Comparece con la única compañía de su guitarra eléctrica, pero el de Bob Mould es otro perfil totémico del rock alternativo norteamericano, creador de algunas de sus mejores canciones en las últimas décadas: “See A Little Light”, “Hardly Getting Over It”, “Celebrated Summer”, “Makes No Sense At All”, “A Good Idea”, “Chartered Trips”, “Too Far Down”, “JC Auto”… Todo lo que hizo al frente de Hüsker Dü –compartiendo tareas compositivas con el añorado Grant Hart– en los ochenta, al mando de Sugar en los noventa e incluso en algunos de los discos de su solidísima carrera en solitario a lo largo de los últimos decenios es leyenda. Melodías memorables que supuran electricidad en carne viva, sublimando esa ecuación de ruido+melodía que tanto influiría a Pixies, Nirvana, Foo Fighters y tantísimos otros. Reverencia y a cuadrarse ante él.
Si la selvática oferta de aguerrido rock de guitarras que dispone este año el Weekender te parece demasiado para tus oídos, Rachel Brown y Nate Amos te ofrecen una sugerente alternativa. El suyo es un discurso inconcluso, abierto, en evolución. Un work in progress impulsado por el ansia de experimentar y demostrar que el rock merece escapar de lo meramente museístico. En sus canciones hay rastros de folk, math-rock, kraut, mantras legados de la música concreta, modismos del reciente pop japonés… Llamarlo simplemente art rock sería reduccionista, así que lo más recomendable es esperar que su estimulante “Everyone’s Crushed” (2023) reviva sobre el escenario.
Incombustibles. Compusieron uno de los himnos definitivos del primer indie norteamericano: “Freak Scene”, la canción que abría “Bug” (1988), su tercer álbum. Tres minutos y medio que encapsulan para la eternidad la filosofía slacker de finales de los ochenta. Pero J Mascis, Lou Barlow y Murph fueron bastante más: una de las piedras angulares del rock alternativo gracias a discos en los que el noise rock, el hardcore desacelerado y la herencia de Neil Young –ellos sí se permitían los solos de guitarra– se fundían en discos como “Green Mind” (1991), “Where You Been” (1993) –su gran obra de madurez, cuyo 30 aniversario están celebrando–, “Without A Sound” (1994) o “Hand It Over” (1997). Cierto es que Barlow abandonó la nave en 1988, pero volvió en 2005 para reeditar el ruido y la furia de aquel primer power trio, revividos en álbumes tan rocosos como “Beyond” (2007), “Farm” (2009), “I Bet On Sky (2012)”, “Give A Glimpse Of What Yer Not” (2016) o “Sweep Into Space” (2021). A su paso por Primavera Sound 2022 casi revientan el aforo ante el escenario Cupra. Son una institución.
Anfetamínicos, espídicos o simplemente adrenalínicos: escoge tú mismo el adjetivo (tópico, lo asumo) para calificar la descarga eléctrica en que se traduce cualquiera de los directos de este cuarteto angelino que cuenta con galones de sobra en su currículo. Su vocalista, Keith Morris, estuvo en Black Flag y Circle Jerks, su guitarrista Dimitri Coats militó en Burning Brides, su batería Justin Brown ha tocado para Thundercat o Ambrose Akinmusire, y el bajista Autry Fullbright II pasó por ... And You Will Know Us By The Trail Of Dead. Sí, son un auténtico supergrupo. Su último trabajo, el EP “FLSD” (2023), vuelve a contar con portada de Raymond Pettibon. No hay que perder las buenas costumbres.
Fueron teloneros de Arcade Fire en una de sus primeras giras por España y militan ahora en el mismo sello en el que empezaron ellos, Merge: otra de las muchas señales de que Fucked Up siempre se han resistido a aceptar la etiqueta post-hardcore como una camisa de fuerza. Son estruendosos pero melódicos cuando quieren, monolíticos pero a veces también complejos, fieles a su concepto eminentemente físico de la música pero también abiertos a colaborar con artistas tan dispares como Owen Pallett, Jello Biafra, Yo La Tengo, Broken Social Scene o Les Savy Fav. El último álbum de los de Toronto, “One Day” (2023), preserva intacto su ardor. Y su directo es de los que tampoco suele tomar prisioneros.
Una de las grandes incógnitas de este Weekender será comprobar la prestación escénica de Alan Sparhawk sin Mimi Parker, esta vez a la fuerza: ella era la voz de la pureza en este mundo desquiciado, un inalterable manantial de espiritualidad que se mantenía ajeno al vaivén de modas, tendencias y toda clase de mezquindades de esta vida (pos)moderna, y su fallecimiento hace justo un año cortó la inaudita progresión de unos Low que estaban publicando sus discos más audaces, disruptivos e inconformistas tras casi treinta años de carrera. No había nadie ni nada como ellos, y no lo habrá en el futuro. En lo estrictamente creativo, había vida para Sparhawk más allá de Low: ahí estaban su disco en solitario o sus trabajos con Retribution Gospel Choir. Lo único que seguro no negocia en directo es la intensidad. Ahí no hay duda por resolver.
