Quizá
Mark Kozelek debería ir pensando en reconducir esta letanía desmayada en la que va cayendo sin descanso, por mucho que cambie de colaboradores. Pero no lo va a hacer. Pues bueno es él. El afán por ponérnoslo difícil a sus oyentes más acérrimos pasa por haber eliminado, el muy tacaño, los textos en sus últimos discos. Si no los consigues por algún medio (alguna canción en internet, si hay suerte), estás perdido. Porque todo cobra sentido al leer las letras detenidamente y seguir sus inagotables historias en forma de diario, musitadas, semicantadas, monocordes. Cómo apreciar, si no, en toda su dimensión, la conexión emocional que establece entre una película, un libro y la hospitalización de su hermano, que lo tuvo en vilo en
“My Brother Loves Seagulls”.
En esta nueva reunión con el teclista
Ben Boye y el batería
Jim White, el ensimismamiento contagia también la forma musical. Las siete piezas, entre diez y quince minutos cada una, se construyen con una especie de bucles de pequeñas líneas de piano, arpegios de guitarras y mínimas percusiones. En
“The Artist” cede a la emotividad mientras el piano trenza con su minimalismo una preciosa melodía envolvente. También en
“Chard Enchilada”, con la irrupción de un fagot que, como los
soundscapes de Boye, lima la aridez de otras piezas. Al final Kozelek vuelve a añorar a su hermano en la hermosa serenidad (fabuloso piano jazzístico) de
“August Night” y no hay más remedio que reconciliarse otra vez con él. ∎