Lo confieso: nunca pensé que Él Mató A Un Policía Motorizado alcanzarían tal crecimiento. No les vi recorrido mucho más allá de sus inclinaciones más notorias: cosas como los primeros Strokes o (desde luego) la enorme sombra de Los Planetas. Me alegró mucho haberme equivocado. Ahora que los periodistas culturales –no todos, lo asumo– funcionamos más como criba que como Nostradamus, más como filtro o cedazo que como descubridores de grandes hallazgos, más como analistas que como visionarios, de tan insondable como es la actualidad y sus impredecibles flujos en la red, hay que asumir más que nunca que nuestras predicciones erradas son algo que a veces se puede incluso celebrar, más que lamentar. Y lo cierto es que los platenses han demostrado en álbumes como “La síntesis O’Konor” (2017), “La otra dimensión” (2019) o “Súper Terror (2023)” no solo su competencia para formar parte de una cierta escuela, sino su personalidad para labrarse un perfil propio, singularmente identificable pese a sus evidentes filias.
Por eso este disco me deja sensaciones encontradas: recupera un repertorio de hace veinte años al que vale la pena tributar, pero más como efeméride por el tiempo pasado (no todo el mundo puede presumir de dos saludables décadas en el negocio) que por su valía intrínseca: creo que cualquiera de sus discos posteriores alberga más valor en una trayectoria que fue de menos a más. Aquí no eran tan diestros en la creación de atmósferas, ni en el perfil de texturas ni en el detalle lírico. Pero eso es algo que también podemos leer precisamente como un intento de alejarse de la complacencia, porque no fue “Él Mató A Un Policía Motorizado” (2004) un disco al que asirse de por vida, tal y como ha pasado con mil y un ejemplos de debuts insuperables en la historia del rock, que han ejercido de tabla salvavidas para carreras rentistas.
También podía entonces sorprendernos desde aquí, hace veinte años, el toparnos con una banda argentina de tal cariz (un poco como nos ocurría a principios de los noventa con el primer indie en España: a mí fue Miquel Àngel Landete, de Senior i el Cor Brutal, la primera persona que me habló de la banda argentina, allá por 2006 o 2007), pero esa tampoco es una simpática particularidad que pueda sostenerse a estas alturas. Su ejemplo cundió. Ahí están Bestia Bebé, Las Ligas Menores y tantos otros proyectos con eco al otro lado del océano. Es por eso por lo que creo que esta sesión en vivo en Buenos Aires es material (sobre todo) para fans fatales, aunque hay que decir que la rotundidad que han adquirido en directo les permite insuflar empaque a la veta pop de “Doctora Muerte”, al acelerón de “Sábado”, al caracoleo guitarrero de “Rock espacial”, a la expansividad de “Guitarra comunista” o al desmelene instrumental progresivo de “Prenderte fuego”. Se puede decir que es lo mismo, pero desde la óptica de 2025. Como una foto coloreada de un enclave antiguo y desvaído. Un acta fundacional de aquellos tiempos que han querido poner al día, en su derecho están (faltaría más), y que se completa con registro visual de la sesión, con entrevistas y momentos de la grabación. ∎
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