Conor O’Brien, alias Villagers, nunca ha ocultado que sus discos suelen nacer como respuesta al inmediatamente anterior. Por ello, al exuberante “{Awayland}” (2013) le siguió el contenido y sublime “Darling Arithmetic” (2015), quizá todavía hoy su mejor disco, ejercicio confesional bajo el influjo minimalista de “Is A Woman” (Lambchop, 2002). Y por ello mismo, al expansivo “Fever Dreams” (2021) sigue ahora el más mesurado “That Golden Time”, bañado en un clima de grandes intimidad y soledad.
Así empezó nuestro hombre el disco, a solas, tocando y grabando todo en su apartamento. Solo hacia el final empezó a incorporar sonidos externos: el buzuki de Dónal Lunny, el violín de Peter Broderick y una voz soprano, una viola y un chelo descubiertos en un homenaje a Morricone. Las cuerdas sirven generalmente de refuerzo en estribillos y en algunos finales, sin imponerse nunca en exceso. Si hay exuberancia, es contenida. O’Brien se muestra tranquilo, reflexivo, también en unas letras memorables sobre un mundo ahogado en polarizaciones, simplismos, algoritmos. La vida online nos está dejando sin verdadera vida. Sin capacidad para matizar ni razonar. O sin ganas de intentarlo.
La defensa de la sutileza está ahí desde la inicial “Truly Alone”, en la que O’Brien se sirve de voz, piano, un beat esquelético y algunas brumas experimentales (ni mucho más ni poco menos) para elevar un lamento sobre esa tendencia actual a hablar del error ajeno como pecado imperdonable y defender que la naturaleza del ser humano es la perfección constante, como si eso fuera posible. También “Brother Hen” sigue un poco esa línea temática: la red como herramienta de separación y no de ninguna clase de unidad.
Los ricos arreglos (cuerdas, steel guitar) de “First Responder” añaden calidez al ambiente, y justo después, el folk de cámara de “I Want What I Don’t Need”, con algún deje dylaniano, acaba de colocar “That Golden Time” en la categoría de disco estufa, quizá decepcionado con el mundo, pero capaz pese a ello de hacer que uno quiera estar en él. O’Brien puede ver su excesivo idealismo con sentido del humor, como en el tema titular, estudio de personaje medio satírico, un poco al estilo Randy Newman, sobre alguien con una visión demasiado elevada de uno mismo y lo que lo rodea.
La melancolía de “That Golden Time” no llega a aburrir en ningún momento: cada canción tiene sus secretos, su sonido particular, sus detalles propios. “Keepsake” se mueve a lomos de un groove que parece sampleado y funciona a la perfección. En la desesperada “No Drama” (“Such a simple life / That you’re dreaming of / No drama, only love”), todo acaba desembocando en un despliegue orquestal que invita a soñar en Scope; igual no busca el drama, pero Villagers da con el gran melodrama. “Behind That Curtain” tiene una curiosa coda de jazz psicodélico. “Money On The Mind” es un cierre sobre relaciones, pero no tanto románticas como de poder. Hablamos de un compositor con recursos variados e inquietudes importantes. ∎
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