Han transcurrido más de dos años desde el paso de “In Fabric” (2018) por el certamen donostiarra y, después de toda una serie de cancelaciones por parte de la distribuidora que había adquirido el título, por fin puede verse en nuestro país, aunque sea directamente en Movistar+. A estas alturas, ya se ha convertido en un título de culto, del mismo modo que lo son sus trabajos precedentes, “Katalin Varga” (2009), “Berberian Sound Studio” (2012) y “The Duke Of Burgundy” (2014).
¿El secreto de Peter Strickland? Su capacidad para introducir al espectador en una pesadilla tan cotidiana como fuera de los límites de la realidad a través de un vendaval de sensaciones magnéticas y morbosas, en las que hay lugar para la delicadeza, la oscura poesía y la potencia expresiva más radical.
En sus películas siempre hay una mezcla exuberante de géneros, pero en esta ocasión ha introducido la comedia.
Creo que se coló por casualidad (ríe tímidamente). No fui consciente de ello durante el proceso de escritura. En mi caso, el tono suele aparecer más adelante. Empecé a explorar los personajes y no sabía dónde iban a terminar. Cuando apareció el humor negro, todo empezó a tomar forma, me dejé llevar por él y al final cobró mucho protagonismo. Pero no quería que nos riéramos de los personajes; es solo una herramienta que nos permite entender sus ansiedades y frustraciones, sus manías.
En sus películas se pueden siempre rastrear mil y una influencias. ¿Cuáles fueron sus referentes para “In Fabric”?
Cuando era pequeño me aterrorizaba ir a los grandes almacenes con mis padres. No sabía por qué, pero es un recuerdo que siempre me ha acompañado. Quería replicar esas sensaciones de angustia; plasmar todos esos recovecos que esconden esos lugares. Siempre me preguntaba: ¿qué habrá en los sótanos? Más tarde me di cuenta de que lo que más miedo me daban eran los maniquíes. Así que para la película he utilizado referencias de diferentes artistas plásticos que trabajan con ellos de forma tétrica. Pero si tuviera que elegir una película que tenía en la cabeza cuando hice “In Fabric”, sería “El carnaval de las almas” (Herk Harvey, 1962).
Ha conseguido convertir el consumismo en una película de terror.
Cuando estaba preparando el proyecto, le puse precisamente ese título a la película: “Pesadilla consumista”. Desde luego, el consumismo está presente, pero no quería juzgarlo, porque yo mismo formo parte de él. Soy parte del problema y seguro que llevo puesto algo que está hecho en algún sitio donde puede haber niños explotados trabajando ilegalmente. Como director, no me gusta subirme a una atalaya y mirar por encima del hombro a los personajes y las historias que cuento. Yo quiero a mis personajes. Si yo fuera Sheila (Marianne Jean-Baptiste en la película), me compraría no ya un vestido, sino veinte, con esa vida anodina que lleva. ¿Por qué no va a disfrutar comprándose algo para ella? Todos los personajes están atrapados y necesitan una dosis de escapismo. Y eso simboliza el vestido.
El vestido asesino.
Pero no quería caer en el tópico de algunas películas de terror en las que hay dos adolescentes teniendo sexo y, acto seguido, mueren asesinados. Parece que sea un castigo. En el caso de Sheila, su muerte es accidental, el vestido lo encuentra por casualidad. No es una película sobre el castigo al consumidor, aunque el vestido, en efecto, esté maldito. Creo que eso da más miedo.
En “In Fabric” hay mucho fetichismo, como también ocurría en “The Duke Of Burgundy”.
Reconozco que muchas de las películas que más me gustan celebran los objetos, los sitúan en el centro de la historia como un protagonista más. En este caso quería hablar sobre cómo nos afecta la ropa de manera distinta. Es un tema que me fascina. En “In Fabric”, cuando están haciendo la colada, un personaje odia ese momento y a otro le provoca placer. Me gusta cómo un mismo objeto puede provocar reacciones antagónicas. Después está el fetichismo con las corbatas y el tema del ASMR, que es una condición que tienen algunas personas con los sonidos y que suele generar excitación. Yo me obsesioné y me ponía vídeos de YouTube con esos sonidos para dormir. Creo que la película no es fetichista de manera física, pero sí sonora.
¿El sonido está relacionado con el carácter sensorial de sus películas?
El sonido tiene un alcance muy inquietante. Es la parte más importante de mi trabajo, porque me parece increíble la manera que tiene de crear sensaciones y de modificar incluso el sentido de la imagen. Los gritos, las notas asonantes o el ruido de los elementos cotidianos utilizados de una determinada manera pueden transportarnos a un abismo de extrañeza, tan onírico como real.
Las bandas sonoras de sus películas son también una pieza fundamental. En este caso ha contado con Cavern Of Anti-Matter, el proyecto de Tim Gane de Stereolab.
He sido muy afortunado al contar con él. Yo crecí escuchando Stereolab. La primera vez fue en un cine donde había ido a ver una película de Dario Argento. Los descubrí a ambos al mismo tiempo y supongo que eso me marcó. Hacer algo con Tim veinte años después ha sido alucinante. Ya lo había conocido antes, tras un concierto, pero en aquel momento no tenía sobre la mesa un proyecto que proponerle.
¿Cómo fue su trabajo conjunto?
En este caso le pedí a Tim que escribiera la música mientras yo hacía el guion, incluso cuando no tenía ni idea de hacia dónde derivaría. Me grabó sonidos de drones o ruidos de lavadoras y fuimos dando forma a la película poco a poco. Ha sido un placer trabajar con él porque es una enciclopedia de cine y música.
¿De qué forma recuerda su colaboración con Broadcast para la música de “Berberian Sound Studio”?
Justo antes de que se estrenara la película, falleció Trish Keenan. Fue un shock terrible y, a nivel personal, una pérdida irreparable. Era un genio. Maravillosa. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.