Cuenta la leyenda que, en su tour de 1982, Van Halen pedía por contrato que en el camerino de sus conciertos hubiera un bol lleno de chocolatinas M&M’s que no fueran de color marrón. La cláusula, que ha pasado a la historia popular del rock como un capricho más de una banda famosa, al parecer tenía su razón de ser en el complicado montaje técnico de aquella gira. Si el promotor cumplía con el requisito, significaba que había prestado atención a todos los detalles a la hora de hacer su trabajo. Este tipo de estipulaciones sobre comida y bebida –y sobre otros aspectos referidos a la comodidad de los músicos, como transportes o mobiliario– se conoce como hospitality rider y puede llegar a convertirse en una pesadilla. Este año, la de Isabel Amorim, coordinadora de hospitality del festival Primavera Sound, tiene un nombre: tequila.
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