Bendita chaladura en la que se han embarcado Emmett Kelly, Stephen Malkmus, Matt Sweeney y Jim White bajo el nombre de The Hard Quartet. ¿El supergrupo indie definitivo? Mejor aún: una banda de free-rock libre de verdad. Y, más importante aún, felizmente hiperactiva. Muerte al aburrimiento y quince canciones que explotan en todas direcciones como cañones de confeti cargados con esquirlas metálicas y gominolas alucinógenas. La cosa, habrán leído por ahí, surgió casi por casualidad, cuando cuatro viejos amigos, algunos de ellos con proyectos compartidos y colaboraciones pasadas, decidieron despedir el estudio Strange Weather de Brooklyn con una grabación improvisada sobre la marcha.
Nació entonces el germen de lo que es ahora “The Hard Quartet”, alianza galáctica en la que Malkmus (Pavement), Sweeney (Chavez y Superwolf), White (Dirty Three) y Kelly (The Cairo Gang) se compactan y disuelven en una máquina de prensado de punk-rock herrumbroso y folk ensortijado. Un concentrado de talento que, en realidad, tiene poco misterio, ya que suena exactamente como se supone que debería sonar cualquier cosa en la que esté involucrado Stephen Malkmus. Esto es: alocado, imprevisible y deliciosamente asonante.
El californiano carga con buena parte del peso compositivo e infecta con su espíritu travieso y burlón unas canciones hechas de primeros planos de guitarras melladas, voces como recién tensadas y estucado de distorsión rupestre aquí y allá. Rock gozosamente despeinado, bufidos punk y garage correoso. En el menú, las rápidas y las lentas. Las de ADN más o menos identificable y las mutaciones admirables, con “Renegade” (larga vida a los Stooges) y “North Of The Border” (¿Wilco con más mala uva que pericia?) a la cabeza.
Pero si “The Hard Quartet” es algo más que la suma de las partes, por más que Malkmus cante aquí las suyas como el jovenzuelo de “Wowee Zowee” (1995), es gracias a la habilidad del cuarteto para tocar casi todos los palos sin desfallecer ni tropezar. El trote a lo Sonic Youth de “Chrome Mess” y la invocación a Will Oldham en “Killed By Death”. El folk raro y orgulloso de la fabulosa “Six Deaf Rats” y el atropello power pop de “Our Hometown Boy”.
En “Hell Highway” suenan como una banda de americana deliciosamente disfuncional que lleva décadas compartiendo escenario; en “Action For Military Boys”, como si Jimi Hendrix se hubiese tragado toda la discografía de Gang Of Four. Y para cuando llega “Jacked Existence”, es como si se hubieran propuesto arrancarle la cabeza a Elton John para poner en su lugar la de Elliott Smith. “We are your good friends we’re here to come for you / We are the voices that live in your head”, cantan con más razón que un santo en la narcótica y velvetiana “Thug Dynasty”, uno de los escasos peros de un disco para apurar hasta la última gota. ∎
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