Desde que Juan Carlos Ordóñez remezclara “Eva sobre Eva”, su carrera y la de Cocó Silvania han avanzado de forma paralela hasta converger en Radio, el proyecto que, hasta el debut de DJ Galax en Creat, significaba su mayor aportación individual o conjunta –el CD “Radio” (1999) y el LP “El aire está vivo” (1999)– a la electrónica patria. Por tanto, no es de extrañar que
Prozack haya escogido el ruido y el colorismo de Berlín para ambientar su despedida del mundo del techno. Y así, el tercer álbum del gallego se refiere a la dispersión en sus tres acepciones: primero, la común, en tanto epílogo de una trayectoria ahora encaminada hacia el pop; después, la óptica, con el tema titular dividido en tres movimientos que representan los diferentes espectros de la luz/idea original, y finalmente, la química, mediante la transformación del sonido en un fluido que contiene uniformemente un cuerpo –el dub– en suspensión.
Hasta aquí, ningún problema:
“Ícaro”,
“Arqueología” y
“Zvc” salen fortalecidos de su hipotética
rendez-vous en Dubplates & Mastering. Sin embargo,
“Dispersión” hace demasiados honores a su nombre cuando decrece el ritmo y, con Mille Plateaux en el horizonte, la textura pasa al primer plano. Entonces, la naturaleza electroacústica de
“De Vaduz a Innsbruck”,
“Memoria” e
“Hilos y sombras” se rebela y la frontera entre la hipnosis y el sueño se hace cada vez más difusa. Por fortuna,
“Al fin sueños” vuelve a bombear algo de excitación a un trabajo irregular pero digno, fiel reflejo de las dudas de un productor siempre a caballo entre la experimentación y el baile. ∎