Pocos músicos hay en Europa que hayan escuchado, imaginado y pensado más y mejor la música que
Adrián de Alfonso. En ese imaginar, pensar y transitar por veredas del todo inusuales, Adrián, que atesora una erudición musical poco común, ha construido una propuesta tan poco convencional como posible: durante años, bajo el nombre de guerra Don The Tiger, se enfrentó al noise cruzado con un sugerente esencialismo de la música latina. Ahora, rebajando el ruido y acentuando el lirismo, aborda una revisión libérrima y minimalista del flamenco, el bolero, la copla, el tango y la sardana.
Su nuevo álbum,
“Viator”, tras “Varadero” (2013) y “Matanzas” (2018) –los dos como Don The Tiger–, es una colección de baladas a la vanguardia de la vanguardia. Asentado en Berlín desde hace años, explora estilos sin concesiones, a menudo de manera oscura y primitiva, arraigada en su propia visión radical de la música. El título, que alude al concepto de viajero, refleja un recorrido emocional y estilístico que cada oyente interpreta a su manera. “Viator” funciona como una declaración filosófica contra el exceso y la saturación contemporánea. Es una música tan esquelética que admite la proyección que cada uno quiera darle; cada oyente puede construir su propia historia con este disco.
El flamenco se revela como la influencia que le ha mostrado cómo despojarse de lo accesorio para transmitir con lo mínimo, pero con mayor claridad y profundidad que nunca. Aquí se contempla el acto de un cantaor con su voz desnuda como el intento de capturar la vulnerabilidad y la fisicidad del sonido. Así se traduce en sus directos, donde los silencios se escuchan, interpretando a viva voz, sin micrófono, con una gestualidad muy acentuada. Además, experimenta con la transmisión de sonidos a través de la FM, que resuenan en los transmisores de radio de la audiencia, mientras proyecta
samples, sonidos MIDI e incursiones en la música concreta, cantos minimalistas y maneras que aspiran a la estética de la lírica operística, pero reduciendo la pulsión trascendental a lo mínimo.
Aquí no hay atisbo de dramas existenciales. Las historias que cuenta “Viator”, con títulos improbables como
“Nido de sierpes”,
“Verde virguero” o
“¡Repliéguese la guardia toda!”, se han concebido con técnicas aleatorias, como el uso de un diccionario de rimas para generar choques de significado en las letras, como si el azar fuera el único motor narrativo que realmente importa.
“Viator” se grabó en entornos no convencionales, como dormitorios, baños y paisajes desérticos, para capturar la imperfección y la textura de los espacios reales, lugares no controlados que añaden, de nuevo, una dimensión física al sonido. Contó con la participación de artistas como Siri Salminen, el percusionista Andi Stecher (quien ya formó parte del
line-up de “Matanzas”) y un coro de voces –Víctor Herrero, Lorena Álvarez y Marcos Flórez– que aportan una dimensión polifónica e improvisada. El contrabajo manipulado de Mike Majkowski insiste en crear una atmósfera pesada y primitiva.
La dimensión visual, que apunta a lo cinematográfico y a veces a un exceso de reverberación
arty, suma capas de significado a la singular propuesta del ex-Veracruz y Bèstia Ferida. Y se apoya en realizadores tan solventes como Alex Reynolds, en el
vídeo de
“Postrer ciclón”; Jorge M. Fontana, en el inquietante
music film que pone imágenes a la fantasmagórica
“Pleamar”; o Juniper Foam en el
clip de
“La cara estúpida del ritmo”, que añade significantes poéticos a una propuesta artística plagada de simbolismos e inteligentes desviaciones de la lógica. Completan el universo visual los dibujos de la artista granadina Fátima Moreno, responsable de ilustrar la portada del disco y los singles con creaciones que responden con misterio y genio a esa mínima expresión con la que Adrián de Alfonso está trazando un discurso al que siempre habrá que volver, porque nunca termina de decir todo lo que tiene que decir. ∎