Ainara LeGardon lleva suficiente tiempo en esto (alrededor de dos décadas, primero al frente de Onion y luego ya en solitario) para atreverse, en un salto mortal sin red, a abrir su nuevo disco cantando a pelo en
“Last Day”, marcando así la tónica minimalista de unos arreglos –su voz y su guitarra eléctrica, con las aportaciones del bajo de Rubén Martínez y la batería de Héctor Bardisa cuando son estrictamente necesarias– que van a la esencia: en
“No End” empieza cantando sobre bajo y batería, y la guitarra no entra hasta el clímax de caos y ruido. Ainara dice que el hilo conductor de las letras del disco es el viaje como forma de vida:
“No uno en concreto, sino todos los que han hecho de mí quien ahora soy”. Y de lo vivido, saca lo que puedas:
“Las vidas que no viviré. Las vidas que sí he vivido. Los minutos que prometo no volver a malgastar. La necesidad de saborear ciertos recuerdos antes de que fundan a blanco”.
Siempre ha tenido voz propia, y no una sola, sino muchas, ya que fluctúa sin esfuerzo de lo dulce a lo siniestro, vuela o se retuerce. Si en el lejano
“In The Mirror” (2003) –producido por Chris Eckman de The Walkabouts– se dejaba mecer por la americana de Audience, ahora tiende a aflorar su lado más oscuro y fuerte, y las inevitables comparaciones con PJ Harvey y Patti Smith salen a la luz. Pero Ainara tiene suficiente entidad propia para cantar sus canciones y firmarlas con su nombre. Y seguir viajando. Cada minuto. ∎