Álbum

Crossed

MorirAutoeditado, 2022

19. 07. 2022

El cuarteto madrileño prosigue su asalto aural con un segundo disco de duración bastante más sucinta que su debut, Barely Buried Love” (2020) –siendo más un zambombazo que un ametrallamiento–, y que, si bien introduce vueltas de tuerca a la fórmula ya establecida, es una continuación lógica de su ruido de base, cimentado en un elástico encuentro de géneros extremos. Lo inicialmente discutible de los dieciocho minutos que dura “Morir” es hasta qué punto esa brevedad es una decisión consciente de no querer caer en la redundancia. El debut demostró con creces que no eran una banda de un solo truco, segando sonoridades en el espectro de las vertientes más desquiciadas del hardcore y el metal; pero quizá resultaba en exceso machacón. Aquí, con solo diez piezas de carácter sucinto, le niegan al oyente ese tipo de devaneo producido por la repetición, a la vez que tampoco le permiten demasiados respiros. Es una escucha contundente –en su línea– que a su vez incluye momentos interesantes de variación.

Los elementos ya conocidos del grupo reaparecen aquí: cierta matemática en los cambios de ritmo, una tendencia a ralentizar el compás al acercarse el final del tema (incluyendo una batería que acelera y desacelera; véase el periplo de velocidades cambiantes en “Duelo”, que oscila entre lo frenético y lo pesado-sludgesco), siniestros punteos de guitarra que evocan un sabor más black metal (en “Trauma” puede hallarse un caso arquetípico, en primer plano; tratamiento que también asoma, esta vez más atmosférico, en segmentos de “Quitapenas”), o el torrente continuo de voz desgarrada (con deliciosas situaciones, como esa arcada porcina al principio de “Lágrima”).

Las canciones que evocan su sonido más ortodoxo quizá no sorprendan por su innovación, pero sí que se detecta un detallismo por la estructuración y las texturas. Por ejemplo, a nivel arquitectónico, al final de “Luz de gas” confeccionan un interesante diálogo entre un bajo maquinal y unas guitarras discordantes; este breve fragmento de alternación entre lo bruto y lo lastimero aporta un punto de ingenio a lo que otrora sería pura agresión primaria. El urgente, angular pero sorprendentemente inteligible riff que abre “Óxido” da paso a una intrigante travesía guitarrera en la cual se ensayan diversos tipos de tonalidades, desde un vaivén ebrio hasta amenazantes embestidas a ritmo más lento. Especial mención merece el sucio flirteo entre la voz y las guitarras: si bien ambas suelen entrecruzarse o combinarse, en ocasiones se fusionan, dado su timbre similarmente pulverizado, provocándose una inquietante sensación, como sucede en “Lágrima”, o bien entrada “Quitapenas” –instantes donde la guitarra parece sumarse al griterío como si fuera otra cuerda vocal extraviada, intentando ir detrás del resto–.

Crossed trascienden lo “clásico”, sin embargo, con un par de cortes de un minuto que sirven tanto para oxigenar (sin nunca realmente ventilar el cargado aire) como para revelar una vertiente más experimental hasta ahora desconocida. En “Atado”, pintan un retablo industrial descuajaringado de bajo insistente y sonidos de (probable) guitarra ultrafiltrados –casi podría decirse pixelados– que lo acompañan como válvulas de escape; incluso más atmosférica es “Hundido”, con un bajo en esta ocasión más diabólico envuelto en una ahogada algazara de guitarra droneante cual señal estática. Y así como hacia el final de “Barely Buried Love” florecía un tema de belleza inesperada y color relativamente distinto como “Saudade”, aquí el grupo sorprende especialmente con el single del álbum, “Flores rotas”, que desconcierta por la presencia de una voz convencionalmente humana que guía la canción (o parte de ella) menos apabullante y más tarareable del disco (a medio camino entre el post-punk y el noise rock ochentero, pero con la irrupción de las guitarras metaleras anteriormente descritas).

A nivel más visceral, “Morir” es una experiencia precisa y óptima para sacudir cerebros, efímera hasta el punto de nunca hacerse aburrida, que además ha sido elaborada con un buen ojo por la urdimbre: el equilibrio entre lo matemático y lo orgánico no se limita a la composición y la gestión de los instrumentos, sino también a las decisiones de producción, con cada tajada de las cuerdas, vómito vocal y traca percusiva bien posicionados en una mezcla que rezuma fealdad y agonía. ∎

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