La retasación de John Carpenter como músico tiene, claramente, tres etapas: en la primera, los creadores de thrillers y cine de terror (bandasonoristas, directores y productores) se dieron cuenta de que la electrónica oscura, analógica y con una rueda de notas sencillas estratégicamente bien dispuestas aportaba un plus de suspense a sus películas parecido al que conseguía Carpenter con los scores que él mismo componía para sus filmes. En la segunda fase, ya son los artistas de electrónica, y no siempre en trabajos vinculados a la música para cine (Carpenter Brut, Oneothrix Point Never, SURVIVE, Beak>, Electric Youth, Gunship, Nightcrawler…), los que de repente se empiezan a inclinar por una música de teclados intrigante y texturizada à la Carpenter. De hecho, el propio autor de “La cosa” (1982) pone su voz en off como narrador en el documental sobre todos estos músicos “La rebelión de los sintes” (Iván Castell, 2019). Aunque, antes de tomar esa decisión, ya se había iniciado la tercera fase: el mismo Carpenter se ilumina y decide que puede explotar él también esta condición de pionero y cimarrón de la electrónica misteriosa.
Tras publicar “Lost Themes” en 2015, su primer álbum autónomo con sonidos que no acompañaban a ningún filme (por ser nueva o por haberse quedado en algún cajón), Carpenter puso en marcha un spin-off musical de su carrera como cineasta. Este inesperado último hurra (72 años tiene ya el maestro) se concretó en la formación de una banda con formato de trío estable (él mismo y su hijo Cody a los teclados más Daniel Davies a la guitarra) en giras por todo el mundo tocando en directo su viejo y su nuevo repertorio y en la continuación discográfica de “Lost Themes”, que en 2016 tuvo una segunda parte y justo ahora una tercera, “Lost Themes III. Alive After Death”.
Al disco en sí, a estas alturas del partido, no tiene mucho sentido pedirle novedades. Le basta con empatar con las dos entregas anteriores. Simplemente con eso, ya está garantizado que en “Lost Themes III. Alive After Death” vamos a encontrar el muy reconocible blasón de la casa Carpenter: sintetizadores atmosféricos en la niebla (“Alive After Death”, “Dripping Blood” o “Carpathian Darkness”) y andanadas más uptempo de terror analógico (“Weeping Ghost”, “Cemetery”, “Vampire’s Touch”, “Skeleton” o “The Dead Walk”). Música con storytelling, música con un poderoso componente escénico y música que mete miedo, sí. Pero, principalmente, música que introduce en tu cabeza secuencias de películas (acaso una persecución, una presencia inquietante, una tensión dilatada…) que solo existen en tu imaginación o, quizá, en el recuerdo falso de otras a las que podrían parecerse. ∎
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