Tuvo que irrumpir aquel revival post-punk de los primeros 2000, alentado desde Nueva York por –entre muchos otros– LCD Soundsystem y su sello DFA, para que Bush Tetras vieran su nombre históricamente restaurado. Lógico, porque canciones como “Too Many Creeps” también sonaban a Radio 4 o The Rapture, pero con más de veinte años de adelanto. Había un túnel del tiempo que conectaba el Manhattan de 1980 con el de 2002, aunque si te daba por cotejar a los unos con los otros apenas se advertían esas dos décadas de diferencia, más allá de algunos detalles de producción. Bush Tetras eran (post) punks pero irradiaban groove. Y contaban con el pedigrí no wave de Pat Place, quien había estado en James Chance And The Contortions. Llegan al Weekender con el solvente “They Live In My Head” (2023), el estupendo disco que de momento corona su tercera encarnación, con Steve Shelley (Sonic Youth) a la producción y a la batería, en donde reemplaza a Dee Pop, quien falleció hace dos años.
Siempre en segunda fila. En un discreto plano secundario. Ahí se han mantenido Blonde Redhead en los últimos treinta años. Quizá sea el precio a pagar por lo poco normativo de su discurso: ni enteramente noise pop, ni enteramente shoegazing, ni enteramente dream pop ni enteramente indie rock, sino un poco de cada uno de ellos y todos pasados por su particular filtro, el de dos hermanos gemelos de origen italiano, fogueados en el jazz, y una vocalista japonesa que idolatra por igual a Sakamoto, Gainsbourg, Fugazi o Unwound (junto a quienes giraron en 1995). Si lo de Simone Pace, Amedeo Pace y Kazu Makino es un enigma, “Sit Down For Dinner” (2023), su etéreo, sutil y delicado décimo álbum, tampoco contribuirá a resolverlo del todo. Y ahí seguramente resida la gracia.
A falta de unos IDLES (estuvieron en 2019) buenos son Protomartyr. Joe Casey, Greg Ahee, Alex Leonard y Scott Davidson llegan con el abrasivo “Formal Growth In The Desert” (2023) bajo el brazo, sexto capítulo de una trayectoria que convoca los espectros de la Norteamérica menos apacible, balanceándose entre la herencia punk rock, la post-punk y la post-hardcore, que no son ni mucho menos lo mismo, aunque a veces MC5, Wire y The Armed puedan tener más cosas en común de las que parece a simple vista. Iggy Pop dijo de ellos hace un par de años que eran la mejor banda norteamericana, y dicen que su directo sostiene tan hiperbólico alegato.
Los hermanos Jim y William Reid. El ruido y la anarquía. El feedback al borde de la saturación y las melodías azucaradas. Los Ramones y las Shangri-Las. The Velvet Underground y Phil Spector. The Stooges y Beach Boys. La historia de The Jesus And Mary Chain es un relato plagado de excesos, pero también nos habla de la estandarización definitiva de una fórmula que en su momento fue una crucial sacudida en la historia del rock, esencial para entender la posterior eclosión shoegazing y el auge del rock alternativo, hasta que el rodillo del tiempo los convirtió en clásicos, para lo bueno y para lo malo. “Psychocandy” (1985), “Darklands” (1987), “Automatic” (1989) y “Honey’s Dead” (1992) forman un póquer tan absolutamente demoledor que lo del vigesimoquinto aniversario de “Munki” (1998) suena casi a broma. Por suerte, sus conciertos aún se nutren de aquella imborrable primera etapa.
Su nombre nos podría recordar a esa chistosa ocurrencia de Ojete Calor, lo de “mocatriz” (“modelo, cantante y actriz”), pero lo de este cuarteto de Brooklyn está tan en las antípodas de cualquier humorada de medio pelo –aunque su cantante, Cole Haden, tiene mucho de actor– que el solo hecho de comenzar este texto rescatando aquel vocablo ya me parece una herejía. Se formaron en 2016 pero hasta este año no han desvelado su primer álbum: “Dogsbody” (2023) es un opresivo y catártico tratado de rock-un-poco-más-allá-del-rock con el que Model/Actriz se erigieron en una de las sensaciones del último festival South By Southwest. Un disco-revulsivo en toda regla, heraldo de la que podría ser una de las bandas de referencia de los próximos tiempos, con ecos de Liars, LCD Soundsystem y The Jesus Lizard. Su directo promete sensaciones muy intensas.
Urgencia, rugosidad, pasión. Son tres palabras que podían bastar para definir a Mannequin Pussy, el cuarteto que desde Filadelfia integran Marisa “Missy” Dabice, Kaleen Reading, Colins Regisford y Maxine Steen. Dicen de ellos que hacen punk rock, y si nos fijamos en que publican con Epitaph quizá no lo podríamos negar. Pero su tercer álbum, “Patience” (2019), ya mostraba que eran algo más que eso. Demasiado versátiles para ser inscritos en esa celda genérica. Llegan al Weekender ya con las canciones que formarán parte de su próximo trabajo largo. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.