Disco destacado

Daniel Darc

Amours suprêmesMercury-Universal, 2008

Rockdelux 261

(Abril 2008)

Bajo

Suscripción

A punto de cumplir el medio siglo de vida y cuando ya nadie daba ni un euro por él, Daniel Darc está recogiendo los frutos de una existencia al límite y enderezando una de las carreras más extrañas del amplísimo croquis de la música popular francesa. Su retorno en 2004 con el extraordinario “Crèvecoeur”, después de una década de silencio, se convirtió en Francia en un pequeño gran acontecimiento y marcó una de las reinvenciones artísticas más fascinantes de los últimos años. El excantante de Taxi Girl (un único LP en 1981, “Seppuku”, producido por el Stranglers Jean-Jacques Burnel) se instaló de nuevo en el territorio de los vivos con un álbum oscuro, hipnótico y palpitante donde reinaba la gravedad de su dicción sobre fondos mayormente electrónicos construidos por Frédéric Lo, productor y autor de las músicas. Darc invocaba a la Biblia y a Johnny Cash, citaba a The Velvet Underground y a los poetas malditos, mostraba sin vergüenza sus cicatrices interiores y sus tatuajes corporales y avistaba finalmente la luz después de años en el filo de la navaja entre drogas duras y alcoholes de alta graduación.

Un renacimiento en toda regla que confirmó en escogidas presentaciones en directo –una de las cuales lo llevó el 28 de mayo de 2005 hasta el Primavera Sound; algo que casi nadie recuerda pero que un día será recordado– y que sirvió para que muchos descubrieran a un músico semienterrado pero con una carrera a la contra que merece una revisión: “Crèvecoeur” era su cuarto álbum tras el finiquito de Taxi Girl en 1986, precedido por “Sous influence divine” (1987), Parce que” (1988; a medias con el británico Bill Pritchard) y “Nijinski” (1994), y echaba definitivamente el cerrojo al Daniel Darc con perfil de galán lánguido y sexy, traspasando el testigo a un hombre quemado por las erupciones de la vida. La repercursión de su disco de comeback apenas hizo mella en el personaje: Darc sigue siendo un hombre de pocas palabras, tendente a la depresión y a mirar de frente los pozos oscuros de la existencia, un enamorado del rock’n’roll que tiene a Elvis Presley e Iggy Pop en su santoral particular y que expresa las zozobras de su alma en textos depurados y breves que juegan al escondite con los eternos temas del amor, la muerte y la redención.

Darc, en el Primavera Sound 2005: histórico. Foto: Óscar García
Darc, en el Primavera Sound 2005: histórico. Foto: Óscar García
Y ahora, cuando parecía que tras “Crèvecouer” se lo había vuelto a tragar la tierra, entrega unos “Amores supremos” que quitan el hipo, una segunda parte cuatro años más tarde cocinada casi con los mismos ingredientes pero con diferencias importantes. Frédéric Lo sigue ahí, controlando y proporcionando las músicas, pero el listado de participantes que han cruzado las puertas del estudio se amplía y por aquí y por allá aparecen los Attractions Pete Thomas y Steve Nieve y hasta el mismísimo Robert Wyatt, quien se prestó a poner “respiraciones y voz” en la bellísima “Ça ne sert a rien” (nada raro: la caja de ritmos y la trompeta son flores del mismo jardín que “Rock Bottom”).

Darc y Lo apenas necesitan diez canciones y cuarenta minutos para preparar un cóctel de alto voltaje emocional donde los teclados siguen construyendo fondos escuetos y sugerentes y las guitarras adquieren un protagonismo ausente en “Crèvecoeur”. Hay una puntillista y fina madeja de arquitectura musical que nunca interfiere en las prestaciones vocales del protagonista, aquí más recitador que cantante, con una dicción profunda y cálidamente humana. “Amours suprêmes”, en confesado homenaje al “A Love Supreme” de John Coltrane –en el libreto del álbum anterior ya aparecía un cartel con la frase–, busca la libertad absoluta de un artista que conoce demasiado bien la esclavitud del dolor. Canta “cuando muera iré al paraíso, porque es en el infierno donde he pasado mi vida” (en la irresistible “J’irai au paradis”, un single destinado a arrasar; el cabaretero “La seule fille sur terre” sería el otro) y no suena a pose de outsider redimido, suena a sinceridad sin marketing. Su dueto junto a Alain Bashung en “L.U.V.” también desactiva la ironía de supermercado: un par de rockeros maduros recitando eslóganes del rock’n’roll way of life (“Bad boy, white trash, dead Elvis, dickhead, raw power, big deal, no fun”) sin que el ridículo saque el hocico; al contrario, lo saca Gainsbourg: Serge se moriría de envidia.

Entre frontales declaraciones de amor y notas de supervivencia, “Amours suprêmes” se despide con la definitiva “Environ”: guitarra y armónica orlando el susurro de uno de los verdaderamente grandes. El asumido colonialismo anglosajón del rock no debería impedir que este álbum saliera del país vecino. En la era de internet, la caza se facilita. Hagan el (pequeño) esfuerzo: ni Daniel Darc ni “Amour suprêmes” son platos que uno se encuentre en la mesa cada día. Esto es chanson de muy alta cocina, pura delicatessen. ∎

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