Publicar voluminosas cajas de CD que llegaron a contar con 50 discos, como “The Ultimate Edition” (Série Poème, 2000), no ayudó a la recepción popular de sus obras posteriores. Después llegaría la maraña de reediciones del material de las cajas, agrupadas en la serie de quince lanzamientos multidisco “La Vie Electronique” (Revisited-MIG, 2009-2015) o en álbumes individuales como la tetralogía “Ballett” (Revisited, 2006-2007), que se unirían al goteo de nuevos trabajos tanto en solitario como en colaboración. A lo largo de las décadas, el maestro colaboró con compañeros de generación (por ejemplo, se reencontró ocasionalmente con Manuel Göttsching, el guitarrista de Ash Ra Tempel), con músicos de nuevas generaciones de la música electrónica como Pete Namlook o el dúo Solar Moon, e incluso con el polifacético Bill Laswell o Lisa Gerrard, la voz de Dead Can Dance.
A lo largo de su camino artístico, el músico berlinés integró novedades tecnológicas y se acercó a nuevas tendencias musicales, siempre filtradas por un clima emocional y por sólidas directrices estéticas. Podía jugar con beats que encajaban –más o menos– en los esquemas del trance o del ambient-house, pero el autor de “Moondawn” (Brain, 1976) seguía siendo muy, muy reconocible. No solo por su tendencia a ofrecer temas larguísimos que apuraban los límites del vinilo, primero, y del compact-disc, después. Y no solo por la estructura de estos: largas secuencias rítmicas con aspecto robótico o más cercanas a cierta sonoridad orquestal. Había una personalidad, una emotividad, en el corazón de la máquina.
Schulze nunca quiso explicar demasiado su música. Ante el silencio del creador, apenas quedaban los títulos de los discos y las canciones junto al trabajo de los portadistas (en el caso de “Irrlicht”, él mismo). Nos hablaba de tecnologías del futuro –“Cyborg”– y de mundos de ciencia ficción, como el mencionado “Dune”. En “X” (Brain, 1978), su décimo álbum, las piezas están dedicadas a figuras de las artes y el pensamiento. Allí coincidían un par de espíritus libres en la órbita del Romanticismo como el filósofo Friedrich Nietzsche o el escritor Heinrich von Kleist. El dramatismo wagneriano sería otra sombra habitual en sus creaciones.
La música de Schulze acostumbraba a proyectar talante introspectivo. No solían ser introspecciones alegres, sino que parecían transportarnos a regiones oscuras del alma o del corazón. Algunas de sus composiciones de larga duración, como “My Ty She”, tenían aspecto de letanía funeraria, aunque emergiesen secuencias rítmicas dance que dinamizan la escucha. Acostumbran a conjurar una belleza con tendencia a la tristeza, como si de un neorromanticismo electrónico se tratase. Es lo que plasmó en las catedrales sonoras que construyó incansablemente durante 50 años de carrera. ∎
Tras participar en los debuts de Tangerine Dream, todavía en la órbita del rock psicodélico, y de Ash Ra Tempel, Schulze irrumpió con un radical primer disco en solitario de vanguardia protoelectrónica. Grabó ensayos de una pequeña orquesta y los troceó y convirtió en fantasmagorías sonoras, deformadas en ocasiones hasta devenir irreconocibles, rodeadas de ariscos sonidos de órgano que crean una atmósfera de solemnidad inquietante, casi terrorífica. El resultado puede recordar a la rotundidad y la aridez militante, decorada por vestigios de música de cámara, de “Zeit” (1972), que Tangerine Dream lanzarían apenas dos meses después.
A mediados de los años 70, cada disco de Klaus Schulze era susceptible de convertirse en una experiencia sonora. Quizá “Timewind” fue uno de los álbumes que acabó de definir su modelo de introspectiva letanía sintética. Está compuesto por dos temas extensos, parsimoniosos, pero que difícilmente se pueden considerar estáticos: transmiten movimiento sutil y atención al detalle. Los sonidos pulsátiles y chispeantes de Schulze parecen trasladar el imaginario romántico (los títulos remiten al compositor Richard Wagner) a la órbita de la ciencia ficción, como si los caminantes de Caspar Friedrich contemplasen paisajes áridos y extraterrestres.
A principios de los 90 Schulze estaba embarcado en una etapa creativa bastante discutida que acabaría apoyando, paradójicamente, un subsello de la poderosa Virgin. Los samples de todo tipo (especial mención para los gemidos y suspiros sexuales) eran puntal en la construcción de unos temas muy marcados por la tecnología de la época y por la inclusión de algunos timbres un tanto arriesgados, grotescos. “Beyond Recall” puede servir como tapiz de los posibles resultados de este empeño estético, a través de cinco temas que conjuran atmósferas relativamente diferenciadas: desde la nostálgica “Gringo Nero” a la poéticamente inquietante (o viceversa) “Brave Old Sequence”.
Aunque Schulze mantuviese las constantes de su estilo, escuchar música de los tiempos del auge y caída de la Intelligent Dance Music pudo influir en grabaciones como “Are You Sequenced?”. El resultado parece un solo tema en once movimientos, pero incluye un abundante flujo de ideas en comparación con los epics schulzianos más monolíticos: melodías de sintetizador Moog melancólicas y también psicodélicas, un despliegue de secuencias rítmicas que llegan a ser juguetonamente intrincadas, beats electrónicos... El resultado es una de las introducciones más accesibles, y también más valiosas, a la producción del músico germano alrededor del cambio de siglo.
Uno de los discos extraídos de la caja “Contemporary Works 1” (Rainhorse, 2000), es extremadamente característico de su creación más libre. “My Ty She” es una extensísima, y bastante estática, meditación electrónica. El cuerpo sintético de la composición llega acompañado de voces e instrumentos de cámara, cuyos sonidos no se deforman ni boicotean a diferencia de lo sucedido en “Irrlicht” o “X”. El violonchelo de Wolfgang Tiepold o los murmullos etéreos de Julia Messenger comentan los mantras secuenciales de Schulze, potencian su talante melancólico y conjuran una atmósfera de vulnerabilidad emocional. Schulze volvería a integrar la voz femenina en su música en varias colaboraciones con Lisa Gerrard. ∎
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