ambicioso homenaje a los perdedores de la ciencia ficción que Fernández transforma en alucinado Dragon Khan metaliterario. Una espectral celebración de Vonnegut, Adams y Lundwall que picotea “Ghost” (Jerry Zucker, 1990) y “Dios le bendiga, Mr. Rosewater” (Kurt Vonnegut, 1965) y empieza a anticipar lo que será “La señora Potter no es exactamente Santa Claus”, retorciendo la realidad con una grotesca fábula sobre absurdos parques temáticos, muertes ridículas y novelas que nunca nadie leerá. Un divertidísimo canto al oficio de escribir que, por imposible que parezca, remezcla a Pynchon con “Ghost” y a Robert Coover con las sitcom de los años ochenta.

“La señora Potter no es exactamente Santa Claus”
(Random House, 2021; Debolsillo, 2023)

De una visita exprés a la idílica localidad noruega de Drøbak nació “La señora Potter no es exactamente Santa Claus”, novela torrencial y apabullante, una historia dentro de otra historia dentro de otra historia, con la que Fernández lleva al extremo su personalísimo desguace literario. “Me gusta pensar que es como un Roald Dahl para adultos en un mundo sin base real ni peso histórico ni nacionalidad. Solo personajes que se defienden de lo que les hace daño”, explicó en su día una autora que viaja aquí a la siempre desapacible Kimberly Clark Weymouth, ciudad en la que Louise Cassidy Feldman ambientó un superventas infantil, para subirle el volumen a los personajes disfuncionales y unas tramas de imaginación desbordante que esconden una honda reflexión sobre la maternidad y la creación.

“Damas, caballeros y planetas”
(Random House, 2023)

Como dice su admirado Stephen King, “todo cuento tiene su propia vida secreta”, así que Laura Fernández no se ha limitado a recopilar cuentos escritos y publicados en los últimos quince años, muchos de ellos inencontrables, sino que ha armado en paralelo una suerte de autobiografía escritora y lectora que explica los cómos y, sobre todo, los porqués de los relatos. Un vistazo a un lustro de lucha a brazo partido contra la realidad que se traduce aquí en un asombroso desfile de escritores chalados, detectives mutantes, hombres por correo, trenes interdimensionales, dinosaurios oficinistas y posadas para fantasmas. Una veintena de réplicas descontroladas de uno de los universos creativos más singulares de la literatura española y un maratón de imaginación pasada de vueltas que toca techo con la nouvelle inédita “El mundo se acaba pero Floyd Tibbits no pierde su trabajo”, antídoto pandémico que planta cara al Catarro Interminable con toneladas de humor y absurdo. ∎

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