Y ahora, cuando parecía que tras “Crèvecouer” se lo había vuelto a tragar la tierra, entrega unos “Amores supremos” que quitan el hipo, una segunda parte cuatro años más tarde cocinada casi con los mismos ingredientes pero con diferencias importantes. Frédéric Lo sigue ahí, controlando y proporcionando las músicas, pero el listado de participantes que han cruzado las puertas del estudio se amplía y por aquí y por allá aparecen los Attractions Pete Thomas y Steve Nieve y hasta el mismísimo Robert Wyatt, quien se prestó a poner “respiraciones y voz” en la bellísima
“Ça ne sert a rien” (nada raro: la caja de ritmos y la trompeta son flores del mismo jardín que “Rock Bottom”).
Darc y Lo apenas necesitan diez canciones y cuarenta minutos para preparar un cóctel de alto voltaje emocional donde los teclados siguen construyendo fondos escuetos y sugerentes y las guitarras adquieren un protagonismo ausente en “Crèvecoeur”. Hay una puntillista y fina madeja de arquitectura musical que nunca interfiere en las prestaciones vocales del protagonista, aquí más recitador que cantante, con una dicción profunda y cálidamente humana.
“Amours suprêmes”, en confesado homenaje al “A Love Supreme” de John Coltrane –en el libreto del álbum anterior ya aparecía un cartel con la frase–, busca la libertad absoluta de un artista que conoce demasiado bien la esclavitud del dolor. Canta
“cuando muera iré al paraíso, porque es en el infierno donde he pasado mi vida” (en la irresistible
“J’irai au paradis”, un single destinado a arrasar; el cabaretero
“La seule fille sur terre” sería el otro) y no suena a pose de
outsider redimido, suena a sinceridad sin marketing. Su dueto junto a Alain Bashung en
“L.U.V.” también desactiva la ironía de supermercado: un par de rockeros maduros recitando eslóganes del
rock’n’roll way of life (
“Bad boy, white trash, dead Elvis, dickhead, raw power, big deal, no fun”) sin que el ridículo saque el hocico; al contrario, lo saca Gainsbourg: Serge se moriría de envidia.
Entre frontales declaraciones de amor y notas de supervivencia, “Amours suprêmes” se despide con la definitiva
“Environ”: guitarra y armónica orlando el susurro de uno de los verdaderamente grandes. El asumido colonialismo anglosajón del rock no debería impedir que este álbum saliera del país vecino. En la era de internet, la caza se facilita. Hagan el (pequeño) esfuerzo: ni Daniel Darc ni “Amour suprêmes” son platos que uno se encuentre en la mesa cada día. Esto es chanson de muy alta cocina, pura delicatessen. ∎