Cualquier cosa que se haya dicho de
Lisabö, todas ellas rozando el “fuera de categoría” con el que se define lo que se sale de una norma, vale de nuevo para esta inesperada entrega del, probablemente, mejor grupo de post-hardcore que hayamos tenido jamás por aquí; y cuando digo aquí, quiero decir Europa.
Desde que se dieron a conocer en 1999 con su primera demo, que desbrozó un camino que acabaría siendo de leyenda desde sus inicios –telonearon a Fugazi cuando aún eran un grupo maquetero–, la fama de Lisabö no ha menguado. Varias veces al borde de la ruptura terminal, y dosificando ampliamente sus entregas –solo cinco álbumes a lo largo de dieciocho años–, cada episodio de sus prestaciones ha llegado como un pequeño gran acontecimiento que los situaba y resituaba una y otra vez, con una facilidad pasmosa, en la más incontestable primera línea.
Quienes los hayan visto en directo ya sabrán cómo se las gastan. Pocas cosas más intensas ha habido en la música –en cualquier estilo– en lo que llevamos de siglo XXI. Y, en esta ocasión,
“Eta edertasunaren lorratzetan biluztu ginen” (“Y tras el rastro de la belleza nos desnudamos”) reincide en un poderío sonoro que no por conocido pierde vigencia. El ruido como fuente de energía para rugir contra la máquina de la existencia, con sus tonos grises difuminando el negro y el blanco de la realidad. Y, para ello, los extraordinarios textos de Martxel Mariskal, quizá en la que sea su cumbre como letrista de Lisabö, nos aproximan a ese mundo profundamente dramático y triste pero también poderoso y valiente en su enfrentamiento demoledor, cara a cara, con la vida. En esta ocasión, se codifica en base a títulos como “La antesala de la ceniza”, “El obstinado círculo de los nómadas”, “Gotas de aceite en los labios”, “La carta no escrita antes de perder la memoria”, “En la interrupción del vuelo”, “Rodeado de anzuelos” y “Quienes vivimos fuera del tiempo”.
Tras el último concierto de la gira de su anterior
“Animalia lotsatuen putzua” (2011; mejor álbum del año según Rockdelux) en el Kafe Antzokia de Bilbao el 27 de abril de 2013, pararon máquinas, e Iban Zabalegi dejó el grupo. En 2016 comenzaron a trabajar de nuevo de un modo casi secreto. Aida Torres, antigua componente de Lisabö, se sumó otra vez al proyecto en estudio para sustituir a Iban a la batería, la misma que ya había tocado en el abrumador
“Ezarian” (2000) y en el más disperso
“Izkiriaturik aurkitu ditudan gurak” (2005), los dos primeros álbumes del grupo. Con Karlos Osinaga y Javi Manterola (guitarras y voces), Xabi Zabala (bajo), Eneko Aranzasti y Aida (doble batería), la habitual Maite Arroitajauregi –Mursego– al chelo y Martxel Mariskal (letras y la voz que cierra el disco), Lisabö estaban preparados para volverse a afianzar como una de las bandas más trascendentales del post-hardcore emocional. Y la prueba es este “Eta edertasunaren lorratzetan biluztu ginen” que ha caído igual que una bomba inesperada entre un público deseoso de seguir disfrutando de la experiencia Lisabö, la que nació de la confluencia de la esencia del sonido rock de Chicago + Washington D. C. y que, sirviéndose de un vigor devastador, fue llevada por ellos al paroxismo del esfuerzo físico y mental al tiempo que asociaban la palabra furia a términos como dolor; dolor por lo que representa escuchar a Lisabö, sublimación de la poesía ferozmente musicada, como se reflejó, por ejemplo, en la indudable obra maestra que fue
“Ezlekuak” (2007).