“MAYHEM”, el nuevo disco de Lady Gaga, no es la vorágine que promete su título. Tampoco es el regreso acelerado a sus raíces electropop que muchos esperaban. En su lugar, se sitúa en un interesante término medio: estilísticamente nostálgico pero emocionalmente contenido, ambicioso en su paleta sonora, aunque vacilante en ejecución. No es un fracaso, pero tampoco alcanza las alturas que sus pequeños monstruos anhelaban. En cambio, el álbum encuentra su ritmo en una artesanía pop competente, lejos de la declaración artística audaz que cabría esperar de una artista que antaño redefinió el maximalismo pop.
Parte de la culpa, además de las expectativas, recae en sus adelantos, “Disease” y “Abracabadra”. Ambos temas invitaban sin miedo a recorrer el lado salvaje, a abrazar el caos y la faceta más desquiciada de Germanotta. La primera recuerda al futurismo sucio de “Born This Way” (2011), con sintetizadores metálicos al frente, mientras que la segunda es puro frenesí, canalizando el absurdo camp de “Bad Romance” (2009). Son momentos de delirio que ya forman parte de la cultura pop –¡y qué videoclip el de la segunda!–, con una Gaga en el cénit de su teatralidad. Sin embargo, el resto del álbum es más calculado y conservador en su enfoque.
Y eso que Gesaffelstein deja su huella en otros tres temas, destacando “Garden Of Eden”, que surfea la ola revival de Ed Banger al estilo de su pupila Charli XCX. Una vez más, Gaga demuestra su maestría para los estribillos. La excitación se mantiene en “Perfect Celebrity”, enésima exploración del vértigo de la fama y la cultura de las celebridades, con un pulso sintético muy Nine Inch Nails y esa rabia sucia y sexi que la banda de Trent Reznor domina tan bien.
A partir de ahí, llegan las sorpresas. Se asoman influencias setenteras, casi como si Gaga quisiera firmar su propio “Future Nostalgia” (Dua Lipa, 2020). Del resplandor disco de “Vanish Into You” saltamos a la sofisticación bañada en neón de “Killah”, puro funk escuela Prince. Aunque, si hablamos de urgencia libidinosa y sin filtros con sabor neoyorquino, St. Vincent lo ha hecho antes y mejor. “Zombieboy”, más juguetona que peligrosa, coquetea con el boogie de pista de patinaje al estilo Kool & The Gang, pero la interpretación de Gaga se siente contenida, atrapada entre el homenaje y la autoparodia.
Nadie puede negar su entrega vocal en temas como “LoveDrug”, donde canta con el pecho a punto de estallar. Pero en “MAYHEM”, Gaga parece controlarse. Las interpretaciones son inmaculadas en lo técnico, aunque les falta ese abandono visceral que hizo de “The Fame Monster” (2011) y “Artpop” (2013) discos tan electrizantes. Un claro ejemplo es “How Bad Do U Want Me”, cuya nostalgia de tonos pastel la emparenta más con la Taylor Swift de “1989” (2014) que con la Gaga desatada que el título del disco sugiere.
“MAYHEM” quiere ser un regreso a los orígenes, pero nunca se compromete del todo. Es un disco de pop elegante y referencial, producido con gusto, pero el caos parece más controlado que instintivo. Gaga ha hecho carrera destruyendo expectativas, pero aquí parece conformarse con cumplirlas a medias. Es bueno, a ratos muy bueno, pero nunca del todo genial. ∎
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